Quizá el francés David Gaudu, de explosión tardía, no entraba en muchas quinielas porque su mejor puesto en una grande fue en el Tour 2022 (4º). No le ayudaba un currículo de grandes actuaciones, aunque puntuales. Tampoco su idilio perdido con los micros de los medios de comunicación, aunque cualquiera puede encontrarle en su canal de Twitch, donde discute sobre videojuegos o tiene conversaciones alrededor del deporte. Y si hay algo que repite es que se madura cuando se puede, que cada uno tiene sus tiempos. Él siempre defendió que su mejor versión sería con 28 años. Los que tiene ahora. Y, según explica en esta Vuelta, podría tener razón.
Tercero en la etapa anterior, Gaudu se laureó en Ceres, capaz de ganar a un especialista como Pedersen, que se quedó sin aire y con las ganas en las últimas pedaladas. Advertidos quedan los demás, un Ciccone que se irá de Italia sin triunfo que festejar, también un Vingegaard que, todavía líder, le aguantó el pulso hasta las últimas pedaladas.
Despuntaba el sol de buena mañana y ya estaba todo preparado en San Maurizio Canavese, tierra de ciclismo con la figura de Giovanni Brunero, que fue el primero en vencer por tres ocasiones el Giro (1921, 1922 y 1926), quizá un antihéroe porque era parco en palabras, lejos de las estridencias de su rival Girardengo o de la belleza de Belloni, el ídolo del público femenino. Pero para San Maurizio no hay otro igual, entregados ahora, sin embargo, a Ciccone, de nuevo envuelto en un baño de masas al salir del autobús.
Sucedió, en cualquier caso, que el inicio de la etapa fue accidentado, pues Raúl García Pierna pinchó en las primeras rodadas y el coche guía no se apartó hasta que cogió al grupo, igualdad de condiciones para todos. Por entonces, ya había varios que se mordían las uñas, ansiosos por entrar en la fuga. Quinn (EF), Verre (Arkéa), Van Boven (Intermarché) y Gamper (Jayco) abrieron brecha, hasta donde lleguen las piernas, hasta donde quiera el pelotón. Ese que comandaba Vingegaard con su maillot rojo, el primero tras 27 amarillos en el Tour, doble ganador de la carrera (2022 y 2023).
Cumplió Verre con su parte de retener el maillot de lunares, acelerón en el puerto intercalado de la etapa que solo Quinn aguantó. Dos contra el mundo —que se quedó solo en Quinn tras la montaña—, guerra perdida a falta de 19 kilómetros. Así, entrados en los Alpes Grayos, la carretera se estrechó, acompañada de pueblecitos desperdigados con casas de piedra y repletas de aficionados que, apostados en los balcones, agitaban las banderas de Italia y hasta alguna Ikurriña. El resto aguardaba en el bar de turno, animados de buena mañana porque festejaban el paso de la caravana de la Vuelta, gritos de aprobación tras el sonar de los cláxones.
Y fue justo ahí, en esos últimos kilómetros, donde se libró la batalla. La carretera, de curvas, limitaba con un pequeño muro de piedra y muchos árboles que hacían de frontera con la vía del tren, también con el río Stura di Lanzo. Paisaje bello que aliñaron los corredores, algunos ya descolgados del pelotón, otros en plena faena. Pocos como el Visma, que cogió posiciones para que Vingegaard controlara a todos, además de para evitar posibles caídas y disputar el sprint. Funcionó.
Porque Ciccone y Aular se quedaron sin gas; porque el resto se quedó atrás, sin opción alguna; y porque por delante solo quedó Pedersen, que empujó y empujó sin premio, además de un Gaudu al que no pudo echarle el lazo. Y, aunque sigue a su sombra en la general, Vingegaard ya sabe que el francés va en serio.
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Redactor de Deportes en EL PAÍS desde 2003. Licenciado en la Universidad Ramon Llull. Ha cubierto una Eurocopa, un Mundial y varias Vueltas a España, además de llevar durante años la información del Barcelona, también del Atlético y ahora de polideportivo.
