50 pesetas más por cajetilla
La Administración Clinton ha desempeñado un papel nulo en la negociación, pero podía haber sido peor: podía haberla entorpecido. No es casual que el compromiso margine a las autoridades sanitarias (la Food and Drug Administration). Si hubieran estado representadas o hubiera dependido de ellas la revisión o la supervisión de, por ejemplo, los niveles de nicotina de los cigarrillos, el acuerdo habría necesitado un trámite parlamentario que a buen seguro habría terminado con el documento en la papelera por tercera vez en poco tiempo. Las conexiones de la industria con el establishment de Washington han creado demasiados grupos de presión como para que la guerra del tabaco se cerrase en el Capitolio.Y aunque era el último al que le correspondía capitalizar el pacto, Clinton lo hizo. A cambio, dio un impulso al compromiso al mostrar su apoyo al proyecto de acuerdo cuando todavía ningún estado se había comprometido.El presidente supo sacar provecho al recordar la "larga lucha activa contra el tabaco" de su mano derecha y aspirante a sucesor, Al Gore, unido a la industria del tabaco por lazos empresariales de su familia y al drama del tabaquismo por la muerte de su hermana de un cáncer de pulmón.
Alguna asociación de fumadores ha llegado a preguntarse públicamente por qué la industria firma un acuerdo tan costoso cuando tiene posibilidad de ganar los juicios. La respuesta tiene que ver más con la economía que con la lógica: el acuerdo proporciona una estabilidad judicial que tendrá un reflejo inmediato en las acciones bursátiles de las compañías.
En último término será el consumidor el que pague la factura que ahora aceptan las tabacaleras: el precio de la cajetilla tiene garantizada, al menos, una subida inminente de 35 centavos (50 pesetas).
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