Pflimlin
Un apellido impronunciable para una república ingobernable. Yo creía que Pierre Pflimlin ya estaría criando malvas demócratas y cristianas en un cementerio de Alsacia, y de pronto resucita para ser presidente del Parlamento Europeo. Para los más jóvenes y para los que han perdido la memoria diré que en los años cincuenta el impronunciable Pflimlin era un personaje habitual en las primeras páginas de la información de Internacional, la única información medianamente informativa que se daba en la prensa española.O le consultaban para formar gobierno o me lo nombraban ministro, o incluso primer ministro, pero Pflimlin siempre estaba allí chupando cámara. "Un apellido impronunciable para una república ingobernable", como decían los editorialistas-franquistas, regocijados ante el espectáculo de las repetidas crisis de la IV República francesa. Joven promesa democristiana, el político alsaciano ayudó a construir el caballo de Troya utilizado por De Gaulle para abatir la IV República y recibió a cambio un ministerio de Estado, naturalmente sin cartera, y luego, en 1962, un ministerio encargado de la cooperación europea, para que se entretuviera y dejara en paz a los jóvenes condotieros degaullistas, una nueva clase política que acabaría enviando al asilo al propio Pflimlin.
La paciencia biológica le ha permitido una resurrección espectacular y políticamente sintomática, porque la presidencia del Parlamento Europeo se la debe a una coalición de cruzada en la que se han reunido las fuerzas tradicionales de la derecha liberal y conservadora con las fuerzas de repuesto de la extrema derecha parafascista, tanto la francesa como la europea. Esta alianza prefigura combates futuros, nacionales e internacionales, entre un bloque de derechas coherentes y otro de izquierdas inconexas. De nada ha valido que la izquierda se haya pasteurizado y vaya por la vida y por la historia enseñando la fecha de caducidad. La derecha tiene instinto de supervivencia, y la camisa blanca de Pflimlin no le hace ascos a la parda de Le Pen. Males menores en comparación con otros que la larga vida de El Impronunciable le ha permitido constatar.
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