Hoy damos mejor clase: reconocer la diversidad enriquece la escuela
Que haya más alumnado con necesidad de apoyo educativo identificado es una buena noticia, porque siempre estuvo ahí

El informe de inicio de curso de CC OO tuvo un eco mediático inmediato: el alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo (NEAE) se ha duplicado en seis años mientras que los recursos no han crecido al mismo ritmo. Los titulares rápidamente han recogido la noticia e insisten en la “dificultad” y la “falta de medios”. Sin embargo, conviene ir más allá de la alarma y preguntarnos: ¿esta dificultad es hoy mayor que años atrás por el hecho de que contemos con más alumnado identificado con necesidades específicas? ¿qué significa realmente que haya más estudiantes identificados con estas necesidades?
La primera idea es clara: que haya más alumnado identificado es una buena noticia. No porque haya “más problemas”, sino porque ahora los vemos antes y mejor. El sistema educativo ha aprendido a detectar lo que siempre estuvo en las aulas. La dislexia, el TDAH, las necesidades educativas especiales… hace una década muchas de estas realidades pasaban inadvertidas, disfrazadas de “vagancia” o “falta de interés”. Hoy, gracias a una mayor sensibilización, un niño con dislexia puede ser reconocido en primaria y recibir apoyo desde el inicio. No es un fracaso, es un avance. Detectar es proteger. Es más, nos encontramos en un modelo de tránsito en el que tratamos de poner el foco no en el diagnóstico del alumno o la alumna sino en los cambios que hay que implementar en el contexto para tener una escuela accesible. Es hora de empezar a hablar de las barreras que hay en los centros educativos más que en la diversidad existente entre las personas ¡que claro que la hay!
Pero aquí aparece la segunda cuestión: diagnóstico clínico y necesidad educativa no son lo mismo. Reducir la conversación a cifras de prevalencia es un error. Que un alumno tenga un diagnóstico de TDAH no implica necesariamente que necesite medidas extraordinarias. Si un centro educativo aplica estrategias adecuadas de organización, ese alumno puede desenvolverse sin requerir recursos adicionales. Y al revés: hay estudiantes sin diagnóstico clínico que sí necesitan apoyos puntuales o adaptaciones metodológicas. La ecuación “trastorno = recurso específico” es demasiado simplista. Y peligrosa.
Las familias no son culpables de querer un diagnóstico; son, muchas veces, las primeras que sienten la angustia de que su hijo o hija no recibe la ayuda que necesita. Que transitan solas por la línea que separa entre señalarse y recibir esa atención. Lo hacen por amor, porque buscan abrir todas las puertas posibles para sus hijos. Y, sin embargo, lo justo sería que ningún padre o madre tuviera que pelear por un papel para que la escuela reconociera derechos que deberían estar garantizados para todos. El currículo debería ser flexible y accesible sin necesidad de justificarlo con un diagnóstico. Mientras eso no llegue, las familias seguirán cargando con una mochila que no les corresponde.
La tercera idea es quizá la más incómoda: este alumnado siempre ha estado escolarizado; la diferencia es que ahora lo identificamos. Hablar de un “boom” de necesidades puede dar la falsa impresión de que vivimos un fenómeno nuevo. No: vivimos un fenómeno cada vez más visibilizado. Y ahí radica la oportunidad. Conocer con mayor precisión las necesidades nos permite planificar, coordinar al profesorado y ajustar respuestas. No basta con reclamar más recursos —aunque son imprescindibles— o con exigir ratios más bajas —aunque sería una mejora en la respuesta—. También debemos recordar que el sistema dispone de medidas generales de atención a la diversidad que muchas veces no se aplican con rigor: metodologías flexibles, trabajo cooperativo, tutorías personalizadas. Hoy contamos con docentes más y mejor formados, con más conocimiento y orientaciones pedagógicas que nunca. El reto es llevarlas al aula. Y claro que es complejo, tan complejo como siempre ha sido. Pero los datos nos dicen que cada vez tenemos más alumnado que permanece más tiempo en el sistema, lo cual es señal del compromiso de toda la comunidad educativa.
Y aquí está la cuarta cuestión, la decisiva: más recursos sí, pero dentro del aula y sin segregación. Porque hay un riesgo que se repite, justificar prácticas excluyentes con la coartada del diagnóstico. Sacar al alumnado de su clase para trabajar aparte, o derivarlo a centros específicos salvo en casos muy excepcionales, va en contra de la Convención de la ONU sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. La inclusión no es un lujo, es un derecho. Y un derecho no se negocia. Por desgracia el aumento de diagnósticos ha venido acompañado de un incremento progresivo en alumnado segregado en centros y aulas específicas de Educación Especial.
Es legítimo y necesario reclamar más recursos. No se trata de restar importancia a las carencias que viven muchos centros ni de romantizar la capacidad del profesorado para sostenerlo todo con esfuerzo personal. La sobrecarga existe y las familias y los equipos docentes tienen derecho a exigir más profesionales de apoyo, ratios más bajas y planes (como los de compensatoria en Andalucía) que están en riesgo de ser desmantelados.
Pero la identificación de necesidades educativas no debe servir para derivar el trabajo que viene haciéndose dentro de las aulas por el profesorado a entornos “especializados”. El profesorado especialista en Matemáticas, Inglés o Lengua Castellana y Literatura deben continuar siendo quienes, en colaboración con otros docentes y especialistas, imparten las materias en aulas diversas y diversificadas.
Por eso, cuando leemos que “se duplican las necesidades” deberíamos traducir: “hemos aprendido a ver más y mejor”. Y cuando exigimos más recursos, deberíamos añadir siempre: recursos para incluir, no para separar. Porque si algo define la calidad de un sistema educativo no es solo cuánto sabe su alumnado, sino cuánto cuida de quienes más apoyo necesitan.
En definitiva: más alumnado identificado no es una amenaza, es una oportunidad. Una escuela que reconoce mejor a sus estudiantes está en mejores condiciones de no dejar a nadie atrás. Lo que necesitamos no es volver a esconder la diversidad, sino aprender a convivir con ella. Transformar los diagnósticos sobre las capacidades de cada alumno en diagnósticos de las barreras de cada aula es hoy más necesario que nunca. Y eso exige recursos, sí, pero también exige voluntad política y compromiso pedagógico. Si convertimos cada diagnóstico en una puerta de salida, habremos fracasado.
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