La rebelión de los toros

A propósito del artículo de Fernando Savater, Rebelión en la granja, publicado en EL PAÍS el 16 de marzo, no sólo los profesores de filosofía, sino cualquier ser que piense con su propia cabeza, sabe bien que muchas cosas que parecen argumentos en realidad no valen como argumentos.

Que una práctica haya sido históricamente constitutiva de un modo de vida no avala su legitimidad para el presente o el futuro: de lo contrario, casi cualquier reforma sociopolítica resultaría injustificable. Igual que se dice "la civilización humana se basa en el maltrato de animales", cabría decir que se basa en el sojuzgamiento de las mujeres o en la guerra.

La "irreductible desdicha de existir" puede atenuarse un poco, en felices ocasiones incluso más que un poco: una de las vías para ello es reducir el sufrimiento ajeno que depende de nuestras propias prácticas prescindibles.

Por lo demás, quienes de forma coherente deseamos la prohibición de las corridas de toros -reconociendo los valores estéticos y existenciales en juego, aunque no todas las formas de deleite estético son moralmente aceptables, claro- también buscamos la abolición de la ganadería industrial. La civilización se conserva y avanza, si acaso, cuando logra distanciarse de su matriz atávica...