Ir al contenido
_
_
_
_
Relatos de una amateur
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Oda a los porteros

Es más fácil enamorarse del que se acerca a la portería que del que vive en ella, pero los buenos guardametas tienen el pedigrí de los héroes

Lev Yashin realiza una parada en 1966.
Natalia Junquera

Tuvo que ser un poeta. Un marinero en tierra, un exiliado, un hombre que sería obligado a retener imágenes para poder recomponerlas mentalmente cuando quisiera. Fue Rafael Alberti quien se dio cuenta de que el jugador que merecía el premio, una oda en la portada de un periódico, por ejemplo, era el portero: Franz Platko. El guardamenta del Barcelona, de origen húngaro, jugaba el primer partido de la final de la Copa contra la Real Sociedad en el Sardinero, el estadio del Racing de Santander. Era 20 de mayo de 1928 y Alberti estaba ese día en la grada. El partido no pintaba bien para el Barça cuando Cholín, delantero de la Real, enfiló el tramo final hacia la portería, al espacio del campo donde el 11 contra el 11 se convierte en un duelo del Oeste.

Para evitar que disparara primero, Platko se lanzó sobre sus pies. Evitó el gol, pero se llevó una patada en la cabeza y empezó a sangrar, con el balón bien aprisionado entre los guantes. Su equipo se quedó con 10 jugadores y Arocha, un delantero, es decir, un futbolista sin manos, ocupó su lugar. Tras recibir seis puntos de sutura, el guardameta regresó al césped con un aparatoso vendaje y salvó el empate. El poeta que aún no sabía que tendría que abandonar su tierra durante casi 40 años, escribió: “Nadie se olvida, Platko / no, nadie, nadie, nadie,/ oso rubio de Hungría./ Ni el mar,/ que frente a ti saltaba sin poder defenderte./ Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más regía/ Ni el mar, ni el viento, Platko/ rubio Platko de sangre,/ guardameta en el polvo/ pararrayos”.

No ha conseguido la humanidad transformar en energía toda la fuerza de una tormenta, pero en cada partido de fútbol hay un hombre que lo intenta. Solo contra los elementos, como Platko, algún portero trata de atrapar el rayo, detener el disparo y convertirlo en otra cosa: de la defensa al ataque. Todo empieza en sus manos o en sus pies. Siempre ha de estar bien colocado, porque al contrario que sus compañeros, no tiene derecho a equivocarse en ningún momento, ya que sus errores se pagan más caros. Pueden ayudarle, asistirle en un saque de esquina o en el lanzamiento de una falta, pero en el tiempo que dure el encuentro habrá un minuto del juego donde el resto de jugadores dependerá por completo de su instinto, de su sangre fría, de su carácter. Si captura un rayo, le recordarán por el que se le escapó esa misma jornada, cuando nadie hace eso con el delantero que pierde una ocasión y enchufa la siguiente en la red. Son determinantes, porque los resultados y, por tanto, los títulos, dependen tanto de marcar goles como de no encajarlos, y sin embargo, pocos les conceden el pedigrí de los héroes. Es más fácil enamorarse del que se acerca a la portería que del que vive en ella.

El Balón de Oro, el Oscar del fútbol, se creó en 1956. Solo en una ocasión se lo llevó un portero: Lev Yashin, del Dynamo de Moscú. Era 1963. En 2019, consciente del problema, la revista que otorga el galardón, France Football, creó un premio específico para ellos que lleva el nombre, precisamente, del único guardameta premiado en casi seis décadas, pero habrá aficionados que ni sepan que existe. También en el cine se crearon distintas categorías para celebrar el talento (mejor actor o actriz de reparto; mejor película de animación; mejor cortometraje o documental...), pero los titulares del día siguiente son para los géneros absolutos: mejor película, mejor actor, mejor actriz.

Platko había llegado al Barcelona para sustituir a Zamora, el portero que hoy da nombre al premio al guardameta menos goleado de la temporada de liga española. Se recicló en entrenador, pasó por el River Plate de Argentina y en 1940 se instaló en Chile, donde fue contratado por el Colo-Colo, que terminó invicto la temporada de 1941. Murió pobre en Santiago de Chile en 1983, a los 82 años. Su tumba, sin nombre, se perdió en el cementerio durante más de dos décadas, hasta que su último club impulsó una investigación para localizar sus restos y trasladarlos al mausoleo de los viejos cracks del Colo-Colo, donde le rindieron un sentido, pero póstumo homenaje.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_