Placeres de Zamora: arte románico, lagunas insospechadas y pueblos ‘gourmet’
Un viaje para conocer los garbanzos de Fuentesaúco, las monumentales Zamora y Toro, el monasterio cisterciense de Santa María de Moreruela, la fronteriza Fermoselle y una de las zonas de España con mayor densidad de lobo ibérico

Discreta y relegada a una esquina interior de la geografía española, la provincia de Zamora puede resultar uno de esos viajes con regalos para todos los sentidos. Con un turismo tranquilo y hedonista, esta provincia del noroeste de Castilla y León esconde curiosos descubrimientos gastronómicos, culturales y naturales. De degustar sus aceitadas o los famosos garbanzos de Fuentesaúco a comprar alfarería popular o conocer el románico más auténtico en pueblos desconocidos o en pequeñas ciudades como son la propia capital o Toro. El lago de Sanabria, las lagunas de Villafáfila en Tierra de Campos o la salvaje zona fronteriza con Ourense, todavía territorio dominado por el lobo, son algunas de las riquezas naturales que Zamora ha sabido preservar.
Ya simplemente la visita a las monumentales ciudades de Zamora y Toro sería suficiente razón para recorrer esta parte de la provincia. Pero hay románico por todas partes, monasterios abandonados y muchos pueblos casi deshabitados con encanto, a los que se puede superponer un recorrido siguiendo las trazas de productos gourmet recién salidos de la tierra o del aroma de los vinos de esta región, que sirven para asimilar tantas obras maestras.
Villafáfila, paraíso ornitológico
Comenzaremos este recorrido zamorano en un paraje a 50 kilómetros de la ciudad de Zamora, en la comarca de Tierra de Campos. Villafáfila es una especie de oasis en estas tierras deshidratadas rodeadas de palomares (hay hasta 118) y de rebaños de ovejas, un paraíso para las aves gracias a sus incontables charcas y pequeñas lagunas que en verano suelen estar secas. La mejor época para la observación de gansos europeos, anátidas, garzas, grullas, avutardas y cernícalos es entre noviembre y febrero, pero hay que madrugar o esperar al atardecer para captar el máximo movimiento de las aves.

Sus 33.000 hectáreas convierten a este lugar en un remanso donde descansan miles de aves procedentes de todo el mundo. La carretera que sale de Villafáfila a la derecha, además de conducir al recinto vallado de las lagunas, cuenta con varios observatorios gratuitos al pie de la carretera (Llanura de Tapioles y Revellinos de Campos).
Más información en la web lonelyplanet.es.
Y si el otoño y el invierno son las estaciones de las aves, en verano todo se tiñe de colores: millones de rojas amapolas inundan estos campos de cereales que pronto se vuelven dorados. Al caer el sol, el cielo se incendia de intensos tonos cálidos; un momento perfecto para captar bonitas instantáneas.
Granja de Moreruela, esplendor cisterciense
Muy cerca de allí, Granja de Moreruela es uno de esos descubrimientos tan sorprendentes como frecuentes en la España vaciada. Pocos esperan toparse en plena Vía de la Plata con las singulares ruinas de un antiguo monasterio cisterciense que debió de ser grandioso. Nada más entrar, en Santa María de Moreruela se percibe todavía una sensación sobrecogedora. Probablemente es por el tamaño de las bases de los pilares de la nave central, que indican el tamaño que tendría en origen, allá por el siglo XII. El monasterio mezcla el románico y el gótico con maestría. Llaman la atención la cantidad de marcas de cantero grabadas en los muros de piedra y algunos restos de policromía que resisten, aunque el conjunto debía de ser de una sobriedad aplastante.

Como era habitual en este tipo de monasterio, el de Moreruela estaba en un lugar apartado y con grandes espacios para el rezo. La llegada de donaciones de reyes, nobles y fieles, además de los trueques y recaudaciones realizadas por los monjes, promovió la construcción de este templo impresionante, sobre todo en el siglo XIII, cuando los monjes llegaron a contar con más de 50 propiedades entre Salamanca y Portugal, que iban desde salinas en las lagunas de Villafáfila, aceñas o molinos hasta los derechos sobre algunas villas o explotaciones mineras en la sierra de la Culebra. Hoy no queda nada, pero el misterio y el misticismo perduran.
Otras humildes paradas en la Vía de la Plata: Castrotorafe y Roales del Pan
Entre Fontanillas de Castro y La Encomienda, a orillas del río Esla, se encuentra el despoblado de Castrotorafe. La Vía de la Plata pasa por delante de las ruinas de un castillo que llegó a ser importante. Se cree que fue primero un poblado romano; después, un asentamiento fortificado, ubicado de forma estratégica en el siglo XII por Alfonso VII, a caballo entre Galicia y Castilla; pero cuando realmente tuvo su papel fue a partir del siglo XIV. Antes de 1319, el infante don Juan mandó construir el enorme castillo con doble muro y tres torres, pero la historia posterior pasó de largo por aquí y terminó abandonado. Ahora se puede acceder libremente, pero solo para ver algunos tramos de los lienzos de la muralla que se mantienen en pie. De la iglesia apenas queda un muro y su interior está completamente arruinado.

Otra parada debe ser Roales del Pan, que es la puerta de entrada a la capital zamorana a través de esta Vía de la Plata. Es un pueblo ganadero y agrícola, pero en su día tuvo su importancia y conserva a la entrada y a la salida antiguos miliarios romanos: una serie de columnas de granito que formaban parte de la vía romana de Simancas a Astorga y señalizaban distancias de mil pasos o una milla romana, el equivalente a 1.480 metros. En ellos figura una inscripción grabada con el título del emperador que había ordenado construir o modificar la calzada, la distancia hasta Roma y otros detalles. Ya de camino a Zamora, es posible pasear por el bosque de Valorio y escuchar los numerosos pájaros carpinteros que habitan los pinares.
Zamora, románica y modernista
La catedral de Zamora es el signo de identidad de esta ciudad, con su cúpula cubierta de “escamas” y asomándose al Duero. Ocupa el extremo de una urbe que nos adentra en la Edad Media y también en el modernismo. La rúa de los Francos, jalonada de iglesias románicas, enlaza la catedral con la calle de Santa Clara, donde toman el relevo los edificios modernistas. Pero en todas las calles la tranquilidad es casi total, excepto en los bares a las horas punta del tapeo, con el vino de Toro como estrella del maridaje con pinchos de todo tipo.
Otro punto de vista es el del castillo, desde el que se tienen las mejores vistas sobre la catedral, con su cúpula gallonada de estilo bizantino y la torre del Salvador. En el interior espera un retablo mayor fantástico y lo mejor de todo: el increíble museo de tapices flamencos. Por aquí, en el entorno de la catedral, están los rincones más fotogénicos, como la calle del Troncoso, estrecha y con altos muchos de piedra, o el mirador del Troncoso, con unas vistas perfectas sobre el Duero y su puente románico. En este núcleo medieval hay casi 20 iglesias románicas, como la de San Pedro y San Ildefonso, con una Virgen del Amor Hermoso a la que se le cambian los pendientes dos veces al año. O como la iglesia de Santa María Magdalena, en la rúa de los Francos, una de las más elegantes. O la de San Juan Bautista, ya en la plaza Mayor, con unos impresionantes arcos y un impecable artesonado mudéjar.

La plaza Mayor y el Parador, con un espléndido claustro, completan los hitos imprescindibles en este camino, como también lo es tomar unos pinchos por la zona y seguir calle adelante para encontrar los principales edificios modernistas de la ciudad, que nacieron al calor del auge urbanístico experimentado con la llegada del ferrocarril. La mayoría están en la calle de Balborraz (la casa Faustina, o la de Mariano López por ejemplo) y en la de Santa Clara (las casas de Valentín Matilla, de Francisco Antón, la de Valentín Guerra o la de Félix Galarza).
No nos vamos sin antes asomarnos al Mercado de Abastos, con su inconfundible fachada de ladrillo, cristal y hierro, o al Casino, con una fachada de cerámica de colores que es otro símbolo del modernismo zamorano.
Toro: vinos y colegiata
Toro se ve a lo lejos, alzada sobre una roca. Pero la historia ha pasado de largo en esta ciudad que fue realmente importante. Tiene un puente de origen romano, aunque su aspecto actual responde al románico, y un alcázar que es el símbolo del poder militar que tuvo en la Edad Media, con un verraco celtibérico a sus puertas y unas magníficas vistas sobre el Duero. Pero el gran símbolo de la ciudad es la cercana colegiata (del siglo XII), una combinación de románico y gótico, solemne e impresionante, con unas proporciones que están acordes con el poder que tuvo Toro en la época. Junto con las iglesias románicas de San Salvador, el Santo Sepulcro y San Lorenzo el Real, más la gótica de San Sebastián de los Caballeros, forma un quinteto denominado Toro Sacro. Y habría que añadir el imponente monasterio de Sancti Spiritus, al oeste del casco histórico.

Pero si la colegiata es la imagen simbólica de Toro, su verdadero emblema es el vino, con Denominación de Origen. Se puede catar por todas partes, pero especialmente en las Bodegas Divina Proporción. Y para el postre, podremos comprar artesanías culinarias como las aceitadas de Coreses, mantecados, bollos de baño, feos de almendra, rosquillas de palo, delicias toresanas, pelusas o amarguillos de almendras. Un buen lugar es la confitería Morillo, en la Puerta del Mercado.
Fuentesaúco, divinos garbanzos
No queda muy lejos Fuentesaúco, que obliga a una parada. Las proporciones de su iglesia de Santa María del Castillo, monumento nacional, recuerdan a los silos de Castilla, pero lo que ha dado fama al lugar es su garbanzo, que protegió Felipe II en el siglo XVI y solo aceptaba estas legumbres como pago del diezmo. Entre julio y agosto, cuando más calor hace, esta leguminosa es recogida ya seca de la mata. De gran calidad, además de potajes, se incluye hasta en tortillas.

Y puestos a buscar productos gastronómicos estrella, hay que acercarse a Jambrina, donde el ajo es la estrella: sembrados en octubre, necesitan frío y aquí no les falta. Si el terreno es suave, serán blancos, y si es fuerte, se tiñen de morado. Servidos en ristras de 32 cabezas, son la seña de identidad de este municipio zamorano. Con ellos se preparan deliciosas sopas, desayunadas tradicionalmente la mañana del Viernes Santo.
Los Arribes del Duero zamoranos
Damos un salto desde estas tierras de cereal para ir hasta una de las comarcas más llamativas y más visitadas de Zamora: la frontera con Portugal, que aquí coincide con un cortado de hasta 500 metros de altura sobre el Duero. Los llamados Arribes del Duero son unos impresionantes desfiladeros tallados a lo largo de 200 millones de años, donde Portugal y España se dan la mano (o la espalda) en un territorio fronterizo que puede disfrutarse en barco, desde lo alto de sus miradores, recorriendo sus senderos a pie y en bicicleta. El aceite de oliva, el vino D.O. Arribes y el queso curado de oveja ayudarán a reponer fuerzas.
Fermoselle ejerce de capital extraoficial de los Arribes zamoranos, con el Tormes haciendo de frontera natural entre Salamanca y Zamora. Este pueblo medieval abre las puertas a los Arribes con bancales llenos de viñedos que dan lugar a la denominación de origen Arribes, y que dan al municipio el apodo de “el pueblo de las mil bodegas” por sus numerosas bodegas subterráneas, que pueden recorrerse mediante circuitos organizados. Desde el pueblo, con su campanario, su Ayuntamiento y su plaza Mayor, se alcanzan varios miradores.

Los Arribes zamoranos se acercan tanto a Portugal que casi lo muerden. El puente sobre la presa de Miranda do Douro se adentra en territorio vecino para conocer este pueblo fronterizo que sigue siendo un lugar de compras, sobre todo textiles (las famosas toallas portuguesas). El otro atractivo son los pequeños cruceros por el Duero que parten de aquí. Al margen de eso, su casco histórico está repleto de puntos interesantes, como su concatedral, la muralla o las ruinas del palacio episcopal.
Se puede terminar en Moveros, un pueblo conocido por su artesanía. Aunque solo permanecen dos de las 30 alfarerías que llegó a tener, conservan el proceso tradicional de principio a fin. Extraen la arcilla de terrenos comunales y la convierten en polvo, que es depurado a mano. Cántaros, barrilas y botijos salen de las manos de los pocos alfareros que quedan, como Mari Carmen Pascual, que maneja el torno y alimenta de leña el horno antiguo. Tras tres o cuatro horas cociendo las 400-700 piezas que caben en su interior, el resultado puede comprarse en la tienda que hay a la entrada del pueblo.
En tierra de lobos: Sanabria
El mayor lago de origen glaciar de Europa y la mayor concentración de lobo ibérico de la Península se dan cita en el frente más salvaje y auténtico de Zamora. Hombre y naturaleza conviven en un espacio salvaje y un frágil ecosistema, en el que el lobo consigue sobrevivir, aunque diezmado por la persecución del ser humano durante siglos, entre lagunas de origen glaciar, picos de montaña y valles donde también viven los ciervos más grandes de toda la Península.

Al gran lago de Sanabria se le suman otras 20 lagunas diseminadas por la sierra, envueltas en un entorno de frondosos bosques de robles, sauces, hayas, acebos, tejos y castaños, donde muchos animales han encontrado su hábitat. Es un lugar perfecto para disfrutar en familia, con senderos, miradores, pesca de truchas, pueblos serranos, tardes de playa, cruceros y alquiler de kayaks para recorrer libremente el entorno.
En el margen occidental del lago, Ribadelago es un lugar marcado por la desgracia. La madrugada del 9 de enero de 1959, la presa de Vega de Tera cedió, abriendo una brecha de más de 150 metros por la que ocho millones de metros cúbicos de agua se precipitaron a toda velocidad hasta llegar a Ribadelago, ocho kilómetros río abajo. Sin tiempo para reaccionar, la riada arrasó el pueblo e hizo desaparecer a gran parte de sus vecinos (solo se recuperaron 28 cuerpos). Una serie de placas y homenajes recuerdan a las víctimas. La aldea arrasada (Ribadelago Viejo) fue sustituida por un nuevo pueblo (Ribadelago Nuevo), un kilómetros aguas abajo, donde se realojó a los supervivientes. La presa quedó abandonada y sus ruinas aún son testigo del desastre. Pero el agradecido entorno natural del lago aporta luz a un lugar lleno de sombras.
El corto camino bordeando el sur del lago hasta Vigo (el zamorano, no el gallego) permite adentrarse en el parque natural Lago de Sanabria y Sierras Segundera y de Porto y Alrededores. Es una opción interesante alojarse en algún camping o cabaña para disfrutar del cielo estrellado. La primera parada puede ser la playa Custa Llago, desde donde zarpa un pequeño crucero ambiental que permite disfrutar de este lago glaciar de un modo diferente. Vigo de Sanabria está al noreste del lago, muy cerca de las playas, y con sus escasos 150 habitantes brinda una tranquilidad impagable. Varias rutas y senderos lo comunican con Murias, Pedrazales y San Martín de Castañeda.
San Martín de Castañeda y Puebla de Sanabria
El monasterio cisterciense de San Martín de Castañeda, del siglo X, destaca asomado al lago. Su armonía, belleza y austeridad casan a la perfección con un entorno paisajístico inigualable.
Son pueblos de viejas tradiciones y fiestas populares curiosas: San Martín celebra cada enero la Visparra, una loca fiesta a cargo de los mozos del pueblo, con la “Talanqueira” como protagonista. Se unen a esta mascarada invernal “la Chica” y “los Visparros” enmascarados. El recorrido por el pueblo sirve también para pedir un aguinaldo que tradicionalmente, y dada la coincidencia con la matanza, se aportaba en especie. Nada más salir del pueblo el mirador de los Peces permite echar un vistazo al paisaje, y, si se continúa por una empinada y serpenteante carretera hacia el norte, aparece un nuevo balcón con vistas al lago de Sanabria: el mirador de la Forcadura.
Y terminamos en Puebla de Sanabria. Sus empinadas calles empedradas son una puerta al pasado y una ventana que comunica el entorno natural del lago y la sierra de la Culebra. Las fachadas de piedra y los balcones de madera crean un casco antiguo que asciende hasta el castillo de los Condes de Benavente. Es de esos enclaves en los que compensa pasear sin rumbo y disfrutar de su gastronomía, pararnos en su plaza Mayor o asomarnos a la bonita iglesia de Santa María del Azogue. Algunas tiendas venden pastas artesanas, licores y setas embotadas o deshidratadas y en sus restaurantes ofertan platos contundentes, como los habones sanabreses y la carne estofada de caza.

De camino al corazón de la sierra de la Culebra, Robledo tiene un interesante Centro del Lobo Ibérico de Castilla y León. No es un zoo al uso, ya que los animales disponen de mucho espacio, pero también pueden verse en libertad con alguna de las empresas de observación de fauna ubicadas en los cercanos pueblos de Villardeciervos o Cional.
Villardeciervos y la sierra de la Culebra: destino de observación de fauna y estrellas
La sierra de la Culebra conecta con el parque natural de Montesinho, en Portugal. Desde Puebla de Sanabria hasta Tábara se extiende una reserva nacional en la que ciervos y lobos conviven desde tiempos inmemoriales, cuando quejigos, rebollos, encinas y alcornoques constituían un ecosistema equilibrado. Actualmente el lugar está protegido por la Red Natura 2000 y, entre matorrales y brezales, convive el lobo ibérico con ciervos, corzos y jabalís, de los que el gran predador es el regulador indiscutible del equilibrio deseado.
Una de las experiencias más interesantes es la observación de la fauna salvaje en libertad con guías y empresas especializadas que también organizan talleres, rutas por el entorno y otras opciones para comprender el hábitat del animal más emblemático de la Península.

A los pies del embalse de Valparaíso (merece la pena cruzarlo al atardecer, desde la carretera de Cional), Villardeciervos es el típico pueblo de la zona, con casonas de sillería y fuentes de piedra. Su pasado contrabandista obligaba a instalar mirillas en los muros, cerraduras que son obras de arte, y elaboradas puertas de madera.
Estamos además en una de las zonas de mayor oscuridad nocturna de España, lo que facilita la observación de estrellas, un atractivo más para acercarnos hasta esta olvidada “raya” de Portugal.
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