Los imprescindibles de Segorbe, una ciudad episcopal por descubrir
Todo en esta localidad de Castellón remite a una gigantesca huella de un pasado glorioso. De su catedral a sus museos o su fiesta, llamada Entrada de Toros y Caballos

Si un viajero llega hasta Segorbe (Sogorb, en valenciano/catalán), en la comarca castellonense del Alto Palancia, su primera sorpresa será comprobar cómo una población que no supera los 10.000 habitantes puede contener tantos vestigios históricos y artísticos de interés.
Todo Segorbe remite, en efecto, a una gigantesca huella de un pasado glorioso. Al fin y al cabo, el carácter estratégico de su ubicación entre Valencia y Teruel permite explicar todo su esplendor medieval. Su primera pujanza llegó con Zayd Abu Zayd, último gobernador almohade de Valencia. Exiliado en Segorbe, se hizo feudataraio de Jaime I. Este rey, inmediatamente después de conquistar la ciudad, la nombró sede episcopal junto con Albarracín, en la provincia de Teruel (1247). Esto permitió la erección de la primitiva catedral, que aún mantiene su condición al compartir diócesis con Santa María de Castellón de la Plana.
En este templo segorbino, comprimido entre las callejas del barrio antiguo, se ubica el Museo Catedralicio, de obligada visita. Los retablos góticos y renacentistas que exhibe son insoslayables, aunque allí se privilegia un relieve de la Virgen de la Leche de mármol de Carrara, atribuido a Donatello. La capilla del Salvador, con las tumbas de los padres del obispo Vallterra, luce sus prodigiosos colores originales desde la minuciosa restauración general que propició el proyecto La llum de les Imatges, de la Generalitat Valenciana, a principios de siglo. Por lo demás, la catedral (declarada también basílica en 1985 por Juan Pablo II) consta de una sola nave reconstruida en el siglo XVIII en un neoclásico de transición. Las pinturas de la bóveda principal son de Luis Antonio Planes y tienen un aire a los frescos de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina.

Como hay presencia humana en la actual Segorbe desde el Paleolítico medio, una buena oportunidad para observar la evolución de sus sucesivos pobladores es visitar el MAES (Museo de Arqueología y Etnología). Desde hace décadas, siguen una política decidida de comprar o expropiar las viviendas que ocultan la antigua muralla de la ciudad para que pueda lucir en toda su magnificencia. Esta política permitió, por ejemplo, recuperar una parte del antiguo acueducto medieval que abastecía de agua a la población intramuros. En materia de patrimonio, hay que decir que la destrucción del castillo segorbino y también de la cercana cartuja de Valldecrist (Altura) permiten ahora encontrar parte de las piedras o los adornos de esos monumentos esparcidos por toda la ciudad. En Valldecrist, Bonifacio Ferrer (hermano de san Vicente Ferrer) ultimó su pionera traducción al catalán de la Biblia (siglo XV), íntegramente destruida por la Inquisición.
Por ser una ciudad episcopal, esperaríamos encontrar en Segorbe todo tipo de conventos, por ejemplo. No es así. La desamortización de Mendizábal (que en su momento debió considerarse una gran idea) los derruyó casi todos en el siglo XIX, en otra demostración de cuál ha sido secularmente el auténtico deporte nacional español: la destrucción del patrimonio.

Dedicado a los amantes de la naturaleza, habrá que indicar que Segorbe está situada junto al valle del río Palancia, entre dos espacios protegidos emblemáticos como son la Serra d’Espadà y la Calderona. Esto permite aprovechar el preciado líquido de los olivos, de contrastada calidad. Para poder saborear el aceite local y otros productos también manufacturados con el mismo fruto (mermeladas o labiales, entre otros) nada mejor que acercarse al Museo del Aceite, situado en la antigua almazara.
Casi todas las familias segorbinas tienen una parcela, más grande o más pequeña, con sus propios olivos. La presencia oleica en la zona está atestiguada de antiguo, aunque el mejor testimonio es el olivo milenario conocido como La morruda, de 1.500 años de antigüedad.

En materia de fiestas y tradiciones, es de obligada referencia la llamada Entrada de Toros y Caballos, que se celebra cada segunda semana de septiembre (este año, del 8 al 14). Se trata de una costumbre, iniciada probablemente en el siglo XV, que consiste en soltar media docena de toros bravos acompañados por una docena de caballistas atravesando una multitud alborozada la calle principal de la población, la calle Colón. El espectáculo, siempre a las dos de la tarde, dura un minuto escaso (se repite siete días), pero el fervor de la masa y la plasticidad no exenta de peligro de las cornamentas abriéndose paso entre la espesa humanidad rozando las grupas de los caballos en una carrera frenética han provocado su distinción como Fiesta de Interés Turístico Internacional en diciembre de 2005 y en febrero del 2011 Bien de Interés Cultural. Alguien definió esta peculiar cabalgata como “mitad milagro y mitad espectáculo”. Y algo de eso hay, en efecto.
Por si el viajero, con todo esto, no tiene suficiente, entonces es recomendable que reserve mesa en el restaurante María de Luna, en el Hotel Martín el Humano. Allí hay que pedirle al chef, Javier Simón, que nos prepare una Olla Segorbina. Se trata de un puchero con cardos, patatas, alubias, morcilla y carne y huesos de cerdo. Después de tanta historia y tantas emociones, degustar esa hortaliza suprema que es el cardo emulsionado por el elemento cárnico hasta provocar una ternura supernumeraria redime de cualquier jornada más o menos agotadora.
Al final, el viajero abandonará Segorbe con esa sensación característica de los viajes bien aprovechados: las ganas de volver pronto.
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