Las flores también, matan

La noche del 24 al 25 del pasado mes de febrero una masa olorosa atravesó Madrid, causando molestias olfativas de diversa consideración entre sus habitantes. La Policía Municipal y los bomberos, alertados por las numerosas llamadas de los vecinos, salieron a la calle y persiguieron en sus coches el olor, que parecía desplazarse desde el norte hacia el sur en el sentido de las agujas del reloj. La emanación consiguió burlar el cerco policial.Inmediatamente, y aunque se ignoraba la procedencia de esta emisión, las autoridades se apresuraron a asegurar que no era tóxica, con ánimo, sin duda, de tranquilizar a los habitantes cuyo olfato había resultado agredido., Se manejaron diversas hipótesis que fueron cayendo al paso de las horas, y todo quedó finalmente pendiente de una investigación. Ana Alfageme volvió, sobre el asunto el pasado 15 de marzo para señalar que no habían llegado a producirse las explicaciones prometidas por parte de las autoridades. A estas alturas, y sin otra aclaración más convincente, se me ocurre pensar que aquella manifestación olorosa procedía de una dimensión ajena a la nuestra, que se coló por una de esas grietas que a veces se producen entre los diferentes mundos que pueblan la realidad.
Si te pones a pensarlo, resulta increíble la cantidad de dimensiones que conviven en Madrid sin estorbarse unas a otras, aunque a veces parece inevitable que se mezclen. El pasado 12 de marzo este suplemento publicaba un extenso reportaje de Lara Otero en el que se daba cuenta de la población animal con la que compartimos la existencia. Palomas, perros, gatos, estorninos, ardillas, golondrinas, gorriones, vencejos, son algunos de los animales que habitan en las diferentes dimensiones que se superponen con la nuestra. Inquietante resultaba el número de ratas que recorren nuestras alcantarillas, así como la revelación de que los peces del río Manzanares no son comestibles porque sus aguas, de procedencia doméstica, podrían estar contaminadas. Recordé un artículo sobre las abejas que advertía del peligro de colocar los panales cerca de las autopistas, porque el plomo de los tubos de escape se deposita en las flores y luego, sin saberlo, comemos miel plúmbea, que además de ser más pesada produce daños irreparables en el cerebro. El caso es que todos los desechos que fabricamos acaban por regresar, si no es a través de los peces, a través de las flores. Las flores también matan.
En el reportaje citado había una fotografía de Gorka Lejarcegui en la que se veía a un perro bebiendo agua de una fuente pública como un señor cualquiera. Es lo que decimos, que un ser de otra dimensión, cuya obligación es beber en los charcos, se cuela de repente en la nuestra y utiliza un mobiliario que no le corresponde. Claro, que a veces también nosotros mandamos a gente de nuestra dimensión al mundo de las tinieblas y las ratas. Si quieren comprobarlo, hagan como Günter Grass, que la semana pasada vino a ver el muro de la vergüenza levantado alrededor de Los Focos. No sé por qué se llama así, ya que no tiene luz: si atraviesas la M-40 de noche, verás que las luces de la autopista se interrumpen precisamente a esa altura.
Por eso digo que quizá la masa olorosa que atravesó Madrid el pasado mes podía proceder de alguna dimensión vecina a la nuestra. Ahora bien, como es sabido que los otros mundos están en éste, tampoco hay que rechazar la posibilidad de que ese efluvio gigantesco procediera de la digestión colectiva de algún programa de televisión que vimos esa noche.
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