Nuevo fútbol, nuevos futbolistas
No todos los hinchas se sienten identificados con el jet privado, con el reloj millonario, con la fiesta exclusiva


Si cambia el fútbol, no puede extrañarnos que cambien los futbolistas. Los jugadores actuales son hijos de un tiempo en el que ser famoso da derechos. También representantes de un fútbol que, subido encima de la globalización, aumentó su prestigio social, comercial y cultural. Un buen número de futbolistas ya obran en consecuencia. Aquel futbolista discreto y algo misterioso, mutó en superhéroe, en ‘influencer’, en símbolo identitario. Este verano tuvimos dos ejemplos cercanos.
El festejo del cumpleaños de Lamine no lo colocó por encima del fútbol, sino que fue la expresión genuina de un fútbol nuevo, de un futbolista nuevo. Lamine se envistió de brillo, se rodeó de bufones y de mujeres llamativas, exhibió lujo y poder. Una riqueza de pobre que provocaba ternura en su exhibición. Pero claro, si cualquier pelagatos busca relevancia en las redes haciendo el bobo, cómo no lo va a hacer Lamine, que es un crack con atisbo de genio al que el mundo le rinde pleitesía. La fiesta fue una afirmación de estatus. Hay, en los jugadores actuales, una cuidadosa gestión de la marca personal. Peinados, tatuajes o videoclips hacen del futbolista una figura pop. Y se sienten cómodos teatralizando el éxito. Trabajan y juegan como los dioses, pero proyectan un relato paralelo. El riesgo es perder conexión con el hincha. No todos se sienten identificados con el jet privado, con el reloj millonario, con la fiesta exclusiva. En esa tensión el futbolista se arriesga a dejar de ser “uno de los nuestros”. Supongo que no para las nuevas generaciones.
El otro modelo lo representa Vinícius, jugador también ruidoso, pero con otra aspiración. Los ídolos actuales, insisto en ello, son objetos de una beatificación laica. Y conviene estar vigilantes porque el exceso de éxito, como el exceso de poder, son malísimos para la salud mental. Vinícius tiene, además, la condición de mártir. Le “quitaron” el Balón de Oro, le acecha el racismo, se siente perseguido por la injusticia arbitral. Es como ser tres veces héroe, porque las víctimas, aunque sean cinco estrellas, son glorificadas como nunca por la sociedad. Mucho más dentro del entorno complaciente que rodea a estos nuevos divos. Incluyendo al club y a una parte del periodismo que lo han sobreprotegido. Eso no atenúa la condición de crack mundial. Pero vayamos a su segunda aspiración. Vinícius se prodigó este verano en declaraciones a distintos medios que lo asemejaban a una figura política, racial, cultural. Desde la fuerte proyección identitaria que proyecta el fútbol, se está erigiendo en un modelo social, significándose y convirtiéndose en bandera de tolerancia por los episodios de racismo que sufrió en distintos campos.
Estamos ante dos casos emblemáticos, representados por dos productos sobresalientes del nuevo fútbol. Ellos nos dicen que vivimos tiempos donde ya no es necesario esconder el ego y la ambición. Exhibirse es parte del juego. Son ídolos deportivos, por supuesto, pero también figuras públicas, líderes simbólicos, empresarios, activistas ocasionales… Muy asesorados y mucho más conscientes que las anteriores generaciones del lugar de honor que ocupan dentro de la cultura global.
¿Quién se lo iba a decir al fútbol? ¿Quién nos lo iba a decir a los futbolistas? Si han visto un atisbo de crítica en el artículo, será porque no me supe explicar. O porque se filtró una incomodidad que sin duda tengo, porque vengo de una formación futbolística a la que el olvido va alcanzando a buena velocidad. ¿Pero se puede juzgar a las nuevas generaciones con códigos ya superados? Claro que no. Estos chicos no están equivocados, simplemente son personajes salientes de su época. Y ser una persona de tu tiempo, no es ni bueno ni malo: es inevitable.
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