Ir al contenido
_
_
_
_

Los encantos de Opatija: qué ver en la vieja dama del Adriático

Refugio de la antigua burguesía del Imperio austrohúngaro, este enclave en la costa de Croacia todavía es un agradable destino de verano en el que revivir el ambiente de la Belle Époque

Vista aérea de la ciudad de Opatija, en Croacia.

Mucho antes de que los cruceros surcaran las aguas del Adriático, Opatija era ya la ciudad balneario más visitada del Imperio austrohúngaro. Después de que Venecia se incorporase definitivamente al nuevo reino de Italia, la alta sociedad de Viena y Budapest sustituyó el Lido por esta pequeña localidad croata. Los primeros huéspedes solían acercarse en invierno, convencidos de que la brisa del mar limpiaría sus pulmones como recomendaban los médicos. Con el tiempo, la burguesía se acostumbró a pasar aquí también los veranos. Hoy Opatija sigue siendo un destino muy apreciado por austriacos y húngaros, que se acercan en coche desde sus respectivos países.

Ubicada en la bahía de Kvarner, entre la península de Istria y la costa dálmata, Opatija se extiende a lo largo de ocho kilómetros por un litoral suavemente accidentado. Del viento mistral la protegen las montañas de Učka, un parque natural que recorren los senderistas y que alcanza los 1.000 metros de altura. Desde los hoteles decimonónicos de la población se divisan hacia el sur las islas de Krk y Cres, a las que salen excursiones en ferri casi todos los días.

Aunque ahora Opatija está perfectamente comunicada por autovía con Liubliana, Trieste y Zagreb, los primeros turistas empezaron a llegar en barcas de madera, que pertenecían a los pescadores de la zona. Hasta 1844 lo único que había en este lugar era un monasterio del siglo XV, del que todavía se conserva la iglesia de Santiago. Por este motivo Opatija significa en serbocroata “abadía”. Fue un empresario italiano quien pensó que este era un entorno idílico para construirse una residencia de recreo, y la bautizó con el nombre de Abbazia. Ignazio Scarpa formaba parte de la élite empresarial de la vecina ciudad de Rijeka, en la que convivían bajo el Imperio austrohúngaro distintas nacionalidades y en la que en 1919 el escritor Gabriele D’Annunzio proclamó la República de Fiume. Tal vez este fuera el final de la época dorada de Opatija, pero ya entonces se había convertido en un centro de peregrinación para artistas y personalidades de todo el mundo. Gracias a la llegada del tren y al hotel Kvarner, levantado en 1884 por la Sociedad Vienesa de Ferrocarriles del Sur, la población reunía todas las condiciones necesarias para atraer a los huéspedes más chics. El edificio sigue llamando la atención, con su fachada de columnas y un suntuoso salón de baile que cuelga sobre el mar.

El hotel Kvarner, el primer alojamiento que hubo en Opatija.

Como si fuera Hollywood, en las baldosas del paseo marítimo están grabados los nombres de los croatas ilustres, pero podrían haber incluido también los de la emperatriz Sissi, el escritor ruso Antón Chéjov, el músico austriaco Gustav Mahler o la coreógrafa norteamericana Isadora Duncan. Todos ellos se quedaron prendados de la ciudad balneario. A esta última la invitó el archiduque Francisco Fernando. En su autobiografía cuenta que fue en Opatija donde creó su particular aleteo de los brazos. Lo hizo después de contemplar una palmera azotada por el viento.

Opatija vista desde las aguas del Adriático.

Como sugiere esta anécdota, la riqueza botánica es uno de los rasgos propios de la ciudad. Su peculiar microclima hace posible que crezcan juntos árboles de diferentes latitudes. En sus parques entrelazan sus ramas robles, encinas, limoneros, granados, adelfas, magnolios y mirtos, y también algunas plantas exóticas, como los bambúes y el azahar de la China. En torno a la Villa Angiolina, que en la actualidad es la sede de un museo dedicado a la historia del turismo, se extiende el jardín botánico, con más de 150 especies. Su exuberancia solo es comparable a la del Jardín Americano o de Semiramis, que lo conforman varios parterres en lo alto de una colina, llenos de rosas y coronados por cipreses. Surgió a iniciativa del empresario húngaro Michael Paulus Kuczor, que había hecho su fortuna al otro lado del Atlántico gracias a la pimienta. Las vistas son inmejorables y esconde un secreto: las ruinas de la casa de su antiguo dueño, lo que le da un aire romántico.

Bañistas en la playa de Icici, cerca de la ciudad de Opatija.

Muy cerca de aquí se encuentra la iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación, un templo neorrománico diseñado en 1906 por Carl Seidl. Al mismo arquitecto austriaco se deben el Ayuntamiento de Opatija y varias de las villas que salpican los cerros, todas inspiradas en los palacios de la Toscana. Esto otorga a la ciudad un sentido escenográfico en el que incluso no desentonan los bañistas que ahora se sientan en los chill outs de las calas. Algunos de los más apetecibles son Summer Garden y Lido Sunset Beach, donde se ofrecen desayunos y cócteles desde el mediodía hasta la noche. A la sombra de sus árboles se entremezclan el murmullo del mar y la música electrónica. Los DJs alternan canciones en serbocroata, inglés, italiano y español.

El mariscal Tito gobernó la antigua Yugoslavia durante 35 años. En más de una ocasión visitó Opatija en La gaviota, el barco con el que cada verano surcaba las aguas del Adriático. La calle que todavía lleva su nombre concentra las heladerías más recomendables, como Sladobar, con opciones veganas, o la clásica Perla. El cruce de caminos que ha sido esta ciudad se refleja en su gastronomía, una síntesis de dos de las mejores cocinas de Europa: la húngara y la italiana. En Villa Ariston se sirve buen pescado en un entorno fantástico.

Volosko, un antiguo pueblo de pescadores

El glamur tiene su contrapartida al norte de Opatija. Volosko es un antiguo puerto de pescadores en el que las casitas se encaraman sobre el agua. Parece que su nombre proviene de la divinidad eslava de Volos, dios del reino de los muertos. Es posible llegar andando por el paseo marítimo en unos 40 minutos, pero también tomar el autobús que cada cuarto de hora comunica Opatija con Rijeka. El ambiente es mucho más relajado. Junto al muelle, en la Trattoria Mandrać, sirven platos de cuchara como los garbanzos con sepia o el pulpo a la brasa con acelgas y patata. Además, hay otras opciones caseras si se busca en las calles que trepan por la ladera, hasta llegar a la iglesia barroca de Santa Ana.

La marina del pueblo de Volosko, en la bahía de Kvarner (Croacia).

Las playas de Volosko son las más familiares. Cuentan con toboganes y castillos inflables que hacen las delicias de los niños en un mar que casi no tiene olas. Desde aquí también surgen numerosos senderos que suben por las colinas aledañas hasta parajes rurales o se acercan a calas más discretas, donde está permitido practicar nudismo. La mayoría de los puntos de baño no tienen arena, y normalmente se puede acceder al agua a través de rocas, escaleras y rampas.

En Opatija se sigue respirando el mismo ambiente de la Belle Époque, como si el Imperio austrohúngaro no hubiera terminado nunca de desaparecer. Frente al lugar donde murió en 1891 el conde Arthur Kesselstadt se yergue hoy la escultura de La niña de la gaviota. La pequeña contempla el mar con cierta melancolía, quizá pensando en la tempestad que acabó con la embarcación que llevaba al noble o en el pasado feliz de esta ciudad balneario, lugar de encuentro de italianos, húngaros, austriacos y croatas.

Un barco de pescadores frente a la escultura de 'La niña de la gaviota', en Opatija.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_