Viaje a Río San Juan: la experiencia caribeña más íntima y auténtica de la República Dominicana
Playas de un azul imposible, exuberante vegetación tropical, cuevas y fauna endémica como las ballenas jorobadas de Samaná son algunos de los atractivos del norte de la isla, una zona en la que el tiempo se detiene para dejar paso a las emociones

Al norte de la República Dominicana, donde la isla se encuentra con el Atlántico más salvaje, existe un rincón alejado del turismo de masas que esconde algunas de las playas más desconocidas, hermosas y salvajes del Caribe. En la provincia de María Trinidad Sánchez, el municipio de Río San Juan y su exuberante entorno constituyen una oportunidad única para los viajeros que quieran tomarle el pulso a la República Dominicana más auténtica y recóndita.
En este santuario natural el tiempo parece haberse detenido y sorprende descubrir impresionantes ecosistemas atestados de vegetación tropical, fauna autóctona, ensenadas de otro mundo, lagunas de aguas cristalinas y cenotes que dibujan postales que cortan la respiración. Río San Juan es uno de los cuatro municipios que, junto a Nagua, Cabrera y El Factor, conforman la provincia. A 200 kilómetros de la capital, Santo Domingo, y a una hora escasa de recorrido por la costa desde la península de Samaná, el tiempo cobra otro sentido y la prisa se exilia a otra dimensión. “Entra si quieres, sal si puedes”, reza un refrán muy popular de la ciudad de Nagua, capital de la provincia.

La laguna Gri-Gri y la cueva de las Golondrinas
“Es así mi pueblito encantado, Río San Juan de mis grandes amores. Tierra, sol, mar, montañas y flores, paraíso en el norte enclavado”. Iniciamos el recorrido por el noroeste del país al son de esta canción popular que ensalza los atractivos de la zona. Nos dirigimos a la orilla de la laguna Gri-Gri, uno de los ecosistemas más bellos de Río San Juan, denominada así por los árboles gri gri [de porte alto, pueden alcanzar los 15 metros de altura] que la flanquean. Desde la orilla, parten botes de colores que atraviesan un canal natural abrazado por manglares rojos y conducen hasta el mar Atlántico. Declarado Monumento Natural por su rica biodiversidad, es uno de los mayores santuarios de aves del país: el avistamiento de garzas y buitres es muy común. Si se observa con atención, también se descubren diferentes especies de peces, como barracudas o lisas, e incluso infinidad de crustáceos en las raíces de los manglares.
A lo largo de la hermosa travesía guiada, tendremos la oportunidad de realizar diferentes paradas. Ya en mar abierto, la pequeña embarcación se adentra en la cueva de las Golondrinas, denominada así porque cada primavera estas aves construyen aquí sus nidos y ponen sus huevos, para volver a partir en octubre o noviembre.

Las playas más salvajes
El colorido bote se detiene en una piscina natural cercana a las cuevas: una invitación directa para sumergirse en aguas cristalinas de inolvidable color turquesa. Allí, prácticamente aislados del mundo, se siente el privilegio de poder explorar un enclave salvaje y virgen más allá de la típica postal del Caribe bullicioso y tradicional. De hecho, este paradisíaco rincón dominicano es el elegido por algunas celebridades internacionales para alejarse de los focos y disfrutar del relax y la privacidad más absoluta.
La costa de Río San Juan ofrece extensiones de arena dorada prácticamente intactas, donde el único sonido es el de las olas rompiendo contra los acantilados. La primera de ellas, playa Caletón, es una pequeña cala en forma de herradura que se extiende como un lienzo virgen enmarcado por formaciones rocosas y vegetación costera, creando un escenario de belleza indómita. Llaman la atención las inquietantes cabezas blancas en tamaño natural que pueblan uno de los extremos de la cala, creadas por el artista local Persio Checo para honrar la memoria de los indios que habitaron la zona.

Muy cerquita de aquí, descansa otro de los arenales imprescindibles: playa Grande. Ante el visitante, se extiende un amplio arco de arena dorada de casi tres kilómetros abrazado por un exótico entorno natural, protagonizado por la selva tropical y cocoteros que caen sobre la arena. Para quien se esté iniciando en el surf, este es el lugar ideal para practicar, ya que el oleaje es bastante moderado. Además de disfrutar del sol y de sus cristalinas aguas, se puede practicar el arte del regateo en los diferentes puestos de artesanía que salpican la parte más elevada del acceso a playa.
Reservamos la mejor experiencia del día para el final, cuando el sol se despide y el cielo se tiñe de tonos rojizos y ocres. A dos minutos caminando desde playa Grande, se despliega una de las gemas más impresionantes de la República Dominicana: playa Preciosa. Apenas hay turismo, hoteles ni infraestructuras. La conexión con la naturaleza es lo que convierte a este arenal en un lugar muy especial. La experiencia es realmente única, sobre todo para aquellos amantes de la tranquilidad que disfrutan con placeres tan sencillos, y a su vez impagables, como un inolvidable atardecer.
La laguna Azul, un cenote con acceso al inframundo
Nos alejamos del municipio de Río San Juan para seguir descubriendo la provincia de María Trinidad Sánchez. A media hora en coche por la carretera que une los municipios de Nagua y Cabrera, descansa la laguna Azul. Este es uno de los parajes más insólitos: un conjunto de cenotes compuestos en un 95% por agua dulce y el resto por agua salada. Sus aguas, de un color imposible entre azul y verde, reflejan la luz del cielo dominicano desafiando los límites de cualquier mente. La visión es tan sublime que parece un lienzo pintado al antojo de un paisajista profesional. La primera idea que asalta al viajero es la necesidad imperiosa de sumergirse en sus aguas traslúcidas y disfrutar de un baño irrepetible. Pero la magia de este lugar es infinita. Y es que los antiguos habitantes de la zona ya narraban leyendas que hablan de mundos interconectados bajo el agua, custodiados por espíritus guardianes del inframundo. Y no andaban nada errados: los más aventureros tienen la oportunidad de bucear desde este cenote hasta el mar atravesando varias cuevas y pozas naturales.

La huella de los españoles
Muy cerca de Cabrera y Nagua existe un pequeño pueblo llamado San Rafael habitado casi exclusivamente por descendientes de españoles. Caminando por sus calles, uno puede escuchar acentos que remiten directamente a la España norteña, probar platos que combinan ingredientes caribeños con recetas tradicionales españolas y observar apellidos ibéricos en casi todas las puertas.
Durante el régimen de Rafael Leónidas Trujillo, la República Dominicana impulsó un ambicioso plan para expandir su producción agrícola, particularmente la del arroz, básico en la dieta autóctona. A raíz de un acuerdo comercial firmado en 1954 por el dictador dominicano y el español Francisco Franco, entre 1955 y 1956 llegaron al puerto de Santo Domingo miles de inmigrantes, la mayoría procedentes de Canarias, Burgos y Vigo. Una historia cuyo recuerdo está presente en el municipio de Payita (muy cerquita de Nagua), donde se erigió un Monumento de Conmemoración al Inmigrante Español.
Samaná, el último corredor virgen del Atlántico dominicano
Siguiendo la carretera de la costa, y a tan solo una hora de Río San Juan, se llega a otro de los lugares inexplorados del país: la península de Samaná. Ambos destinos dibujan el último corredor virgen del Atlántico dominicano y comparten esa esencia de paraíso desconocido, donde las tradiciones locales siguen vivas y la masificación turística es un espejismo. Samaná es conocida por sus bahías espectaculares, el avistamiento de ballenas jorobadas, la belleza de sus parques nacionales, su exuberante vegetación y sus playas de ensueño. Otra de sus insignias principales es su compromiso con la sostenibilidad y la biodiversidad.
La fundación Eco Bahía, nacida en 1999 en el marco del Grupo Piñero (propietario de los hoteles Bahía Príncipe), trabaja cada día para concienciar a clientes, colaboradores y a la población local de la importancia de cuidar el medio ambiente. Paralelamente, lleva a cabo acciones de conservación de los ecosistemas marinos y de las áreas naturales, con el fin de integrar la actividad turística en el entorno.

Viajar a Samaná es una gran oportunidad para conocer especies de fauna endémica que se pueden observar en muy pocos lugares del globo, como tortugas tinglares o manatíes. La conservación de esta biodiversidad es clave para seguir disfrutando de espectáculos naturales irrepetibles, como el avistamiento de ballenas jorobadas. Como la mayoría de tours en barco, la excursión parte de la localidad de Santa Bárbara de Samaná y extrapola los límites de la bahía hasta recalar en aguas más profundas en mar abierto. Con suerte, pueden avistarse algunos de estos increíbles mamíferos en el momento en el que emergen del agua para respirar. Como aviso, en estas latitudes el mar suele estar muy revuelto, y aunque el espectáculo es excepcional no es apto para personas que se marean con facilidad. Otra cosa a tener en cuenta: as ballenas jorobadas son endémicas de Samaná, nacen y se reproducen en sus aguas, pero solo es posible verlas en temporada (entre octubre y marzo), ya que en el verano dominicano emigran al Atlántico norte en busca de alimento.
Ecoturismo: más planes imprescindibles
Los amantes del ecoturismo disfrutarán como nunca en este recóndito destino caribeño. Como propuesta, una visita al parque nacional Los Haitises, una de las joyas naturales del país. Su principal atractivo son las curiosas formaciones rocosas (mogotes o lomitas) que se elevan fuera del agua, pudiendo alcanzar hasta los 40 metros de altura. Un paraíso que transporta a la época de los dinosaurios. De hecho, aquí se filmaron algunas escenas de la película Parque Jurásico.
Otro de los atractivos de este increíble enclave son sus exuberantes manglares, hogar de múltiples colonias de aves, así como sus cuevas, populares por albergar gran cantidad de petroglifos —pictografías pintadas por los indígenas— y arte rupestre. Una de las más fascinantes es la cueva de La Línea. Se denomina así por una antigua línea de ferrocarril que a finales del siglo XIX pasaba por aquí y que fue construida por los americanos para transportar bananos y arroz de plantaciones cercanas. Tan solo una apreciación: cuenta la leyenda que en este lugar habitan las ciguapas, seres legendarios protectores de los bosques. Las distinguiréis porque tienen el pelo muy largo y caminan al revés pero, no os preocupéis, solo devoran a aquellos que dañan el ecosistema...
Otra forma muy divertida de conocer Samaná e interactuar con los habitantes del lugar es una excursión en buggie, en la que existe la posibilidad de sumergirse en las aguas de algunas de las ensenadas más sublimes de esta península, como playa del Rincón —de las más hermosas de la República Dominicana—, o la inolvidable y salvaje playa de Las Galeras. Además, el tour permite disfrutar con los cinco sentidos de la variada vegetación tropical de Samaná, ya que atraviesa plantaciones de bananas, cacao, aguacates y muchos otros, así como cafetales.
Río San Juan y Samaná representan la promesa de un Caribe primitivo, recóndito y salvaje, más allá de las playas concurridas y el turismo masificado. Un paraíso escondido donde la música (especialmente la bachata), el color, la alegría y la naturaleza son protagonistas indiscutibles.
Guía práctica
Desde España y Portugal, Soltour es el único touroperador que organiza viajes a Samaná y dispone de gran variedad de resorts todo incluido que se adaptan a las necesidades de cada viajero. Entre ellos el Bahía Principe Grand El Portillo, focalizado en el turismo familiar; el Viva Wyndham V Samaná, un adults only ideal para escapadas románticas; o el Bahía Príncipe Grand Samaná, un coqueto hotel boutique donde olvidarse del mundanal ruido contemplando las impresionantes vistas de la bahía de Samaná.
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