Jonas Vingegaard, el campeón sin fiesta: radiografía de un triunfo marcado por las protestas en defensa de Gaza
Los disturbios en Madrid obligan a la organización de la Vuelta a suspender el final de la etapa y la tradicional ceremonia del podio en Cibeles


Distendido, con una amplia sonrisa que mostraba toda la ristra de dientes porque por algo había conquistado la Vuelta, Jonas Vingegaard (Hillersley, Dinamarca; 28 años) posó al inicio de la etapa de ayer al frente del pelotón, vestido de rojo con una bicicleta que Visma había confeccionado para la ocasión. Después se unieron Almeida y Pidcock, que completaron el podio, además de Pedersen (maillot de la regularidad) y Riccitello (el mejor joven). Aunque en el momento en que trataron de rodar juntos, con los brazos por encima de los hombros del compañero, Vingegaard casi se pega un topetazo, tan poco hábil para manejar la bici sin manos —solo hay que ver que cuando vence en una etapa nunca levanta los dos puños a la vez— como fabuloso cuando de una gran vuelta se trata, pues ya tiene dos Tours de Francia (2022 y 2023), además de esta Vuelta. Pero en esta ocasión fue un campeón sin fiesta, al menos en la Cibeles, eliminada la tradicional ceremonia del podio por los altercados que produjeron por las calles de Madrid los activistas en favor de Palestina y en contra de la ofensiva de Israel en Gaza.
Después de caer de nuevo ante Pogacar en el pasado Tour, Vingegaard habló con los directores de equipo del Visma y confirmó la hoja de ruta planeada desde el inicio de la temporada para alivio del staff. “Iré a la Vuelta”, resolvió. Pero necesitaba un tiempo de reposo y desconexión, de estar junto a su mujer Trine y su hija Frida. Aunque fueron pocos días porque pronto viajó a Francia —a un lugar que desde el Visma no quieren desvelar porque no había injerencias de aficionados—, a un campamento de entrenamiento en llano y no en altitud porque, consideraban, solo tenía que volver a coger el punto de forma. “Y bien que lo hizo”, dice Jesper Morkov, director deportivo del Visma; “¿o es que no se vio en la primera semana?”.
Fue en esos días en los que Vingegaard mostró su poderío, capaz de ganar un sprint cuesta arriba en Lemone Piamonte, ya en la segunda etapa de la Vuelta. Y aunque después perdió el maillot frente a Gaudu por el puestómetro —estaban empatados en el tiempo, pero el francés tenía mejor media en las posiciones de llegada a meta—, el equipo le elevó de nuevo tras la contrarreloj por equipos. “Jorgeson, Kuss y el resto se han entregado al líder desde el principio y han demostrado que son unos gregarios de lujo”, resuelve Morkov; “también porque él es un líder silencioso en el sentido de que no da discursos grandilocuentes. Pero habla con todos y escucha. Es un tipo por el que todos quieren luchar”. Algo que aclaró Kuss antes incluso de comenzar la ronda, allá en la presentación de equipos en la Piazzetta Reale de Turín.
— “¿Cómo estás?”, se le cuestionó.
— “Perfecto porque he hablado con Jonas y me ha dicho que está a tope”, respondió para ejemplificar el papel del gran gregario.
Pero la estrategia del Visma no era ganar la carrera en la primera semana, toda vez que quedaban muchas montañas por delante y el equipo no se quería desgastar tirando del pelotón en cada etapa, controlando todas las fugas. Así que permitieron hacer, siempre y cuando nadie de los teóricos favoritos pusiera tierra de por medio. Y Torstein Tréen, del Bahrain fue el gran beneficiado, portador del maillot rojo durante unas cuantas jornadas. Aunque, entre medias, Vingegaard dio una exhibición en la ascensión a la estación de esquí de Valdezcaray, un terrorífico ataque a 11 kilómetros de meta que descompuso al pelotón y retorció a la élite, al punto de que alcanzó la cima en solitario. “No lo teníamos planeado, más allá de que si se notaba que estaba fuerte, solo tenía que avisar a los chicos de que era el momento”. Y lo fue porque abrió una brecha con Almeida que ya nunca pudo recuperar. Aunque faltó poco.
Resulta que el portugués fue de menos a más, ciclista que como el vino mejora con los años, brújula en el Angliru, hábil para despegarse de todos. O casi, porque Vingegaard fue su sombra, por más que no le dio para atacar. Resulta que el danés cogió una pequeña gripe. “No era cuestión de contarlo a viva voz”, resolvió el corredor el día antes de concluir la Vuelta. Pero fue, precisamente, en esa etapa donde la sentenció, ya en el último muro, en la subida a la Bola del Mundo. Allí, después de sortear una sentada de manifestantes a las faldas de la montaña —“la policía ha hecho un gran trabajo, tuvimos que improvisar, pero me he sentido seguro”, explicó—, arrancó a falta de tres kilómetros. Y si te he visto no me acuerdo, carretera a la gloria. Después, habló sobre los manifestantes: “Todo el mundo tiene derecho a protestar, pero nosotros estamos para correr y es una pena que pase aquí. Pero entiendo por qué lo hacen”.
Aunque en Madrid se multiplicaron los disturbios y la carrera se quedó a medias. Pero eso no privó al equipo, como es habitual, brindar con una copa de champán en el hotel por el campeón sin fiesta. Su equipo, el Visma, coo así el Lidl-Trek, UAE y Q36.5 hicieron su propia entrega de premios en el parking del hotel del Visma.
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