Impuestos y democracia
Durante la última década destacados economistas han propuesto gravar a los ultrarricos como sistema más práctico y eficiente


Siete economistas galardonados con el premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas, conocido como Nobel de Economía, propugnan un impuesto mínimo del 2% a la riqueza de los multimillonarios de todo el mundo que permitiría recaudar 250.000 millones de dólares (212.000 millones de euros). La iniciativa firmada por Daron Acemoglu, George Akerlof, Abhijit Banerjee, Esther Duflo, Simon Johnson, Paul Krugman y Joseph Stiglitz, recogida por Le Monde, propugna gravar exclusivamente la fortuna de los 3.000 individuos más ricos del mundo, que pagan entre el 0% y el 0,6% de su patrimonio en el impuesto individual sobre la renta. Mucho menos que el contribuyente medio.
El propósito de la medida es hacer frente a todas las formas de optimización fiscal, a la que recurren las grandes fortunas, y que explica su baja o nula contribución. Según los economistas en los países europeos, esta optimización fiscal se realiza mediante la creación de holdings familiares en los que acumulan los dividendos de sus empresas fuera del alcance del fisco. Este mecanismo fue prohibido en Estados Unidos en 1930 y esto explica que las grandes fortunas en Estados Unidos pagan más impuestos (alrededor del 0,6% de su patrimonio), que en Europa, donde en países como Francia tributan solo el 0,1%.
En Francia, la Asamblea Nacional aprobó el pasado febrero una ley que creaba un impuesto mínimo del 2% a los patrimonios superiores a los 100 millones de euros. La norma permitiría asegurar que los ultrarricos contribuyeran a las cargas comunes en la misma proporción que el francés medio. La iniciativa que simplemente trataba de acabar con los privilegios de los multimillonarios, fue rechazada por el Senado el pasado junio.
Durante la última década, destacados economistas han lanzado diversas propuestas dirigidas a grabar directamente la riqueza como sistema más práctico y eficiente. En 2014, el economista francés Thomas Piketty, en El capital en el siglo XXI, demostró que el aumento de la desigualdad se debía a que el rendimiento del capital crecía más rápido que la economía en general. Por esta razón propuso un impuesto mundial y progresivo sobre el capital.
El año pasado, el economista francés Gabriel Zucman, tras recibir un encargo del G-20, propuso aplicar un impuesto mínimo del 2% a los millonarios con patrimonios superiores a los 100 millones de euros. La medida neutralizaría además los sistemas fiscales regresivos europeos y permitiría recaudar 67.000 millones de euros en la UE y 5.200 millones en España. En junio, Brasil y España presentaron una iniciativa global para tasar las fortunas de los ultrarricos a la que se han sumado Sudáfrica y Chile.
El pago de impuestos es el fundamento de las democracias representativas. Los ciudadanos deben decidir cuánto se paga en tributos y en qué se gasta. Piketty actualizó este principio a la actual economía financiarizada. Cree que hay que grabar el capital para que “la democracia pueda retomar el control del capitalismo financiero globalizado de este nuevo siglo”. Lo que está juego no es una distribución más o menos justa de los impuestos, sino la misma democracia.
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