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RELATOS DE UNA AMATEUR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hincha por aproximación

El día que empecé a defender, seguir y aprender voley playa solo porque se parecía a mi deporte

Javier Bosma y  Pablo Herrera durante los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
Brenda Valverde Rubio

Hace casi 21 años amadriné un deporte porque se parecía al mío. Era uno de esos veranos de los que me acabaría acordando más que de otros porque había Juegos Olímpicos. En la casa donde pasaba los meses más calurosos del año, si el pebetero estaba encendido en algún punto del mundo, la rutina familiar de playa, piscina, siestas, paseos y helados se adaptaba a las competiciones, no había otra, y la televisión pocas veces se desviaba del canal donde se emitiesen los Juegos.

En Atenas 2004 yo tenía 15 años y había dedicado al voleibol más de la mitad. Esa temporada jugué el campeonato de España con mi selección autonómica y me hice un segundo agujero en la oreja que le gané en una apuesta a mi padre tras la convocatoria, cosa que no era nada difícil y que los dos sabíamos. La pasión deportiva y olímpica me viene de él y de sus despertares a deshoras para seguir cualquier prueba donde se la jugase un español. Ese agosto saltaron a la arena y a nuestras pantallas Javier Bosma y Pablo Herrera, la pareja de voley playa, un deporte que es olímpico desde 1996 y que ha ido ganando tanta presencia que ahora mismo ocupa las mejores sedes, como en París 2024, a los pies de la icónica Torre Eiffel. Imposible olvidarse de los fotones que nos llegaban desde allí cada día. Uno de los deportistas que pisó la pista francesa fue Herrera, con 42 años. Durante la competición bromeó con que se enfrentaba a parejas que entre los dos sumaban su edad. 20 años atrás, en Atenas, era él el joven del dúo y Bosma, el veterano que traía bajo el brazo dos diplomas olímpicos desde Atlanta y Sidney. También llegó a la cita griega con una rodilla derecha operada en varias ocasiones, motivo por el que un par de años después se retiró.

El partido más difícil de la pareja no fue el último, sino los cuartos de final ante los canadienses John Child y Mark Heese. Los españoles perdieron un ajustadísimo primer set y consiguieron llevarse el encuentro después de tres bolas de partido, la tensión era tal que Child fue amonestado por tirar de la red durante la última manga. Y como buena final adelantada, la arena ateniense vio cómo Bosma hacía algo muy español: coger un capote que le llovió de la grada y dar unos pases por el ruedo que acababa de llevarlo por primera vez a la lucha por las medallas. La semifinal la ganaron con soltura pero fueron medalla de plata. Durante esos días mi padre me preguntaba por las reglas del voley playa y yo improvisaba, porque aunque algunos golpeos y la esencia del juego son iguales, otras cosas, empezando por el tanteo y siguiendo por los cambios de campo o el propio balón, no tienen nada que ver. Entonces yo no sabía mucho más sobre ese deporte que en las provincias de interior como la mía ni se conocía. Hoy hay más de 7.000 licencias de voley playa en España.

Creo que todavía hay mucha gente piensa que los que jugamos al voleibol sabemos también jugar al voley playa y que esta disciplina es algo así como el retiro estival cuando en los polideportivos hace calor. La Torrevieja del voleibol. Y ni mucho menos: he repetido hasta cansarme la cantinela de que son dos deportes distintos, poniendo de ejemplo —muy a mi pesar, pero a veces esto ayuda— el tenis y el tenis de mesa, que comparten nombre y poco más. A pesar de esto, desde Atenas 2004 he sacado pecho y he escrito siempre que me han dejado de las andanzas y los éxitos del voley playa y de los jugadores que han ido sumando puntos en los circuitos internacionales y en los Juegos Olímpicos: Liliana Fernández y Elsa Baquerizo, Paula Soria, Daniela Álvarez y Tania Moreno, y Adrián Gavira, pareja de Herrera en París.

El voleibol español vive décadas tan bajas que apenas nos clasificamos para las grandes citas y los amantes del deporte nos agarramos a lo más parecido con tal de sentirnos identificados con un grupo de deportistas. Por eso el voley playa es mi plan B en la búsqueda por tener algo que seguir y referentes a los que animar. Y es que no solo se es referente por ganar, basta con estar, por eso Aitana Bonmatí y sus compañeras no tienen que pedir perdón por ser subcampeonas de Europa, porque la luz está encendida, y aunque la futbolista del Barca dijera a pie de campo al final del partido la frase “ganar suma gente”, estar, luchar y competir suma la misma o más.

El agujero que me hice en la oreja el verano de 2004 se acabó infectando y lo dejé cerrar; la llama olímpica ahora también es la de la nostalgia, París 2024 fueron los primeros que vi sin mi padre; y desde hace unos años manda el voley playa por encima del de pista, porque se conoce, porque cuando hay referentes no tenemos que inventárnoslos ni, como hice yo, amadrinar un deporte que cuenta el bloqueo en la red como un toque más.

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Sobre la firma

Brenda Valverde Rubio
Es redactora en el LAB de EL PAÍS. En este equipo multidisciplinar experimenta con formatos y nuevas narrativas para contar las grandes historias del periódico. También coescribe las newsletters Correo Sí Deseado y De Boda. Antes trabajó en Verne, Newtral y El Confidencial. Es licenciada en Periodismo por la UCM y Máster de periodismo ABC-UCM.
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