Palabrotas

La gente no tendría por qué sorprenderse de que Esperanza Aguirre diga palabrotas. Ni de que éstas se reproduzcan en su integridad en los medios del orbe español. Ahora, en España, como decía Eugenio d'Ors de las conferencias, las palabras las dices o te las dicen. La gente cree que van en el paquete de lo que antes se llamaba libertad de expresión.
La expresión libertad de expresión es una piedra en la que ahora se amparan los que insultan (o dicen palabrotas) para meter el ajo en el ojo ajeno, o la viga. Insultan en las teles, insultan en las radios, insultan en los periódicos. Un periodista culto le espetó a una entrevistada:
-¿Ha conocido usted varón?
Lo que sorprendió no fue la pregunta en sí, que era como una mala palabra, sino que la entrevistada, una parlamentaria veloz para responder a otros, no le lanzara una palabrota ante semejante exabrupto.
Así que a mí lo que me sorprendió de la palabrota de Esperanza Aguirre no fue que la dijera ante un micrófono abierto ("me han cogido con el carrito del helado"), sino que ella considerara que el problema se reducía a haberla dicho ante una grabadora. Me sorprendió, eso sí, el apócope al que sometió la construcción gramatical de la que se deduce su insulto, que no voy a reproducir aquí porque no me gustan los apócopes. Ahora, con los SMS y otros elementos de la prisa cibernética, parece que todo ha de decirse en apócope.
Me preguntaron a qué obedece esta libertad de lenguaje que se le ha pegado al insulto. Con el permiso de Esperanza Aguirre, que fue ministra de Educación y Cultura (de las dos cosas, nada menos), lo que falla en este país es educación y cultura, con minúsculas o con mayúsculas, como ustedes quieran. Si alguien considera que el problema es que te graben, y no que lances el apócope contra un compañero, es que tiene rotos los cuadriles del razonamiento, que le han fallado los remos del autocontrol. Y en la vida pública, como en la vida privada, te expones a que te devuelvan la medicina. Y si nos ponemos ahora a lanzarnos medicinas a la cara, esto va a terminar, otra vez, como el rosario de la aurora.
Cuando éramos chicos visitábamos el diccionario para ver qué decía de lo que no se podía decir. En casa no había diccionario, así que le pregunté a mi madre por lo básico, y ella me dijo: "El coño es una maceta / donde se planta el carajo / y si no retoña el gajo / dale parte a la puñeta". A mi madre le daba apuro que yo repitiera eso, pero viendo lo que hay en el mercado pensaría que eso que ella decía en cuarteta era un pellizco de monja al lado de lo que dice mi presidenta cuando descuida el carrito del helado.

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