La resurrección de Armstrong y Olazábal
El ciclista y el golfista volvieron a ser grandes campeones tras sufrir graves enfermedades

Es, evidentemente, imposible. Ningún científico daría un chavo apostando por las posibilidades que tiene Javier Otxoa, destrozado física y mentalmente, de volver a ser ciclista profesional, un campeón. Y, sin embargo, cuando Javier Otxoa dice, como dijo hace una semana, que sueña con volver a ponerse un dorsal la situación no deja de recordar la promesa similar del estadounidense Lance Armstrong, hecha en circustancias también dramáticas.
En efecto, pocos daban entonces, en el invierno de 1996, un chavo por las posibilidades que tenía Armstrong, duramente atacado por un cáncer de testículos con metástasis en el cerebro y los pulmones, de volver a ser ciclista profesional. Pero el norteamericano, al que los médicos concedían escasas posibilidades de sobrevivir, prometió que volvería, superó varias operaciones quirúrgicas, le abrieron el cráneo y le tocaron el cerebro, se sometió a tremendas sesiones de quimioterapia, perdió el pelo, se quedó en los huesos y, dos años después, ganó el Tour, una de las pruebas deportivas más duras a las que se puede enfrentar una persona.
Armstrong, tejano, exagerado, prodigio de fuerza de voluntad y autoestima, no sólo superó la enfermedad, no sólo llegó a la fase con la que sueñan los accidentados con secuelas, la de poder hacer una vida normal; no sólo volvió a ser ciclista profesional, sino que volvió al deporte transformado y para bien, siendo un ciclista mucho mejor.
Armstrong escribió su historia, plasmó esta resurrección, esta reconstrucción desde la nada, en un libro, Mi vuelta a la vida. Y no es casual que Hermann Maier, el esquiador austriaco que a punto estuvo de perder una pierna en un accidente, tuviera en la mesilla del hospital ese libro fortaleciendo su ánimo. Una esperanza.
José María Olazábal, más discreto, menos propenso a convertirse en un modelo, no escribió ningún libro contando su historia, pero también resucitó.En el verano de 1997 el golfista vasco, atacado ferozmente por una enfermedad misteriosa que no sabía cómo tratar, sólo soñaba con una cosa: volver a llevar una vida independiente. Diagnosticado media docena de veces, media docena de males, tenía que arrastrarse desde la cama para llegar hasta el cuarto de baño, no podía vivir solo. Ni soñaba con volver a ser jugador de golf.
Un año más tarde, después de que un médico alemán diera con la raíz de su mal, un pinzamiento vertebral, Olazábal volvía ser jugador profesional, a ganar un torneo. Y no pasó un año más sin que, en abril de 1999, Olazábal, el nuevo, volviera a ganar un grande, su grande, el Masters de Augusta.
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