Jim Jarmusch gana el León de Oro del festival de Venecia en una gala que ruge por Palestina con ‘La voz de Hind’
El estadounidense triunfa con ‘Father Mother Sister Brother’ y la reconstrucción del asesinato real de una gazatí de seis años a manos de Israel filmada por Kaouther ben Hania obtiene el Gran Premio del Jurado. Toni Servillo, por ‘La gracia’, y Xin Zhilei, por ‘The Sun Rises on Us All’, mejores intérpretes

Cualquiera tiene una familia. Y pensamientos más o menos revelables sobre ella. No todos, sin embargo, saben contarla como Jim Jarmusch. Ni mucho menos: el cineasta ha obtenido hoy el León de Oro de la 82ª edición del festival de Venecia con Father Mother Sister Brother, un tríptico sobre el entorno más universal, íntimo y extraño del mundo. No hacía falta otro reconocimiento para confirmar el talento único del creador estadounidense, a sus 72 años. O quizás sí, porque su estilo irónico, sutil, sensible y profundo ha encontrado más seguidores que premios. La victoria en la Mostra, de alguna forma, pone de acuerdo a cinéfilos y palmarés. Solo la geopolítica sugiere una discrepancia: La voz de Hind, de Kaouther ben Hania, que narra el asesinato real de una niña palestina a manos del ejército israelí, se quedó con el Gran Premio del Jurado, a un solo paso del triunfo. Fue, eso sí, la película del festival. Tal vez del año. Sin duda, del momento.
Tuvo el segundo galardón más importante, para que los gritos de la pequeña resuenen hasta los oídos incluso de quienes aún no quieren escuchar, si los hay. O en el resto de la temporada de premios. No solo la historia, con las dos haches, pedía darle el reconocimiento principal. Por calidad fílmica también lo habría merecido. Alexander Payne, presidente del jurado, lo reconoció en la rueda de prensa posterior: “No podemos dar un ex aequo. Si hubiéramos votado el día antes, o después, podría haber sido diferente. Los atesoramos, valoramos y protegemos de forma igual en nuestros corazones. Si uno tenía que recibir un premio y el otro otro es por un 0,0000000000001%“.

La mayor ovación de la noche, en todo caso, acogió a Ben Hania sobre el escenario. “Dedico esto a Media Luna Roja y quienes lo han arriesgado todo por salvar vidas en Gaza”, arrancó. “El cine no puede traerla de vuelta. Pero sí preservar su voz, hacerla resonar entre fronteras. No es solo su historia, sino la de una población que sufre el genocidio del régimen criminal de Israel. Esto no va solo de memoria, sino de urgencia”, agregó. Hoy mismo continúaba la destrucción de Ciudad de Gaza, hasta vacíarla de sus últimos habitantes.
Era el 29 de enero de 2024 cuando las tropas de Netanyahu acribillaron un coche en una estación de servicio en el norte de Gaza. Murieron todos los pasajeros, salvo la más joven. Media Luna Roja logró llamar a un móvil dentro del vehículo, y contestó Hind Rajab. Les suplicó una y otra vez que fueran a salvarla, ellos le prometieron que harían lo posible. Contra el reloj, y mil obstáculos más. El final puede imaginarlo incluso quien no haya leído las noticias: es el mismo de otros miles de niños palestinos. El suceso, sin embargo, quedó grabado: en los recuerdos, pero también en audios. Cuando los escuchó, Ben Hania sintió “impotencia”. Y la obligación moral de construir sobre ellos un filme. Así que La voz de Hind que se oye en el largo es la verdadera. Y la de toda Gaza, según la cineasta. Leyó, además, unas palabras de la madre de la niña, que sigue viviendo en Palestina: “Me gustaría estar ahí con vosotros. [...] La de Hind no es la única historia así en Gaza”.
Luego, fue el momento de Jarmusch. Peculiar incluso ante el mayor galardón de su carrera. Sus primeras palabras fueron: “Oh mierda”. Y, entre otras cosas, dijo: “Cuando llegué, les mandé mensajes a varios amigos, diciéndoles: ‘Estoy en Venecia, un lugar misterioso, sitio de nacimiento de Vivaldi, Casanova o Terence Hill”. El creador siempre se define como independiente: de las compañías solo quiere el dinero para filmar, el resto lo establece él. Tal vez por eso los Oscar también le han dado habitualmente la espalda. Ganó premios en Cannes, pero nunca un triunfo así. Y con un filme, además, que salió muy parecido a la idea original que tuvo, según contó él mismo.
Tres capítulos delicados, tiernos, sobre padres, madres, hermanos e hijos. Sobre rencores y afectos, inseguridad y presión, abrazos y distancias. Ni siquiera la película habla mucho: Jarmusch lo dice casi todo con imágenes y silencio. Incluso en su discurso terminó perdiéndose las palabras. Antes, dejó claro: “El arte no tiene que ocuparse de política directamente para ser político. Puede generar empatía y conexión entre nosotros, que es el primer paso para resolver las cosas”. En la rueda de prensa posterior, el director aclaró que no dejará que Father Mother Sister Brother pueda verse en “ninguna organización” que reciba financiación del Gobierno israelí, a la vez que acusó a EE UU de contribuir a financiar la destrucción en Gaza.

Por lo demás, el reparto de premios regaló unas cuantas sorpresas. La mayor, quizás, en la dirección: fue para Benny Safdie, por The Smashing Machine. Resulta loable animar a un cineasta que por primera vez se ha lanzado a filmar solo, sin su hermano. No tanto, sin embargo, cuando competía con la maestría de Kathryn Bigelow en Una casa llena de dinamita, Yorgos Lanthimos en Bugonia o Park Chan-wook en No Other Choice. Hubo, en definitiva, direcciones mucho más notables. Incluso en la carrera del propio Safdie: la celebrada Diamantes en bruto, sin ir más lejos. En The Smashing Machine, cuenta la historia real de Mark Kerr, que a finales de los noventa fue campeón de artes marciales mixtas, un peculiar deporte donde cada uno combatía con su propia técnica. A la vez, el largo pretende hablar de victorias y derrotas, dolor y perdón, que las luchas más importantes están lejos del cuadrilátero y no se ganan con músculos de acero. Algo ya visto: el qué, pero también el cómo lo filma Safdie. Perfecto para Hollywood, donde seguramente continúe recogiendo premios. Decepcionante para una Mostra de arte cinematográfico.
El propio Paolo Sorrentino bien pudo ganar el galardón que obtuvo Safdie. O cualquier otro, porque La gracia lo tiene todo: dirección, guion, intérpretes, música. Cine del mejor, incluso en la filmografía del premio Oscar por La gran belleza. Logró, finalmente, la Copa Volpi al mejor actor, para Toni Servillo. Enésimo reconocimiento en la carrera del actor, en su séptima colaboración con el director. “Le doy las gracias, lo primero, a Paolo. Ahora te reirás pero he intentado servirte, dentro de los límites de mis capacidades”, afirmó desde el escenario. “Toda mi admiración para quienes se han echado a la mar para alcanzar Palestina, para llevar una señal de humanidad en una tierra donde la dignidad humana se vilipendia a diario y de forma cruel”, agregó, en alusión a la flotilla civil que navega hacia Gaza.

En La gracia, Servillo interpreta a Mariano de Santis, un presidente de la Republica italiana tan entregado a las instituciones como a la apatía. “Soy el argumento más aburrido que conozco”, dice en el filme. Lo único que ama más de las leyes es el recuerdo de su adorada Aurora, fallecida ocho años antes. Se alza como un monumento a la contención y la seriedad, un modelo que Sorrentino confesó echar de menos en la política de hoy. Pero la película muestra que hasta Hormigón Armado, como le apodan, puede llegar a sentirse ligero. Igual que el público, que disfrutó del largo en la inauguración, y salió del cine caminando por encima del suelo. Al menos un rato, hasta que la vida volviera a anclarlos a la tierra.
A la protagonista de The Sun Rises on Us All, de Cai Shangjun, su existencia la tiene incluso sepultada bajo las preocupaciones. Un embarazo que no prospera, una tienda que no despega, un amante que no deja a la esposa. Y, de golpe, un exmarido que reaparece para hundirla más aún. Tras reflejar tanto dolor en la pantalla, la intérprete Xin Zhilei se llevó una alegría: la Copa Volpi a la mejor actriz. Se ganó también un trofeo a la humildad: lo primero que hizo desde el escenario fue presentarse, con nombre y apellido, a la platea. Aunque luego también mostró una tenacidad digna de premio: en absoluto le importó la música que subía, para invitarla a marcharse, ahí se quedó hasta que quiso. Dijo que hace tiempo había soñado con un momento así y llegaron a mofarse de ella por eso: la risa final ha sido la suya.

El guion reconoció a Valérie Donzelli y su coautor Gilles Marchand, por A pied d’oeuvre. Y, con ellos, a otra conversación que atravesó todo el festival: sobre la estupidez humana. O, viceversa, la astucia del capitalismo. En el filme, basado en la novela homónima superventas en Francia, de Franck Courtès, un fotógrafo de éxito lo deja todo por hacerse escritor. Aunque termina más bien atrapado en un sinfín de trabajillos como manitas, y en el algoritmo de la plataforma que se los proporciona. Pierde dinero, salud, pero también estatus: ni su propia familia quiere por igual al viejo triunfador que al actual derrotado. Ciertamente, el guion supone lo más destacado de la película bastante convencional. Otra cosa es que fuera el mejor del certamen.
De los esquemas, en cambio, Gianfranco Rosi sale casi siempre. Hasta el punto de ofrecer una visión inédita incluso de Roma, la Ciudad Eterna: Sacro Gra obtuvo el León de Oro en 2013. De Nápoles también se ha dicho todo y lo contrario. Pero, una vez más, el documentalista italiano se las ha apañado para narrarla a su manera en Sotto le nuvole (Bajo las nubes). Por eso el jurado le reservó una mención especial. Respecto a su agradecimiento improvisado, hace años, ahora trajo un discurso preparado: dedicó el reconocimiento al cine de no ficción, y quien lo filma. Él se pasó tres años con Sotto le nuvole. Por supuesto, aparecen el Vesubio, Pompeya, la célebre bahía, la belleza inaudita, la espontaneidad y el caos. Pero Rosi lo narra a través de bomberos, arqueólogos, saqueadores de tumbas o quienes les dan la caza. Una mirada en blanco y negro. Y, sobre todo, única.
Luna Wedler cumplirá 26 años en un mes y medio. Pero la Mostra le adelantó un regalo: Copa Marcello Mastroianni a la mejor intérprete emergente. Por Silent Friend, de Ildikó Enyedi. La película reflexiona sobre la relevancia de las plantas, a lo largo de tres historias ambientadas en la misma universidad alemana, en distintas épocas: 1908, 1972 y 2020. Wedler protagoniza el relato más antiguo, y encarna a la primera mujer en acceder a la institución. Una joven preparadísima, capaz de afrontar no solo el examen, sino la oposición feroz del patriarcado, y de convertirse finalmente en fotógrafa. La actriz también ha dado muestra de su talento. Aunque la emoción le hizo olvidar el discurso que tenía preparado. Salió del paso con muchos agradecimientos. Habrá que seguirle la pista.
En el camino, del mexicano David Pablos, ganó como mejor película de la sección Horizontes. Y Hiedra, de la ecuatoriana Ana Cristina Barragán, con coproducción española, se hizo con el premio al mejor guion del mismo apartado. Además, el galardón de los espectadores Armani Beauty encumbró a Calle Málaga, de la marroquí Maryam Touzani. Seguramente la extraordinaria interpretación de Carmen Maura, a sus 79 años, contribuyera al éxito del largo. La entrega vino precedida por un homenaje al modisto que da el nombre al premio, fallecido a los 91 años. Y la cineasta se acordó de su propio duelo, ya que perdió a su madre. Después, Touzani denunció la masacre que sufre a diario Palestina y pidió su fin. Antes y después, buena parte de los ganadores reforzó el mismo mensaje. No hizo falta ningún jurado para consensuar reacciones: siempre hubo aplausos. Respecto a un palmarés caben visiones distintas. Ante una matanza, no.
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