Cuando las organizaciones judías pedían el boicot olímpico a la Alemania nazi (y España respondió)
Los españoles no acudieron a los Juegos del 36 en Berlín y ese verano se organizó la Olimpiada Popular de Barcelona, que no se llegó a celebrar: la víspera de la inauguración fue el golpe de Estado del bando franquista


Era su cuarto verano como führer y Adolf Hitler soñaba los Juegos Olímpicos de Berlín como un escaparate global donde exhibiría el renacer de Alemania bajo el gobierno nazi y la superioridad física de la raza aria. Muchos judíos, que ya estaban siendo víctimas de la segregación racial y expulsados de los clubes, de las federaciones y de las instalaciones deportivas germanas, sintieron que la normalidad olímpica blanqueaba el antisemitismo nazi. Entonces surgieron las voces para el boicot olímpico en distintos Estados de América y Europa. Pero hubo un país que respondió por encima de todos: la España republicana del Frente Popular, que no acudió a los Juegos oficiales de Berlín por motivos políticos y que ese verano organizó —con el impulso de la Generalitat de Catalunya de Lluís Companys— uno de los episodios más apasionantes, desconocidos y románticos del deporte alternativo: la Olimpiada Popular de Barcelona 36.
6.000 deportistas antifascistas fueron llegando a la ciudad condal en los días previos a la inauguración, fijada para el 19 de julio en Montjuic. El debate político había sido intenso en los meses anteriores. Todavía hoy, en los archivos del Museo del Holocausto de Estados Unidos, pueden leerse las enardecidas posturas contrapuestas, tan similares a las que estos días han rodeado el final abrupto de la Vuelta a España con motivo del “genocidio” que, según la ONU, están sufriendo los palestinos en Gaza.
Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Americano, se opuso al boicot a la Olimpiada auspiciada por el III Reich. Afirmaba que “los Juegos Olímpicos pertenecen a los atletas y no a los políticos”, y escribió que los atletas estadounidenses debían participar en las competiciones olímpicas de Berlín 36 y no involucrarse en el “altercado judío-nazi”. Enfrente se alzaba la voz comprometida del juez Jeremiah Mahoney, presidente de la Unión Atlética Amateur de los Estados Unidos, que se esforzó en impulsar el boicot al considerar que Alemania había roto las reglas olímpicas que prohibían la discriminación basada en la raza y la religión y que, por eso mismo, salir al estadio suponía un respaldo al régimen de Hitler.
Al final se impuso la posición de Brundage en la votación (61 a 57 votos). Y tal como ocurrió en Estados Unidos —con el Gobierno de Franklin Roosevelt puesto de perfil—, también fracasaron los intentos de boicot a los Juegos de Hitler promovidos por organizaciones judías y antifascistas en Gran Bretaña, Francia, Suecia, Checoslovaquia y los Países Bajos. Pero quedó España. Allí se gestó esta historia arañada por las garras del olvido: la Olimpiada Popular de Barcelona 36.
Justo el día antes de la inauguración, mientras miles de deportistas se amontonaban en albergues populares o en apartamentos de toda la ciudad y después de que Pau Casals ensayase la novena sinfonía de Beethoven con su orquesta de Barcelona para la ceremonia inaugural, la realidad más cruda hizo añicos los sueños de libertad, fraternidad y cooperación de aquella Olimpiada Popular. La víspera de la inauguración se produjo el golpe de Estado del bando franquista. Aquel 18 de julio del 36 empezaba la Guerra Civil española. Y no solo es que todo se fuera al traste. De repente, miles de jóvenes deportistas que soñaban con la paz se vieron inmersos en una guerra.
Según desgrana en una larga investigación académica el profesor de la Universidad de Tel Aviv Raanan Rein, en la Palestina judía —pues hasta 1948 no se creó el Estado de Israel—, el partido político hegemónico y sus órganos de prensa se sumaron al boicot internacional contra los Juegos Olímpicos de Berlín. Por ello, la federación deportiva de Hapoel decidió enviar a una delegación de veintiún atletas judíos salidos de Palestina para participar en la Olimpiada Popular de Barcelona. No buscaban récords y medallas en las dieciséis disciplinas —entre ellas, atletismo, fútbol, tenis, baloncesto, lucha, pelota vasca, rugby o ajedrez—, sino explicitar, con el deporte como altavoz político ante el mundo, su actitud antifascista y la posición sionista en el conflicto entre judíos y árabes en Palestina.
Solo hace falta leer las palabras del manifiesto que escribió, poco antes de partir hacia Barcelona, Israel Carmi, uno de los miembros de mayor jerarquía en la delegación judía. Decía así: “¡Saludos a los trabajadores libres de España! Mientras que sobre esta Olimpiada flamean las banderas de la libertad, en la Alemania nazi se está llevando a cabo la Olimpiada que simboliza la esclavitud, la represión y el despotismo. ¡Viva nuestra Olimpiada!”. Y más adelante, anunciaba: “Hemos vuelto a nuestra patria destruida por el deseo sincero de construir, junto con los trabajadores árabes, una patria libre para los hijos de ambos pueblos”.
Aquel maremágnum de ideales, utopías, mayúsculas, exclamaciones y palabras gruesas tenía rostros concretos: entre ellos, los atletas judíos que salieron de Palestina rumbo a Barcelona. El profesor Raanan Rein los ha ido reconstruyendo. Predominaban los futbolistas, sobre todo del Hapoel Tel Aviv y del Hapoel Haifa, como el centrocampista ofensivo Zalman Friedman, el extremo izquierdo Abraham Nudelman, el defensa Abraham Beit-Halevy, o el centrocampista Gdaliahu Fuks, primer capitán de la selección de Palestina. Pero también acudieron el luchador Nickolaus Hirschl, el boxeador peso mosca Bill Birinbaum, un púgil peso pesado de apellido Laub que había sido campeón de Austria, la saltadora de altura Rachel Ozik, o la lanzadora de peso, disco y martillo Sonja Lewin-Szmukler, la más importante de las atletas judías que nutría la delegación de Palestina.
Ninguno de ellos pudo competir en aquella Olimpiada Popular que había sido dibujada por sus opositores como una operación de propaganda internacionalista, masona y judía, destinada a convertir a España en un bastión bolchevique. La Olimpiada se suspendió. Los cadáveres, como hoy en Gaza, se apilaban en las calles de una Barcelona en guerra. Casi todos los atletas se marcharon a sus tierras. Sin embargo, se estima que unos doscientos deportistas de diversos países permanecieron en España. Ellos se convirtieron en los primeros voluntarios internacionales sumados a la defensa de la República y se enrolaron en las milicias republicanas para luchar contra el franquismo, de forma organizada, en el frente aragonés.
El profesor Raanan Rein ha seguido la pista de tres de ellos, judíos de Palestina. El árbitro de fútbol Ckaim Elkon, ferviente comunista, que en agosto del 36 —solo un mes después de llegar a Barcelona— murió en los combates próximos a la Ciudad Universitaria de Madrid cuando su unidad fue rodeada y él intentaba cubrir con la metralleta a su cargo el intento de sus camaradas de romper el cerco. Otro trágico héroe fue el comunista judío Nachum Weiss, que murió en noviembre de 1936. Y el tercero fue Imre Jacobi, que dejó el violín por las botas de fútbol y marcó el gol de la victoria en la Copa de Palestina de 1933. Aquel joven soñador, que cada vez llevaba a una chica distinta en la moto y no quería casarse, fue herido por un mortero en las trincheras del Jarama en febrero del 37 mientras iba en su moto con órdenes de la comandancia hacia el frente. Jacobi acabó muriendo en el hospital. Sin gloria ni laurel. Como tantos gazatíes hoy.
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