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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

Las medias verdades sacuden la ética del alpinismo

Varios alpinistas de élite, protagonistas de las mejores ascensiones de las dos últimas décadas, han sido ‘pillados’ faltando gravemente a la transparencia y honestidad que exige la actividad

Arnold, Gietl y Huber en el punto de la arista este del Jirishanca desde el que se retiraron. la cumbre, que no se ve en la foto, queda a su izquierda.
Óscar Gogorza

En el mundo del alpinismo, el verdadero dopaje es la mentira. Esto no quita para que se empleen, además, sustancias que en los ámbitos deportivos regulados serían consideradas ilegales y tramposas. Nadie criticó a Louis Lachenal y Maurice Herzog, conquistadores del primer ochomil (Annapurna, 1950), por alcanzar la cima forrados de anfetaminas, ni a Herman Buhl por hacer lo propio en el Nanga Parbat en 1953. Ni a los polacos por usar oxígeno embotellado en sus conquistas invernales de varios ochomiles.

Si la farmacología parece “aceptada” en la montaña, la mentira, en cambio, suscita aversión… e incredulidad. Este verano está resultando prolijo en revelaciones desconcertantes que afectan a una parte de la élite del alpinismo, punta de lanza de estas dos últimas décadas. El último caso, destapado por la revista norteamericana Climbing, deja en evidencia a tres estrellas del alpinismo centroeuropeo: Dani Arnold, Alex Huber y Simon Gietl. Los tres anunciaron a bombo y platillo, el pasado mes de julio, la apertura de una nueva ruta en el Jirishanca, montaña de 6.125 metros extraordinariamente compleja ubicada en la Cordillera peruana del Huayhuash.

De izquierda a derecha, Arnold, Gietl y Huber antes de iniciar su descenso del Jirishanca.

El trío, un auténtico Dream Team del alpinismo, bautizó su ruta como Kolibri señalando que culminaba en la cima este de la montaña… solo que no existe cima este en el Jirishanca. El punto desde el que los tres decidieron descender se encuentra en la arista este, bien lejos de la única y verdadera cima: alcanzaron una zona plana en dicha arista y decidieron bautizarla como “cima”. El terreno que les quedaba por delante, según el gran alpinista norteamericano Josh Wharton, “constituye en realidad el quid de la ascensión”, explicó a la revista Climbing.

Wharton alcanzó el mismo punto que los europeos en 2015, y abandonó. Regresó en 2019 y fue capaz de progresar por la arista… antes de verse forzado a abandonar de nuevo. Finalmente, en 2022 alcanzó la cima verdadera. En ningún momento necesitó inventar nada para justificar sus fracasos previos: la ética del alpinismo solo pide honestidad. Y el éxito no siempre supone pisar la cumbre: a menudo basta con crear un itinerario complejo. Por ejemplo: la ascensión de Wojciech Kurtyka y Robert Schauer al Gasherbrum IV (7.925 m) de 1985, en la que abrieron una ruta escalofriante en su vertiente oeste y no alcanzaron la cima es recordada como la escalada más importante de la historia del himalayismo: ambos llegaron a un hombro en la arista cimera y descendieron para no fallecer, sin que se les ocurriese bautizar el punto más alto alcanzado como una “cima”.

Contactado por Climbing, Dani Arnold reconoce que se dieron la vuelta porque el terreno que les debía llevar a la cima verdadera se presentaba peligroso y difícil de alcanzar. De hecho, en uno de sus comunicados admitieron sin reservas que no buscaron la cima “por razones de seguridad”. Hubiese bastado con dejarlo ahí, pero en vez de tirar de humildad tiraron de creatividad y se fabricaron una cumbre inexistente alimentando un relato que todos podrían entender: suena mejor narrar que se ha alcanzado una cumbre que un punto indeterminado de una arista.

Trazado de la ruta 'Kolibri' al Jirishanca. El punto donde culmina la línea roja no se corresponde con cima alguna sino con la arista este.

Cabe recordar que Arnold es un especialista del solo integral que rivalizó con el desaparecido Ueli Steck en sus récords de velocidad a la cara norte del Eiger. Existe un documental en Netflix titulado Duelo en el abismo en el que se recoge la pugna entre ambos alpinistas. Alex Huber, otro consumado especialista de la escalada sin cuerda, lleva dos décadas llenando auditorios y firmando grandes contratos de patrocinio, mientras que el más joven de los tres, Gietl, es un consumado especialista de la dificultad. Queda fuera de toda duda la dificultad de la ruta abierta por el trío, solo al alcance de los elegidos. Es de aplaudir que reconociesen que no fueron hasta la cima porque escogieron la seguridad. Solo desentona el discurso narrativo con un final feliz tan improvisado como impostado.

Este caso viene a sumarse al folletín del verano protagonizado por el suizo Stephan Siegrist, otra leyenda del alpinismo con un currículo tan extenso como verdaderamente impresionante. Entre sus hazañas figura el encadenamiento en 2004 de las tres caras norte alpinas del Eiger, Mönch y Jungfrau mano a mano con el hoy fallecido Ueli Steck en 25 horas de esfuerzos. El pasado 5 de abril Nicolas Hojac y Philipp Brugger rebajaron la marca dejándola en 15 horas y 30 minutos. Impresionante. Tanto que Siegrist escribió a uno de los patrocinadores de Hojac instándole a rectificar: denunciaba que Hojac y Brugger no habían escalado la misma vía que ellos en el Jungfrau, lo cual arruinaba cualquier intento de comparación.

Según Siegrist, él y Steck escalaron la vía Ypsilon, mucho más compleja que la vía Lauper escogida por los nuevos recordman para finiquitar la trilogía. Solo que durante 21 años, Siegrist mantuvo en su página web y en su libro autobiográfico que acabaron su periplo escalando la sencilla Lauper. ¿Mentía ahora o mintió entonces? El propio Siegrist lo ha explicado: a su juicio, el encadenamiento de 2004 fue un fracaso parcial puesto que no bajaron de las 24 horas. Visto así, decidieron entonces no incurrir en detalles técnicos y atajaron asegurando que habían escalado la ruta Lauper al Jungfrau… para reconocer ahora que en realidad escalaron una difícil vía situada a su izquierda, con numerosos tramos técnicos que les llevaron horas resolver. Tanta fue la dificultad, revela ahora, que un alpinista les ayudó enviándoles una cuerda desde la cima.

Esta novedad confirmaría que escalaron lo que dicen ahora haber escalado, pero arruina la ética de su comunicación previa: debería haber contado que recibieron ayuda externa. Lo más triste es que, seguramente, ambos récords no pueden ser comparados, aunque para demostrarlo haya quedado probado que Siegrist mintió por omisión. Los alpinistas profesionales ya deberían saber que solo sirve un tipo de comunicación: la de la transparencia y la honestidad. El resto es dopaje.

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Sobre la firma

Óscar Gogorza
Periodista especializado en actividades de montaña y escalada, escribe para EL PAÍS desde 1998. Coordina el blog 'El Montañista'. Dirigió la revista' CampoBase' durante una década y es guía de alta montaña UIAGM.

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