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Relatos de un amateur
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La llamada

En cada partido que el Betis jugaba en casa su padre le telefoneaba puntual desde el estadio. Sin palabras, los dos, padre e hijo, compartían la música de su club

Real Betis

Después cruzaríamos las calles más peligrosas que el lector pueda imaginar, una suerte de Bronx de los ochenta en versión contemporánea y alemana, y ahí, por un momento, pensaríamos que estábamos perdidos, que desapareceríamos para siempre, que los pandilleros y cafisios y atracadores que nos observaban extrañados desde la penumbra de sus guaridas habían encontrado en nosotros, pobres escritores de bien, las víctimas perfectas. Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.

De la que ahora nos ocupa, la que quiero traer a estas páginas, supe unas horas antes por una llamada telefónica. Fue la tarde de un domingo de octubre. Estaba con Álex Prada, escritor y amigo. Él y yo formamos parte de La Cervantina, selección española de autores y autoras, y nos encontrábamos en Frankfurt, donde el día anterior habíamos disputado un partido amistoso ante Alemania. Aunque perdimos, teníamos el domingo libre, así que aprovechamos la jornada para visitar la Feria del Libro, arramplar con algunos volúmenes, y comer juntos. Caminábamos de vuelta hacia nuestro hotel de concentración cuando a Álex le sonó el teléfono. Lo sacó del bolsillo, murmuró algo así como “ah, es la hora” y tomó asiento en un banco, invitándome con un gesto a hacer lo propio. Pulsó el botón verde de atender la llamada. Pero no dijo hola, ni preguntó quién era. Ni siquiera llegó a llevarse el aparato al oído. En lugar de ello, habilitó el manos libres y se dispuso a escuchar.

Al otro lado comenzó a sonar el himno del Betis, que llegaba a Frankfurt con la característica distorsión que produce el altavoz del móvil unido a la distancia. Observé a mi amigo mientras escuchábamos aquella música que para mí era ajena, pero para él es canto de comunidad y unión y familia: “Luz en la mañana y en la noche quejío y quiebro /Betis, musho Betis, en el mundo lo que más quiero”. Me abrumó la emoción que contenían sus ojos.

Cuando terminó el himno, colgaron al otro lado y retomamos la marcha en silencio. Tardó largos pasos Álex en comenzar a hablar y contarme que la llamada era de su padre, desde su asiento en el Benito Villamarín. Él llevaba años viviendo lejos de Sevilla, pero allá donde estuviera, en cada partido que el Betis jugaba en casa su padre le telefoneaba puntual desde el estadio. Sin palabras, los dos, padre e hijo, compartían la música de su club.

La historia me pareció preciosa. Pero comprendí la emoción que había leído en sus ojos cuando añadió que su padre estaba mal, que llevaba tiempo lidiando con una enfermedad jodida. Seguimos caminando. Aquel momento había provocado una especial intimidad entre nosotros y hablamos y hablamos, de padres, hijos, fútbol, sueños, planes de futuro y anhelos, en una de esas conversaciones en las que las palabras son hilos que suturan heridas y tejen lazos que unen para siempre.

Desde aquella tarde, nos hemos visto poco, Álex y yo. En algún premio literario, en alguna feria del libro. Mucho menos de lo que a mí me gustaría, desde luego. Un día, año y medio después de nuestro viaje a Frankfurt, me mandó un mensaje contándome que su padre había muerto. Lo ha hecho en paz, escribió. Lo leí desayunando. Recuerdo que la pena me acompañó en mi rutina muchos días, en los que recordé aquella llamada de la que fui privilegiado testigo, y todo lo que contaba sobre el amor y lo que de verdad es esa cosa llamada fútbol, los colores compartidos, los lazos entre un padre y un hijo.

La siguiente vez que estuvimos, tiempo después, Álex me dijo que tenía algo que contarme. Sonreía ilusionado, como si hubiera esperado a verme para revelar algo importante. Resultó que su padre, antes de morir, dejó encargado a un compañero de grada que cada partido, cuando vaya a comenzar el himno, llame a Álex. Me contó que el teléfono, pues, sigue sonando. Ahora era yo el emocionado. Escuchándole, pensé que lo que el Betis une no lo separa ni la muerte y que eso es un pequeño milagro y que, si algún día Álex me concedía el honor de contar este relato, esa sería la frase con la que cerraría el texto. Espero que a él, que es mucho mejor escritor que yo, le parezca que está a la altura de su historia y del amor que siente por su padre.

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