El BCE hace una pausa en las bajadas de tipos con la inflación bajo control
El Eurobanco ha decidido este jueves dejar el precio del dinero en el 2%, sin cambios por primera vez en un año, y afronta un periodo de rumbo más incierto


Las buenas inversiones son aburridas, dijo una vez George Soros. Con los bancos centrales ocurre tres cuartos de lo mismo: cuando sus mandatarios parafrasean al Mario Draghi de la crisis del euro, los titulares encajan, pero algo en la economía está fallando. Ocurrió durante el trance inflacionista, pero una vez pasado lo peor del temporal, el Banco Central Europeo se ha empeñado en ser el campeón del tedio: llegaba a esta cita tras siete recortes de tipos de interés de 25 puntos básicos en siete reuniones, todos ellos convenientemente anticipados por el mercado, que reducía así al mínimo la volatilidad de acciones, bonos y divisas al anunciarse la decisión. Fráncfort ha puesto fin este jueves a esa racha, tan repetitiva y machacona como efectiva: el BCE ha dejado los tipos de interés intactos en el 2%, algo que no sucedía desde hace un año, y abre una nueva era, más enrevesada, menos clara, en la que sus movimientos se antojan más impredecibles.
La despedida a esa etapa de bajadas de tipos se materializó con la unanimidad del Consejo de Gobierno, con el mismo espíritu estable y previsible de los encuentros precedentes. “Las presiones inflacionistas internas han continuado relajándose y los salarios están creciendo más lentamente”, señaló en su comunicado. La pausa se daba por descontada ante una inflación que cerró junio justo en el 2%, la cifra inscrita en letras de bronce en el mandato de la institución que preside Christine Lagarde. “La economía, en conjunto, ha demostrado hasta ahora capacidad de resistencia en un entorno internacional difícil”, celebraba el texto.
Abundando sobre el tema, Lagarde reconoció en rueda de prensa que parte del robusto crecimiento del primer trimestre en la zona euro, cuando la economía mejoró un sorprendente 0,6% del PIB, se debió a la distorsión de Irlanda y a un adelanto de las compras en Europa por parte de empresas estadounidenses para evitar aranceles. Sin embargo, puntualizó que no se puede achacar todo a esos dos factores, porque la inversión y el consumo también mejoraron, y la tasa de desempleo, en el 6,3%, roza sus mínimos históricos.
Pese a las cautelas habituales sobre el impacto de un eventual empeoramiento de la guerra comercial —la negociación entre la UE y EE UU parece encaminada, pero con Trump de por medio nada está garantizado—, los miembros del BCE se marchan de vacaciones dejando atrás un panorama que ya quisiera para sí el vilipendiado Jerome Powell. La Reserva Federal hace tiempo que no conoce la monotonía. Ni en las cifras, con recortes agresivos de tipos en septiembre, ligeros en noviembre y diciembre, y parón desde entonces ante el temor a un repunte inflacionista por los aranceles. Ni en su quehacer diario, bajo el incómodo fuego cotidiano de las invectivas de Donald Trump, que en la noche de este jueves se prevé que pise por primera vez su sede con intenciones poco amistosas.
Los números del BCE sí parecen cuadrar, pero si Lagarde abre durante el descanso estival alguna aplicación ligada al trabajo, seguramente sea la de la evolución del mercado de divisas. “Un euro más fuerte podría llevar la inflación por debajo de lo esperado”, citó en la lista de riesgos. Aunque el BCE ha prestado escasa atención al tipo de cambio en el periodo pospandemia, la apreciación de la moneda única está ganando posiciones en la lista de preocupaciones, con la cota de los 1,20 dólares como límite de lo aceptable. “Algo más allá de eso sería mucho más complicado”, reconoció a comienzos de mes en Sintra el vicepresidente Luis de Guindos.
Lagarde matizó las palabras de su número dos. “No ponemos ningún objetivo en el tipo de cambio. Lo vigilamos porque importa para nuestra previsión de inflación”, afirmó. El objetivo de inflación del BCE es simétrico. Es decir, considera igualmente indeseables las desviaciones positivas y negativas. Y un euro demasiado fuerte tiende a tirar de la inflación hacia abajo, porque las compras en el exterior de materias primas se abaratan, reduciendo así la factura en productos clave como el petróleo o el gas.
Esa amenaza, la de una inflación demasiado baja, da argumentos al sector más paloma del Eurobanco para reclamar nuevos recortes de tipos. Máxime cuando el BCE, a diferencia de la Fed, se encuentra al final de su ciclo de flexibilización, y a priori, las futuras rebajas de tipos en EE UU —cuyas tasas están aún en un rango elevado del 4,25-4,50%— deberían seguir desinflando al dólar. Las correlaciones de los manuales de economía, sin embargo, se han vuelto menos fiables por la influencia de otros factores, como la presión de la Casa Blanca sobre Powell, la incertidumbre política o las preocupaciones sobre la sostenibilidad de la deuda de EE UU.
Negociaciones comerciales
A siete semanas de la próxima reunión de septiembre, existe una amplia división sobre qué hará el Eurobanco. Los mercados otorgan prácticamente las mismas posibilidades a un recorte de 25 puntos básicos y a una prórroga de la pausa para el próximo encuentro, aunque dan por hecho que habrá una rebaja en el segundo semestre, y si no es en septiembre, sería en octubre o diciembre.
También hay brecha en las declaraciones de los miembros del Consejo de Gobierno. Mientras halcones como el gobernador del banco central austriaco, Robert Holzmann, y la alemana Isabel Schnabel, se han mostrado reticentes a volver a la senda de bajadas, otros como el gobernador del Banco de Finlandia, Olli Rehn, el francés François Villeroy de Galhau, y el italiano Fabio Pannetta ven margen para actuar. Preguntada sobre esas diferencias internas, Lagarde sostuvo que son normales, y que su trabajo al frente del BCE es generar mayorías, algo que sobre el papel se volverá más complicado en los meses venideros.
Ese próximo 11 de septiembre, el BCE presentará además su actualización de las previsiones de crecimiento e inflación. Y muchas cosas pueden pasar en el camino. La más relevante es el cierre de un acuerdo comercial entre Bruselas y Washington, que puede resolverse favorablemente de manera inminente con un arancel del 15% para las exportaciones europeas. Un pacto a imagen y semejanza del firmado entre EE UU y Japón que evitaría el peor escenario del 30% con el que amenazó Trump a la UE si no se lograba una salida antes del 1 de agosto, y despejaría de un plumazo una de las grandes incertidumbres que sobrevuelan las predicciones del equipo de análisis del BCE.
¿Supondría ese trato un estímulo económico lo suficientemente importante como para reactivar el crecimiento, empujar la inflación al alza, y devolver a un primer plano el debate sobre subidas de tipos puntuales? “En el futuro lo veremos. No excluyo nada”, respondió Lagarde, que mantiene así el guion de un enfoque basado en datos y reunión a reunión. “A los mercados les gustaría tener mas anticipación de la senda de tipos. Lo sé. No. No es posible. Pero estamos bien posicionados para esperar y ver”, dijo antes de desear a todos unas buenas vacaciones.
Cambio en el Banco de Portugal
El gobierno portugués nominó este jueves a Álvaro Santos Pereira, economista jefe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, como el próximo gobernador del banco central para suceder a Mario Centeno, cuyo mandato terminó formalmente el 19 de julio. El portavoz del Ejecutivo, António Leitão Amaro, explicó en una rueda de prensa tras una reunión del Consejo de Ministros que Santos Pereira tendrá que someterse ahora a una audición en la unicameral Asamblea de la República, y a su visto bueno antes de ocupar el puesto. El aspirante fue ministro de Economía entre 2011 y 2013, durante el Ejecutivo del conservador Pedro Passos Coelho y se destacó por defender las reformas estructurales durante el periodo de la troika en Portugal. Después, se apartó de la política activa aunque ha mantenido una presencia en el debate económico internacional.
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