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Iván Penalba, el corredor de largas distancias que encuentra su hábitat a 56 grados en el Valle de la Muerte

El valenciano repasa su periplo de cuatro años por la Badwater 135, una carrera de 217 kilómetros por el asfalto más caluroso del mundo que ha terminado segundo en dos ocasiones

Iván Peñalba
Luis Javier González

A partir de ciertos números, la temperatura, un parámetro que se mide en la sombra y a cierta distancia de la superficie, es un infierno sin credibilidad estadística. El asfalto del Valle de la Muerte, un desierto al sur de California que oposita a ser uno de los lugares más tórridos del planeta, nunca deja de emanar calor, un extremo que solo puede sentir quien lo pisa, corredores que pasan más de un día pensando que sus tobillos y gemelos están literalmente ardiendo. En Badwater Basin, el pueblo situado en una depresión 86 metros por debajo del nivel del mar, se celebra la Badwater 135, la carrera a la que Iván Peñalba (Alfalfar, Valencia; 33 años) ha dedicado su vida. Es el cuarto año seguido que peregrina por sus 217 kilómetros, un caldero que está a un paso de coronar tras ser dos veces segundo. Un hito para un corredor contracultural, un valenciano entre californianos curtidos sin sombra. “Es la carrera de mis sueños, lo más duro que se puede hacer. Si no tuviese mis raíces, mi familia, mis amigos, aquí sería el hombre más feliz del mundo.” Su hábitat.

“La ultradistancia llega como el amor, sin esperarlo”. Correr fue la salida de un futbolista que jugó en la cantera del Levante, llegó a Tercera División y empezó a encadenar lesiones. Así que aquel lateral derecho hizo una media maratón en Valencia, con un tiempo de amateur (1h41m), y creó su tarjeta de presentación: un corredor solidario. Empezó el proyecto de hacer esos 21 kilómetros en las 50 provincias de España mientras recogía alimentos, como hacían sus padres en su floristería. “A raíz de ahí empecé a tomármelo todo más en serio, desde comer a descansar”. No lo llegó a acabar con las 50 —se quedó en 35— porque le llamaron en 2016 de Barcelona para que cubriera el hueco de las 12 horas en un evento solidario. “No tenía ni idea de que ese tipo de carreras existían”. Completó la distancia sin parar, ganó e hizo la mejor marca nacional.

Peñalba empezó a competir por Europa y se hizo con el récord mundial de las 24 horas: 274,3 kilómetros. También tiene el de 12 horas en cinta, su desahogo solidario en plena pandemia (155 kilómetros), quizás su peor empacho: solo ha vuelto a subirse a ella tres ratos tontos desde entonces. Su constante descubrimiento le llevó a buscar un día en Google cuál era la carrera más dura del mundo. Los cien dorsales de Badwater se entregan por invitación, así que se postuló, pero fue rechazado tres veces. “En 2022 volví a lanzar el formulario, sin esperanzas, pero me dijeron que sí y me puse manos a la obra”. Porque no es solo plantarse en la salida, sino una extensa logística de personal y vehículos.

Imagen de Peñalba durante la carrera en Panamint Springs cedida por Joaquín Candel, su entrenador.

Lo dirige Joaquín Candel, uno de los primeros españoles en correrla, en 2015. “Con todo lo que me contó, me encandiló”. Nada parecido a lo que había hecho. “Aunque te lo expliquen, hasta que no estés aquí no puedes sentirlo. El aire es como fuego”. No solo es el calor, sino tres subidas muy fuertes, especialmente la última, que acaba a los pies del Monte Whitney, el techo continental y nacional, dejando al margen a Alaska: su cima está a 4.421 metros, pero el asfalto, esa milla 135 soñada, acaba a 2.548. Suficiente. “Los últimos kilómetros son literalmente una pared después de haber estado veintipico horas abrasándote. ¿Cómo subo yo esto ahora?” Casi peor es una bajada de 16 kilómetros con los cuádriceps ardiendo. Así se llega a Panamint Springs y la panorámica de su carretera interminable que sale en Forrest Gump.

Llegó en 2022 con el sueño de acabar y quedó segundo con 24h02m57s, una hazaña para un debutante. “Tuve suerte porque no me sentó nada mal y no me deshidraté”. Come un gel y un sándwich de miel por hora, lo justo, pues el estómago no es amable a esas temperaturas. Bebe un litro y medio por hora, más los “incontables litros” para refrigerarse. “El equipo te ducha, literalmente. Más que pelearnos contra el calor, lo que buscamos es no llegar a él, estar constantemente empapado con agua fría de cintura para arriba. Y el protocolo tiene que repetirse cada cuatro o cinco minutos porque estás seco otra vez”. No cambia de zapatillas ni de ropa y hace los 217 de una panzada, lo que incluye orinar en marcha cada hora.

Y la parte mental, disfrutar cociéndose. “Si te paras, te secas; aquí no hay sombras para refugiarte. Pienso mucho en por qué lo estoy haciendo, son sufrimientos que elegimos”. Su respuesta es la pasión y la visibilidad para sus causas solidarias, en este caso: una niña con una enfermedad rara. “Eso es muy importante. Me mantiene motivado y feliz”. Quizás por eso ha terminado todas sus carreras, algo que esgrime como su mayor medalla. “No se trata de arrastrarme, sino de hacer las cosas bien para llegar a meta con una sonrisa”. Incluida su segunda participación, que le llevó seis horas más que la primera, porque se bloqueó: salió a ganar y su cuerpo dijo que no. “Y aquí las pájaras son a lo grande”. El año pasado fue tercero. Este 2025 —la carrera se celebró entre los días 4 y 5 de julio— no solo recuperó el segundo puesto, sino que bajó casi dos horas su marca: 22h07m16s. “¿Tú volverías?”, le preguntan en meta los que aseguran que jamás: “Siempre”.

Es su hábitat. “Me gusta mucho el calor, conocer mis límites. Si fuera el frío, ya sería más complicado”. Se preparaba en saunas, pero su gimnasio de Alfafar fue destruido por la dana que asoló varias provincias valencianas el pasado octubre y ha tenido que improvisar embutido en camisetas térmicas. Ha funcionado. Así ha aclimatado su cuerpo a temperaturas que en 2024 llegaron a superar, según el termómetro de su coche de asistencia, los 56 grados. Esta vez solo le superó el noruego Simen Holvik, que hizo 20 minutos menos: dos europeos en un top-10 con seis estadounidenses. Volverá para ganar, para mejorarse. “El dolor es un hábito de vida, más allá de la competición, es algo que necesitas. Es cierto masoquismo, pero porque tu cuerpo y tu mente te lo piden, se han adaptado a eso. He tenido la suerte de descubrir esa pasión, viajar a estos sitios y ver que la gente tiene este mismo sentimiento”.

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Sobre la firma

Luis Javier González
Escribo en EL PAÍS desde 2013. Colaborador especializado en rugby y trail. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de la Escuela UAM / EL PAÍS.
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