Sin perdón
Ya es mala pata que a don Alfredo Pérez Rubalcaba le haya tocado iniciarse en el delfinato con un marrón marroquí de marroquinería fina. Lo digo sin ánimo de ofender y sin ánima de ofendida. Es una constatación: la de que Marruecos nos la ha metido doblada por el Ministerio del Interior según se sale hacia la izquierda, es decir, hacia la Vicepresidencia.
Es don Alfredo un buen gobernante, que tiene muy controlada la medida de la mendacidad útil. Por eso resulta doloroso verle secundar con donaire, estando pero como si no estuviera, el folletín que nos ha colocado su homólogo: que los saharauis se están haciendo de Al Qaeda.
Si ello fuera cierto deberíamos echarnos a temblar. Pero aún no lo es. Aunque actuaciones como las de las últimas semanas resulten, a la postre, más eficaces que una oficina de reclutamiento para terroristas: abonan ustedes con gracejo sin igual el campo de la ira. Díganle a un pueblo pequeño y sin poder ni futuro para sus hijos que ha sido abandonado para siempre, y con sus palabras sembrarán el dolor del futuro. Tal es el mensaje que unos y otros acaban de expandir sobre el desierto.
Entremedias, Rubalcaba ha pedido a su colega que deje entrar en El Aaiún a unos cuantos periodistas españoles. Es innecesario, señor. Yo me estoy quitando de recibir informaciones, las que sean, de lo que ha ocurrido o está ocurriendo entre jaimas. Escucharles a ustedes lo dice todo. Eso, y saber que, en el séquito del ministro del Interior marroquí que ha visitado al nuestro, viajaba un tipo involucrado con el asesinato del opositor Ben Barka (París, años sesenta).
Perdido el relato de la realidad de esos días, enviemos a creadores de ficción que, al menos, compitan con la fértil imaginación de Rabat.
Tal como van las cosas, empieza a resultarme más fácil votar a los socialistas que perdonarles.
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