Una esperanza de hierro para Guinea-Conakry
El Gobierno local inaugura el yacimiento de Simandou, con el que espera abandonar el vagón de cola en África e impulsar su desarrollo


Simandou. Es una de las palabras más repetidas últimamente en Guinea-Conakry, un término que está presente en todos los carteles, en todas las conversaciones, en todos los discursos políticos. En realidad es el nombre de una remota cadena de montañas en el sureste del país. Allí se encuentra la enorme mina de hierro inaugurada el pasado mes de noviembre que representa la esperanza de todo un país de salir del vagón de cola de África y alcanzar la meta soñada del desarrollo. Simandou 2040 es el programa de emergencia sostenible diseñado por el Gobierno guineano al amparo de esta explotación minera, que pretende dar un impulso a la economía, la salud, la educación y los transportes. Las expectativas cabalgan a la altura de la propia mina, una de las más grandes del mundo.
La presencia de hierro en esta zona es conocida desde hace siglos, pero hasta hace unos 30 años no se dieron los primeros pasos para su explotación industrial. Uno de los desafíos era su traslado hasta la costa para poder exportarlo y, para ello, se ha construido una línea férrea de 650 kilómetros que atraviesa el país de este a oeste. Las cifras marean. Se calcula que hay unas reservas de 4.000 millones de toneladas y se espera alcanzar un ritmo de extracción de 120 millones de toneladas anuales, para lo que se han invertido unos 18.000 millones de euros y se ha construido un nuevo puerto en Morébaya, a unos 100 kilómetros de la capital.
Si en 1996 el gran promotor de la mina fue la multinacional británica Rio Tinto, los vaivenes sufridos por el país desde entonces, los cambios geopolíticos y los avatares que ha atravesado el proyecto han provocado que, en la actualidad, el pastel esté mucho más repartido. Tres empresas chinas son las grandes protagonistas, los grupos públicos Chinalco y Baowu y el consorcio chino-singapurés WCS, además de la propia Rio Tinto y del Gobierno guineano, que participa al 15%. Para Pekín se trata de un proyecto estratégico con el que pretende reducir su dependencia: China es el primer país consumidor de mineral de hierro del mundo, y solo es el tercero en producción detrás de Australia y Brasil.
Presencia china
Con la salida de los primeros barcos desde Morébaya el pasado mes de noviembre, la mina de Simandou está oficialmente en funcionamiento. A la inauguración asistieron el viceprimer ministro chino y los presidentes de Gabón y Ruanda, todos ellos acogidos con gran pompa por el general Mamady Doumbouya, el militar que en 2021 dio un golpe de Estado y se asentó en el poder como presidente interino de Guinea-Conakry, quien ha capitalizado Simandou como su gran logro, un viejo sueño que ha conseguido desatascar. El 28 de diciembre se presenta a las elecciones para seguir en el cargo, y los trenes que ya circulan cargados de mineral de hierro con la promesa de un futuro lleno de cambios y mejoras son su principal reclamo electoral.
El problema es que muchos guineanos ya conocen esta música. El país lleva décadas siendo uno de los grandes exportadores mundiales de bauxita, pero su población no llega a ver los beneficios. Con una tasa de pobreza del 52%, según el Banco Mundial, se encuentra entre los 20 países más subdesarrollados del mundo, según el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas. Lo llaman la paradoja guineana. Para romper esta maldición, el Gobierno promete aprovechar su 15% de participación en Simandou, así como las tasas y los impuestos, para invertir unos 43.000 millones de euros entre 2025 y 2030 en infraestructuras, agricultura, educación y energía. Su previsión es triplicar su potencia eléctrica para dar el gran salto y pasar de exportador de mineral de hierro a productor de acero. Ese es el gran desafío.
Sobre el terreno, los residentes de las montañas de Simandou temen a la contaminación del agua y a la desaparición de sus cultivos. “El proyecto ya está destruyendo hábitats naturales, contaminando fuentes de agua, perturbando ecosistemas y dañando los medios de vida de las comunidades”, asegura Simandou Aware, un colectivo que defiende los intereses de los pueblos de la Guinea Forestal. “No estamos contra la mina, solo queremos ser escuchados”, concluye.
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