Los 80 años de Eddy Merckx, el ciclista que devoró a toda una generación
Unas horas con el mejor corredor de la historia en su casa en las afueras de Bruselas: “Cuando tenía 35 años y veía a un hombre de 80, pensaba: ‘Qué viejo, es un viejo’. Y ahora soy ese viejo, hay que aceptarlo”


Eddy Merckx cumple este martes 80 años, los mismos que Joan Manuel Serrat, los mismos que habrían cumplido Txomin Perurena, Tarangu y Luis Ocaña, los personajes que dieron luz e ilusión a la adolescencia de un chico de pueblo fascinado por los ecos del mayo del 68, la sangre de Ocaña en el col de Menté, los colores de los maillots del Caníbal en La Cipale tras ganarlo todo en el Tour del 69, el futuro falsamente optimista en el Atomium o el camino de Machado canturreado en las misas de curas rojos. El hombre llega a la Luna el 20 de julio, ese mismo día, y de Bélgica volvían los emigrantes en verano con cochazos y fumando rubio.
Junto a la pequeña iglesia de Sint Brixius Rode, a 20 minutos del aeropuerto de Bruselas vive Merckx en una casa que for fuera son tres tapias de ladrillo visto y las paredes, también en ladrillo rojo, de un taller. Un portón desde la calle se abre a un gran patio de sobriedad sorprendente. No fuentes, no flores, solo un gran rectángulo de césped en el centro. Construidos alrededor, la vivienda, las oficinas, las dependencias y la fábrica de bicicletas que ya cerró y casi le arruina. Todo mira hacia adentro, vida íntima, como las casas de los romanos. Hay escaleras por todas partes, y a Merckx le cruje la cadera. Cojea. Se sienta en un sillón sobre un cojín que le acerca su mujer, Claudine, y no para de removerse, incómodo. No encuentra la postura perfecta, como le ocurría sobre la bicicleta en sus tiempos de devorador de ciclistas e ilusiones, el ogro en los sueños de aficionados ingenuos.
Entre 1965 y 1978, desde los 19 hasta los 32 años, Merckx consiguió 525 victorias, 280 de ellas en carreras del calendario internacional, un récord inigualable: cinco Tours, cinco Giros, una Vuelta, tres Mundiales, siete Milán-San Remo, cinco Lieja-Bastogne-Lieja, tres París-Roubaix, dos Tours de Flandes, tres Giros de Lombardía, tres París-Niza, una Dauphiné…
“Es realmente excepcional lo que he conseguido, sobre todo después de la caída en Blois…”, dice, recordando el día de 1969 en el que se rompió medio cuerpo en un accidente en una competición tras moto en el velódromo de la ciudad francesa. Murió el entrenador que conducía la moto, Fernand Wambst, y Merckx sufrió graves lesiones con desplazamiento de la pelvis, que no volvió a plegarse como antes. “Lo he olvidado todo, porque por el mismo precio yo también podría haber muerto. Después de aquella caída, ya nunca fui el mismo en la montaña que antes. Tenía que subir sentado siempre. Es una gran diferencia”. Los tres mecánicos que tuvo en su carrera, Faliero Masi, Ernesto Colnago y Ugo de Rosa, le hacían cuadros a medida cada poco tiempo, incluso de un día para otro, para batir el récord de la hora en México o para una etapa de montaña en el Giro, tan detallista y meticuloso era el campeón, tan imposible dar con sus medidas perfectas.







La edad. El tiempo
Como si de repente el cuerpo, que seguía el ritmo de su mente, tan joven, decidiera ajustarse a su verdadera edad y empezara a traicionarle, Merckx ha empezado a sentirse viejo.
“Cuando tenía 35 años y veía a un hombre de 80, pensaba: ‘Qué viejo, es un viejo’. Y ahora soy ese viejo, hay que aceptarlo. Quiero sentirme joven, pero por dentro empieza a notarse. Quizás el cuerpo... La caída, luego la operación del año pasado en los intestinos, eso ha influido mucho. En diciembre pasado se me trabó la bicicleta en las vías de un tranvía. Quedé tendido sobre los raíles, temiendo que me atropellara un convoy. Me rompí la cadera. Me operaron cuatro veces. La primera vez, la prótesis no se fijó, y me pusieron otra, y luego no se cerró, había una bacteria en la piel. Y ahora tengo que tomar antibióticos hasta el 18 de julio. 2.700mg al día, es muchísimo”.
Sobria es su casa y sobrio es él. Mínima decoración. Mínimas palabras. Lacónico, media sonrisa, ironía. Ni un trofeo a la vista, ni un maillot amarillo ni una maglia rosa. El salón, el cuarto de estar de cualquier jubilado cuidadoso con alergia al ornamento superfluo, a todo adorno. Solo en una vitrina de su oficina a la antigua, sin ordenador, entre viejos libros y recuerdos con polvo, algunas copas que no se sabe por qué acabaron ahí.
—¿No tiene una sala de trofeos?
—No, no. Están todos guardados en el trastero del desván.
—¿Y maillots?
—No tengo ninguno. Los doné para obras benéficas, se los regalé a mis équipiers, cosas así...
—Otros campeones, pienso en Armstrong, viven rodeados de todos los recuerdos de su grandeza…
—No, no, no, eso es pasado, eso es cosa del pasado. No vivimos en el pasado, hay que vivir en el futuro. Siempre hay un futuro.
Ocaña, siempre Ocaña
El pasado es Ocaña, el ciclista que en los años 70 oscuros generó la ilusión del futuro en España. El rebelde hambriento que derriba al tirano. El héroe. Merckx es una roca inconmovible aún.
“¿Cómo iba a pensar cuando ganaba que en un pueblo de Castilla estaba fascinando a un niño o frustrando a otro, que era como el príncipe o el malvado de un cuento de hadas? Yo tampoco era muy consciente de la vida cotidiana de los españoles. Como deportista intentaba correr lo mejor posible. No lo hacía por los aficionados, y es cierto que ellos disfrutaban, pero para mí también fue maravilloso, porque cuando gané en el 69 hacía 30 años que un corredor belga no ganaba el Tour de Francia. Así que también es un bonito recuerdo para mí. Ni me daba cuenta de que mi vida iba a cambiar para siempre, de que me estaba convirtiendo en un mito. No, en absoluto. Por entonces ya había sido campeón del mundo, había ganado la Milán-San Remo... Pero el Tour en Bélgica es la cima del ciclismo. Cuando estaba solo delante de todos, me sentía diferente. Me sentía el más fuerte. Solo quería ganar, ser el mejor. Es obligatorio para ser un campeón tener el orgullo de ser el número uno, siempre al límite. Es así. Vivimos para ser los mejores. Creo que fui el mejor durante unos años. También tenía muchos rivales. Si miramos ahora, Pogacar no tiene tantos como tenía yo. Tiene a Vingegaard en el Tour y a Van der Poel en las clásicas. Yo gané el Tour de Flandes. Y detrás había ocho corredores, Moser, De Vlaeminck, Godefroot, Dierickx, Maertens... Ocho, nueve corredores siempre…”
—Pero Ocaña decía que todos luchaban por ser segundos...
—Luis corría para ganar, ¿eh?
“Luis era un supercampeón. Con él fue siempre una lucha sin cuartel. Un adversario increíble, sobre todo en el Tour, sobre todo en la etapa de Orcières-Merlette, en 1971, donde me sacó 8m 42s. Lástima que él se cayera en el col de Menté. No era muy hábil y siempre llevaba una bicicleta muy ligera, con piezas de titanio y material agujereado para que pesara menos. Yo ataqué bajando. Una gran tormenta. Y él tomó la curva recta. Nunca se sabrá si él habría ganado ese Tour o no, pero a mí me escupieron en los días siguientes, pero fue sobre todo la prensa francesa la que me sacó de quicio. Estaban enfadados conmigo, pero no fui yo quien tiró a Ocaña, que no tenía por qué intentar seguirme. Hasta que no gané el Mundial en Mendrisio, unas semanas después, no me tranquilicé. Tenía que ganarlo para demostrar que no me habían regalado el Tour sin Ocaña. Habría sido mejor que lo hubiera perdido. Durante unos cuantos años, había odio entre nosotros, alimentado por la prensa. Ni nos hablábamos, ni nos mirábamos. Él tenía un perro al que llamó Merckx, y le encantaba darle órdenes, Merckx, siéntate, Merckx, ataca, Merckx, a mis pies… Luego, a finales de 1973, cuando él ya había ganado el Tour, volamos en el mismo avión a Ginebra para correr una carrera en Lausana. Yo estaba sentado y él se me acercó, ‘¿no crees que deberíamos hablarnos? ‘Ah, eres tú él que no me hablaba, yo no tengo ningún problema’. Esa noche salimos los dos. Bebimos hasta emborracharnos. Él me desafió a ver quién aguantaba más, pero ahí abandoné. ‘No, no, en esto me ganas tú, eres demasiado fuerte para mí’. Me fui a la cama de madrugada, pero al día siguiente, le gané en la carrera. Fue un gran campeón”.
—Ocaña tenía el carácter, la rabia, la necesidad, el hambre de quien ha pasado hambre. Una vida pobreza. Emigrantes republicanos que huyen de la pobreza de la vida en Priego y encuentran más miseria en la Vall d’Arán. Solo cuando llega a Francia resplandece. Y usted nunca pasó hambre…
—Mis padres tampoco tenían mucho dinero, ¿eh? Mi padre era el segundo de once hermanos y mi madre era la tercera de siete. Y tanto mi abuela materna como la paterna eran viudas, campesinas. Y cuando llegaron aquí, a Bruselas, en 1946, montaron una tienda, pero no tenían dinero. Tuvieron que pedirle dinero prestado a un tío porque no tenían nada. Y recuerdo que al principio, mi hermano, mi hermana y yo dormíamos en una habitación. Con mis padres, cinco personas en una habitación, porque solo teníamos la tienda de comestibles, una cocina y un dormitorio. Eso era todo. Aunque nunca me faltó comida no me crié en la abundancia. Mi padre iba con sus cajas al mercado hasta la parada del tranvía, no tenía coche ni nada, trabajaba día y noche para alimentar a su familia. Con mis primeros sueldos le pagué los estudios universitarios a mi hermano.
—¿Se hizo ciclista para ganar dinero?
—Por supuesto, tenía miedo de no tener éxito, porque si no, también habría tenido que trabajar en la tienda de comestibles. En Bélgica también hay gente que no es rica.
Kas. Perurena. Gora Euskadi.
“La hazaña por la que más se me recuerda, el ataque en el Tourmalet y la victoria en Mourenx. Ataqué porque no quería que pasara el primero por la cima mi équipier en el Faema Vandenbossche, porque me había dicho que se iba del equipo. Así son las cosas. Es ridículo, pero en un momento así, me afectó mucho. Para mí siempre han sido muy importante mis compañeros de equipo. En septiembre de 1974 podría haberme ido al Kas, que me había hecho una oferta económicamente mucho mejor que lo que ganaba en Molteni. Pero solo podía llevarme a tres compañeros, así que no acepté, y eso que el Kas era una gran equipo, Fuente, González Linares, Lasa, Lazkano, Perurena... Pero o se venían todos mis équipiers belgas o nada. Era muy amigo de Perurena. ¡Gora Euskadi askatuta! ¡Gora gu ta, gutarrak! Todavía me acuerdo, ¿eh? Me lo enseñó Lazkano y me pidió que lo gritara en el pelotón en una etapa del Tour del 74 que entraba en España. La Guardia Civil quería detenerme. Goddet [el director del Tour] no estaba contento. No estaba nada contento”.
¿Un belga ganador del Tour?
“Un belga no gana el Tour desde Van Impe en 1976. Sería fantástico subir al podio de los Campos Elíseos para imponer el maillot amarillo a un compatriota, pero no creo que ocurra en los próximos años, porque primero está Pogacar y luego está Vingegaard, y ahora llega Del Toro, pero en Bélgica... Evenepoel es sin duda el motor más potente, pero en la montaña no es tan fuerte como Vingegaard y Pogacar”.
—Pogacar le ha puesto de moda, Eddy. Siempre que se habla de él se habla de usted, comparándolo…
—Pogacar es sin duda el corredor más completo de la actualidad, le admiro mucho porque no es solo un corredor de etapas, también gana carreras en línea, Flandes, Amstel, Lieja... Claro que es agradable que digan que Merckx fue un gran campeón. Y que hoy en día Pogacar también es un gran campeón. Es difícil comparar unas generaciones con otras, creo que lo más importante es ser el mejor de tu generación.
—Se retiró a los 32 años, como Hinault e Indurain después. ¿Es la edad tope de los campeones?
—Es el cansancio mental el que manda, y también en mi caso el gran número de carreras que he corrido. He disputado 1.800 carreras, un número enorme. Ahora los corredores hacen 75-80 días de competición al año. Yo he llegado a hacer 195 días un año. Sí, 195, contando los Seis Días en invierno. Seis Días que eran siete noches porque no parábamos a medianoche sino a las cinco de la mañana. He sido ciclista todos los días del año salvo 15 días de vacaciones en diciembre en la montaña. Cuando me retiré, dije: no me vuelvo a poner un dorsal en mi vida. C’est fini!
—¿Le gusta que lle lamen Caníbal?
—No especialmente. No es un nombre que me guste.
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