Melonar
Se veía venir. Que tres grupos de sabios del Consejo Superior de Investigaciones Científicas demuestren el parecido entre los genomas del melón y el ser humano, explica, por fin, muchos despropósitos a los que asistimos. Sobre la política y sucedáneos, la genética revela más información que las ciencias sociales. Dejen, pues, tranquilos a los chimpancés y centren su mirada en los melonares que florecen en nuestras principales instituciones. El caso Gürtel, más allá de la muestra charcutera y sus formalidades procesales, derivará con el tiempo en un tratado de referencia sobre tipologías y comportamiento de ciertas especies en determinados campos de cultivo. La última visita del Papa, famosa por tantos aspectos ajenos al negociado de las almas, suministrará sin duda abundantes datos para la investigación científica. Según el sumario de la trama que le disputa a Stieg Larsson la popularidad en lecturas de policías y ladrones, la empresa audiovisual adjudicataria del evento subcontrató trabajos de sonorización y montaje de pantallas con una constructora leonesa, que a su vez echó mano de firmas sevillanas para el servicio. Luego dirán los bolcheviques que la derecha no reparte riqueza por el solar patrio. En algunas sociedades civilizadas, cuando hay que colocar un grifo, llaman al fontanero. Para instalar una pantalla de televisión, aquí llaman al de los alicatados.
El presidente de la Diputación de Valencia, otro genio de las finanzas, pagó más de 200.000 euros por el alquiler de 70.000 sillas para la misa papal. No salieron de su bolsillo, por Dios, pero que abonase esa fortuna por alquilar lo que habría podido adquirir en propiedad por menos dinero, hunde sus raíces en el famoso piano de TVE. Desde el tardofranquismo hasta bien entrada la transición, cada dos por tres se alquilaba un piano para amenizar la programación. El día que se abrieron paso los auditores, se descubrió que con los fondos destinados al alquiler se habrían comprado teclados para todos los George Gershwin nacidos y por nacer.
La última oleada de casos emergidos desde las cloacas revela que los caminos del fraude son extensos y fructíferos como los surcos del melonar. Ante el hedor y las salpicaduras, instituciones y partidos políticos apelan a la honestidad, transparencia, legalidad, presunción de inocencia y bla, bla, bla, pero no se aprecian muchas ganas de cambiar las reglas del juego ni mejorar la calidad democrática. Los que dictan el Boletín Oficial del Estado tampoco impiden las transacciones con paraísos fiscales. Sin escondite para el botín, las probabilidades de meter mano en la caja se reducen. Pero, en todo caso, habrá que esperar el dictamen del CSIC cuando completen la secuencia genética del melonar. Queremos saber.
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