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El gran teatro del Tour de Francia, preparado para otro éxito de Tadej Pogacar

Solo la prevista resistencia por quinto año de Jonas Vingegaard parece interponerse entre el esloveno y su cuarta victoria

Tadej Pogacar
Carlos Arribas

Tadej Pogacar asciende las imperiales escaleras, se sienta en el taburete en el foyer neoclásico de la Ópera de Lille y cuando hace una foto con el móvil a las decenas de periodistas que esperan beber de sus palabras —“funny”, musita, divertido, sonriente, carga su responsabilidad de number one único: la ligereza de una libélula en su actuación— es como si fuera Bogart pidiéndole a Sam, tócala otra vez, dale.

La liturgia de emociones que es el Tour comienza a ponerse en marcha. Gran teatro. El caníbal está preparado para el festín, cada vez más a gusto en su vestuario que este año, antes de teñirse de amarillo, es de arcoíris con mangas largas y elegantísimo culotte negro, y su tez sigue siendo clara e imberbe, puntos blancos de adolescente aún, como si fuera Dorian Gray y la vejez, arrugas y miserias de la vida se reflejaran solo en algún Pogacar encerrado al fondo de un armario. Pero no hay pecados ni crueldad. Ni siquiera la fiereza de la diosa que sobre la columna de la gran plaza de Lille enarbola el fuego para encender la mecha de los cañones revolucionarios contra las tropas del rey. Solo deseo y sonrisas, y el augurio de un nuevo replay, el quinto Tour consecutivo resumido en un duelo reducido con su otra cara, encarnada en un danés que aprende a sonreír y a dar ligereza a su tono, Jonas Vingegaard.

Todos los papeles están asignados. Tenores y coro, y segundas voces. Y el libreto, escrito de antemano desde hace más de 120 años, la lucha del ciclista contra sus límites y contra el territorio, contra el destino y contra un enemigo insidioso. Una ópera cien veces repetida, mil veces emocionante.

“Los últimos cuatro años han sido bastante intensos entre Jonas, y creo que este año será más o menos igual”, habla el esloveno, que, a los 26 años, lleva ya tres Tours por dos del danés, pero ganó el primero, el de 2020, cuando Vingegaard aún era una difusa existencia ciclista, un pescadero en un puerto del mar del Norte con la pierna rota. Después, un empate a dos que deberá deshacerse, aun temporalmente en una vuelta más del bucle que es el Tour en la tercera década del siglo. “Será interesante ver si podemos volver a intercambiar los puestos o no, pero nunca se sabe con la llegada de nuevos corredores, alguien puede dar la sorpresa”.

Habla de nuevos porque a sus dos compañeros de podio en el 24, Vingegaard y Remco Evenepoel, ya les noqueó hace nada en la Dauphiné, les redujo a la condición de fatalistas. Habla, en tonces, quizás del biatleta alemán Florian Lipowitz, debutante a los 24, ¿quién sabe? O del danés Mattias Skjelmose o el británico Oscar Onley, dos que disputan su segundo Tour y están en boca de todos. El tercer puesto está a su alcance. En los cuatro años de duopolio, nadie ha repetido en el último escalón del podio en el que han pisado, Richard Carapaz, Geraint Thomas, Adam Yates y Remco Evenepoel.

No habla Pogacar ni de Primoz Roglic ni de Evenepoel, sus ya viejos rivales, y ni siquiera ellos creen en sus posibilidades. “Solo quiero llegar a París para poder tomarme una copa de champagne”, bromea el esloveno viejo, que desde que el compatriota joven le robó el maillot amarillo en la penúltima etapa de 2020 no ha conseguido llegar a París con El Tour. Evenepoel, más simpático aún ante la prensa que Pogacar —maillot Soudal con la cremallera hasta la nuez con un collar dorado olímpico, manga larga también pese al calor operístico en el edificio— llora porque Mikel Landa no estará a su lado cuando se quede solo subiendo montañas y acepta que solo piensa en vestirse de amarillo ganando la quinta etapa, una contrarreloj normanda de 33 kilómetros en Caen. “Ay, Mikel”, lamenta Evenepoel recordando al vasco, quinto el año pasado, que se cayó en Tirana y se rompió la espalda el segundo viernes de mayo en la primera etapa del Giro. “Justo al que más necesito es al que no tengo. Pero, como ya hizo en la Dauphiné, espero que me responda a los mensajes que le envíe cuando necesite consejo”. Y desde Galicia, donde se refugia del calor donde la familia de su mujer para “no sufrir desde casa viendo otra grande por la tele”, Landa responde melancólico: “Le daré algún consejo, aunque sufra solo de verle”.

Y no habla Pogacar de Joao Almeida, que sería otro gran rival, porque corre a su servicio en el UAE, forma parte de su corte. No habla de españoles tampoco, porque los mejores de los 10 participantes no piensan ni en rozarle, solo en resistir, Enric Mas y Carlos Rodríguez, para acabar lo más alto posible en la general, y el gigante Iván Romeo, en sueños de adolescente, en una contrarreloj, una fuga, una tirada.

Pogacar llega de Isola 2000, la altura sobre Niza en la que ganó el pasado Tour, donde se ha concentrado y ha concentrado en su organismo durante tres semanas entrenamientos de calor, digestivos, mentales, dietas de brócoli y de lejía, sesiones de monóxido para medir la hemoglobina y ensayos de parches que miden el intercambio respiratorio. Habla solo de Vingegaard, al que, recordando que sus dos más tristes derrotas —en el col de Granon 2022 y el de la Loze, en 2023— se produjeron en subidas largas y alpinas, de 45 minutos, concede el título de mejor escalador del mundo, y también, recordando duelos pasados perdido, mejor contrarrelojistas a veces. Y en el horizonte, los decorados de siempre para encaminar la acción y la venganza: pasados los 10 primeros días de vientos en la costa normanda, muros provocadores —¿te atreverás a dispersar tu foco como cuando eras niño y gastarte en peleas con Van der Poel, Tadej?— en todas las metas, una contrarreloj y la media montaña de las tierras volcánicas del Mont Doré, llegan los Pirineos ligeros, con cronoescalada, el Mont Ventoux, altura y viento, y, el último jueves, el regreso al col de la Loze sobre Courchevel.

Vingegaard llega desde Tignes, mismo programa en su cuerpo de novedades científicas, y glosa entusiasta la repetición operística como una oportunidad única y aplaude su mejor arma, su fuerza mental. “Que Tadej me dejara atrás varias veces y conseguir remontar, mantener la fe en mí mismo, creo que demuestra lo mucho que puedo aguantar. Es algo que he aprendido con los años, porque no soy un líder nato”, dice el danés, de 28 años. “El ciclismo sería más aburrido, y lo sería para los dos, si ganáramos cada etapa de montaña con dos minutos de ventaja. No tiene ninguna gracia cuando todo es predecible. Por supuesto que me gustaría haber ganado ya tres o cuatro Tours, pero prefiero que tengamos esta rivalidad Tadej y yo a haber ganado cuatro Tours con diez minutos de ventaja cada vez”.

Promesas de amor y muerte, movimientos nunca ensayados, siempre repetidos. Y cuando termina, la catarsis y el vacío. Y otra vez, vuelta a empezar. Otra ronda, otra gira: Pogacar, camino de ser Merckx; Vingegaard, el rival que dará más valor a sus victorias.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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