Ir al contenido
_
_
_
_
Blogs / El Viajero
El blog de viajes
Por Paco Nadal

Viaje a Yunnan: la China de terrazas de arroz, templos y casas de tejado curvo

Un recorrido por una de las provincias más singulares y multiétnicas del país asiático, que empieza en los arrozales de Yuanyang y termina en la idílica Shangri-La

Terrazas de arroz en la provincia china de Yunnan.
Paco Nadal

Más que un país, China es un continente. La diversidad de hábitats, paisajes y culturas que alberga es asombrosa, y varía de las frías llanuras de Harbin, en la antigua Manchuria, al noreste, donde un día normal de invierno hacen -25º y la mayor atracción es el Festival Internacional de Esculturas de Hielo y Nieve, a la Depresión de Turpan, en la desértica región de Sinkiang, donde en verano los termómetros alcanzan fácilmente los 50º. Una buena muestra de esta diversidad es la provincia de Yunnan, en el extremo suroeste del país: con una extensión algo menor que España (394.000 kilómetros cuadrados) varía de las selvas tropicales y los arrozales del sur, fronterizos con Myanmar, Vietnam y Laos, a las laderas del Himalaya en el norte, donde la cultura y el paisaje son eminentemente tibetanas. Además, es la provincia con más etnias minoritarias. De las 56 etnias oficiales del país, 26 habitan aquí. Por eso, un viaje por esta singular provincia es una inmersión en la China más desconocida, más tradicional y más variada.

Si empezamos de sur a norte, la primera parada sería en las terrazas de arroz de Yuanyang, a siete horas de carretera de Kunming, la capital de Yunnan. Un paisaje irreal, declarado patrimonio mundial de la Unesco en 2013, y es una de las más bellas interacciones entre el hombre y la naturaleza. Los hani, un pueblo que llegó hace más de 1.000 años a las laderas de las montañas Ailao, desplazados de las fértiles llanuras por otros pueblos más fuertes, empezaron a abancalar las laderas como único recurso para obtener el arroz imprescindible para su dieta. El resultado: más de 11.000 hectáreas de montaña escalonadas con un juego imposible de curvas y simetrías. Entre octubre y marzo, cuando las pozas están llenas de agua, pero el arroz aún no ha brotado, es un espectáculo ver amanecer sobre ellas desde un punto de vista elevado, deleitándose con el juego de luces y colores que mutan en el espejo de agua de los bancales. Entre mayo y septiembre, cuando el arroz ha brotado, el paisaje se convierte en una paleta de verdes eléctricos y luminosos.

A unas dos horas al norte de Yuanyuang por la carretera G553, que da un rodeo para evitar las montañas, aparece Jianshui, una ciudad de medio millón de habitantes en el sur de Yunnan que conserva una pintoresca calle principal peatonal y una imponente puerta de la antigua ciudad, la Chao Yang Lou, hoy aislada en medio de una ruidosa rotonda. Fue una importante parada en las rutas comerciales entre Yunnan y Vietnam. Por lo que los viajeros paran en Jianshui es por los jardines Zhu, una enorme mansión construida por la rica familia Zhu durante la dinastí­a Qing (1644-1912) en el centro de la ciudad vieja. Está considerado uno de los mejores ejemplos de jardines residenciales del sur de China. El recinto tiene 20.000 metros cuadrados, con más de 40 pabellones y habitaciones. Llevó más de 30 años finalizarlos. Todo el conjunto destila simetrí­a y armoní­a mientras que un ejército de trabajadores, algunos ataviados a la antigua usanza, se afanan a diario por mantenerlo en perfecto estado.

El jardín de la familia Zhu, en la ciudad de Jianshui, Yunnan.

La siguiente parada está ya muy cerca de la capital provincial. Se trata del karst de Shilin, más conocido como el Bosque de Piedra, la típica formación de roca caliza erosionada por efecto de la meteorización que en España conocemos bien (el Torcal de Antequera, la Ciudad Encantada de Cuenca o el karst de Larra-Belagua, en Navarra, son formaciones geológicas similares). Solo que en China, como todo, es a lo bestia. Altos pináculos de caliza modelados por la roca se suceden a lo largo de 350 kilómetros cuadrados. Parecen estalactitas gigantes o árboles petrificados, de ahí su nombre. Buena parte del recinto, reconocido también por la Unesco, está adaptado a las visitas con pasarelas y sendas pavimentadas. Su fama y su cercanía a Kunming hace que lleguen a diarios autobuses cargados de turistas nacionales; una masificación que impide a veces disfrutar en silencio de un paraje tan singular.

Kunming, la capital de Yunnan, es una ciudad moderna de unos ocho millones de habitantes sin demasiados atractivos para el visitante, pero es un buen lugar para hacer noche camino del norte. Te recomiendo aprovechar para ir al Kunming Conference Hall a ver Impresiones de Yunnan, un espectáculo de danzas y coros tradicionales de las etnias de esta provincia creado por la coreógrafa y bailarina Yang Liping. Es un espectáculo soberbio, con una coreografía, vestuario y puesta en escena de primera calidad que ha salido de gira internacional ya varias veces.

El karst de Shilin l Bosque de Piedra, en Yunnan.

Tras hacer noche en la ciudad, es hora de partir hacia el norte aprovechando el tren de alta velocidad que China está construyendo desde Yunnan hasta el sudeste asiático. La siguiente parada es Dali, la única ciudad histórica de esta parte del país que conserva completo todo el perí­metro cuadrangular de sus murallas y sus cuatro puertas. A una de ellas se puede subir de forma gratuita para disfrutar desde arriba de una vista privilegiada de los tejados curvos que cubren la ciudad. Fue capital de un importante reino y creció gracias a la fertilidad de las tierras en las que se asienta, regadas por el lago Erhai. Su casco histórico es perfecto, con las mejores muestras de la arquitectura tradicional china. Aunque, curiosamente, uno de los edificios más notables es una iglesia católica. Fue construida en 1932 en forma de pagoda típica china por la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram, a quien se le confió la evangelización en este remoto territorio. Pero la fama le devora: es uno de los claros ejemplos de cómo el turismo masivo ha terminado por gentrificar por completo el centro, cuyos locales están volcados a esa actividad, que abarrota sus calles todo el año.

Mucho más tranquila y auténtica es Shaxi, a unos 150 kilómetros al norte de Dali. Si saliste de Dali escaldado, Shaxi te enamorará. Fue también, como Dali, aunque mucho más modestas, una estación comercial en la ruta de los caballos y el té, la vía comercial por la que se intercambiaban productos desde el sur de Yunnan hasta el Tíbet. Por fortuna, ha conservado su planimetrí­a de pueblo rural chino en muy buen estado. Su plaza, con todos los edificios originales —uno de ellos, un teatro de madera al aire libre—, es para mí la más bonita de todo Yunnan.

Una de las entradas a la ciudad vieja de Dali.

Siguiente parada: Lijiang. Un sitio que no dejará indiferente a nadie. Por un lado, estamos en una auténtica ciudad china con más de 800 años de historia, declarada patrimonio mundial en 1997. El casco histórico es un estrecho laberinto de calles empedradas y peatonales flanqueadas por casas de madera, ladrillo y tejado de alero curvo típicas de la arquitectura naxi, la etnia mayoritaria en la región, con un sistema de canales y más de 300 puentes de piedra de las épocas de las dinastías Ming y Qing (1368 a 1912). La llaman la “Venecia del Norte”. Pero la fama hace tiempo que se le atragantó. Si te pareció que había muchos turistas en Dali, eso no es nada para lo que te espera en Lijiang. Siempre hay gente en sus calles abarrotadas de comercios para el turismo; y al atardecer empiezan a salir multitudes de no sabes dónde y todo se satura (aún más). En la plaza principal no cabe ni un alfiler y de los bares de copas instalados a lo largo de la calle principal empieza a salir música estridente de los espectáculos de baile y gogós o de cantautores. El ruido, la algarabía y las aglomeraciones hacen daño al sentido común de quien cree que está visitando un lugar reconocido por la Unesco. La ciudad vieja de Lijiang es el epítome de todos los males que conlleva el turismo de masas y descontrolado. Hay que verlo una vez en la vida… pero no sé si te gustará lo que ves.

En contraposición a esta locura consumista y para terminar el viaje con un buen sabor de boca, Shangri-La es todo lo contrario. La línea férrea de alta velocidad procedente de Kunming termina en esta ciudad singular, capital de la región tibetana de Yunnan, situada a 3.380 metros, antesala de las llanuras del Himalaya. Antes se llamaba Zhongdian, pero las autoridades chinas le cambiaron el nombre por el más vendible de Shangri-La, en honor a Horizontes perdidos, la novela de 1933 del escritor británico James Hilton. En el libro, Hilton recreaba un monasterio budista tibetano, de nombre Shangri-La, perdido en los pliegues del Himalaya, lugar de sabidurí­a y eterna juventud donde los hombres nunca envejecían.

Vista aérea de la ciudad vieja de Lijiang, en la provincia china de Yunnan.

Podría parecerse mucho a la principal atracción de esta moderna y real Shangri-La y por el que llegan hasta aquí miles de peregrinos: el monasterio Songzanlin, uno de los grandes centros budistas del país. Un edifico cargado de historia y extremadamente fotogénico, con sus muros de adobe blancos y rojos y sus cúpulas doradas recortado contra las montañas. Fue construido en 1678, durante el mandato del quinto Dalai Lama, y en él viven aún unos 400 monjes vestidos con sus túnicas azafrán que se encargan de mantenerlo en activo.

La ciudad vieja de Shangri-La sigue siendo una auténtica aldea tibetana de casonas de madera y calles enroscadas, a pesar de que en enero de 2014 un incendio destruyó más de la mitad de sus casas. Fue rápidamente reconstruida tal cual era por el Gobierno chino y hoy la única huella que queda de aquella tragedia es el color más claro de las viviendas nuevas en comparación con las que no ardieron. Shangri-La, la antigua Zhongdian, es el final perfecto para un viaje por esta China diferente y tan variada que empieza en las selvas de Indochina y acaba en las llanuras tibetanas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Paco Nadal
Soy periodista de viajes, que no influencer. He hecho del viaje una forma de vida nómada… Y soy feliz así. Viajo por todo el mundo con mis cámaras y mis drones filmando documentales desde los que intento mostrar que el mundo, pese a todas nuestras agresiones, sigue siendo un lugar bellísimo y lleno de gente maravillosa.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_