El marciano es el rey

Ronaldo debería eliminar inmediatamente el lunático corte de pelo que lució frente a Turquía. No está aquí para competir con Beckham por lo accesorio, y hasta resulta feo que acepte un desafío para el que no está llamado. El Mundial comenzó con la pesadez de Beckham, cada vez más alejado del fútbol y cada vez más cerca del devastador famoseo que suele acabar con la carrera de buenos jugadores, y está a punto de retornar a un territorio feliz, el que abandonó Ronaldo hace cuatro años en Francia. Ahora que Ronaldo está decidido a recuperar el trono, le sobra todo aquello que le iguala con las artificiosas figuras del fútbol actual. Lo suyo son empresas superiores. Tiene que regresar al minimalismo del cráneo rasurado para que nuestra mirada sólo se dirija al portentoso jugador que lleva dentro.
No es hora de establecer comparaciones con el Ronaldo anterior a la plaga de lesiones. Con éste que circula por el Mundial es suficiente para proclamarle rey. Se ha extendido la idea de que es un Ronaldo menor, lejano al delantero que fue. Son opiniones, pero si fuera verdad sólo serviría para acreditar la tesis de quienes le situaban a la altura de Di Stéfano, Maradona, Pelé y Cruyff. Después de tres años infernales, machacado por lesiones que parecían insalvables, Ronaldo es todavía el mejor delantero del mundo. Lo es porque nadie le alcanza en la suma de ingenio y calidad atlética, a pesar de la quiebra física que se supone en un jugador con la rodilla al bies. Si en su presunta precariedad, marca más diferencias que nadie, ¿a qué jugadores debía remitirse cuando era un purasangre imparable? A los mejores de la historia, sin duda.
Tiene suerte el Mundial con la presencia de Ronaldo. En un torneo deprimente por su vulgaridad, donde casi nadie ha tenido derecho a llamarse figura, el delantero brasileño ha marcado seis goles, ha ganado partidos, ha desplegado en varios momentos sus mejores recursos. Ha demostrado en definitiva que el trono estaba vacante en su ausencia. Zidane se nos queda en monarca interino: de ninguna manera puede discutirle la corona a la clase de jugador que es Ronaldo. Bastó verle frente a Turquía, especialmente en la jugada del gol. Arrancó por el callejón del diez, amagó a izquierda y derecha, se vio rodeado de tres defensas, aceleró y se encontró con un complicado perfil para el remate. Justo ahí, después de haber sido Ronaldo en todo lo anterior, se le ocurrió ser Romario. Remató deliberadamente con la puntera, como solía hacer Romario desde esas posiciones, y no falló.
Con ese golazo, Brasil ganó el partido. Ronaldo se ganó la consideración de mejor jugador del Mundial, algo insospechado hace apenas un mes. Para quién no lo recuerde, la atención estaba centrada en Beckham. Suena a broma, si no fuera por la imbecilidad que se ha adueñado del fútbol, cada vez más atento a lo accesorio y menos a lo fundamental. Con Beckham nos han querido convencer de que lo extrafutbolístico, que ahora mismo representa casi todo en el jugador inglés, le daba la patente de mejor futbolista del mundo. Se ha visto que de ninguna manera. Con Ronaldo se regresa a lo esencial. Sólo hace falta que se corte ese apósito infame de pelo que se ha dejado. Lo suyo no es competir con Beckham en la peluquería. Lo suyo es bastante mejor y más serio: regresar al trono del fútbol.
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