Ojo con el perro
El miedo como mensaje político lo usó siempre la derecha. El miedo estuvo en las victorias de UCD. Mientras pudo, y con mucha habilidad, Adolfo Suárez supo jugar con el miedo. Con el miedo al fascismo, concretamente, que podía regresar a España por una doble vía: por el triunfo de Fraga o por la reacción que pudiera provocar en los poderes fácticos -principalmente militares- una victoria socialista. Todo ese miedo se le quitó de golpe a la sociedad española cuando descubrió que tras un poder fáctico, al menos, no había más que un pobre teniente acharolado. Y así, en octubre de 1982, sin miedo, España votó socialismo. Se optó por un hombre joven que en los carteles electorales se fundía ensoñadamente con un cielo azul. Era una estética clásica en la izquierda, y en la izquierda española en particular: un punto naÏf, un punto ligada con esa almibarada estética republicana: -los hombres son buenos y el mañana mejor- que presenta Belle époque, el film de Trueba. Ahora en la estética socialista hay un doberman: se acabaron el cielo, y los pajaritos, y las muchachas libérrimas cuyos hombres se entregan a los acordes del Himno de Riego. No hay duda de que la fealdad del contrario ha facilitado el cambio. Y además, los que dicen que vienen no aterrizan desde un cielo azul, sino que los arrastra un río de fango. Quizá por esto los socialistas han ideado una campana a cara de perro. A mí me parece lamentable la estética perruna. Soy incurablemente español y siempre acabo prefiriendo la honra a los barcos. Pero también comprendo que por vez primera en lo que yo atisbo de España la izquierda ya no sueñe con el paraíso, sino que defienda una frágil y humilde realidad conquistada. Y, en consecuencia -no transijo, pero me enternece-, comprendo que en defensa de un, poder hasta ahora inédito haya acudido a un feo y fiero perro de guarda.
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