George Clooney, un actor en crisis de identidad en el festival de Venecia
Una sinusitis impide al divo comentar ‘Jay Kelly’, de Noah Baumbach, donde interpreta a una estrella magnética y ególatra que empieza a preguntarse por su vida real


Menudo espectáculo, el cine. Y menudo delirio. Cientos de individuos, en cola y expectantes, para observar durante dos horas a otro ser humano como ellos. O casi. Más apuesto y conocido, de acuerdo. Aunque él también fue uno cualquiera, un muchacho de Lexington, en medio de Kentucky. El chico creció y se hizo muy célebre. Hoy tiene 64 años, un rostro y hasta una voz inconfundibles. Se diría, en realidad, que lo tiene todo. Amor, éxito, celebridad, dinero. El mundo le adora, se supone que vive el sueño. ¿O no? “Solo soy un actor que se ha hecho famoso”, dice George Clooney en la pantalla. Encarna a un intérprete en crisis de identidad, el que da el título a Jay Kelly, de Noah Baumbach, película que compite en la sección oficial del festival de Venecia. Inevitable preguntarse si, de alguna forma, se representa a sí mismo.
A saber cuánto se parece el divo real a ese magnético ególatra, inseguro, adorable, desesperante, falso, vencedor fracasado del filme. Incluso odiable, si no fuera tan fascinante. Lo cierto es que el rol le queda igual que sus trajes: como un pincel. Toda la película gira en torno a él, Baumbach escribió el papel aposta y se nota: “Me parecía importante que el público tuviera una relación con el actor que encarna al personaje. Todos tenemos una historia con George”. Y por esas razones la ausencia del intérprete en la rueda de prensa de la Mostra este jueves desató alarmas, rumores y decepciones. La moderadora informó de que padecía una “sinusitis grave”. Clooney se recuperó a tiempo para llegar a la alfombra roja de la noche, pero la presentación de la película por la mañana quedó debilitada. Y dejó más a la vista sus problemas: aspira a un análisis de la fama, la identidad, la magia, la vacuidad y todo lo que se gana y pierde por ser un mito de Hollywood. Se queda, sin embargo, en la superficie, agradable pero inocua. Le falta ―vaya paradoja― verdad.
Jay Kelly arranca con el final del enésimo rodaje de la estrella. Su agente le plantea viajar a la Toscana, para recoger el tributo de un festival local. Ni hablar, contesta el actor: demasiado joven y aún en la cresta de la ola para eso. Kelly ya ha firmado para su siguiente largo, a la vuelta de la esquina. Todo son sonrisas: suyas, de su entorno, del mundo. Resulta, sin embargo, que tan solo es otra ficción. Tras su hermosa fachada, el monumento se está derrumbando. Se siente solo, pese a que siempre anda rodeado de gente. Se le da mucho mejor ejercer de padre en sus películas que en la realidad. Y, a costa de seguirle, su equipo también ha renunciado a su propia vida. Por algo tan importante como emocionar al público, solían decirse. Pero empiezan a creer que solo siguieron los caprichos de un hombre apasionado a un único argumento: sí mismo.
“Si haces una película sobre un actor, hablas de la identidad, de buscarse. Todos intentamos entender qué persona somos. Y nuestra performance cambia, como amigo, padre, marido. Se trata de cómo somos, y cómo logramos hacer las paces con ello”, agregó Baumbach. De ahí que al principio del filme colocara una cita de Sylvia Plath: “Es una responsabilidad infernal ser uno mismo”. Vale para George Clooney, y para cualquiera. A partir de ahí, Jay Kelly se embarca en un viaje lleno de altibajos, como los que experimenta el actor en la trama. Ofrece momentos de gran fuerza emotiva, pero otros buenistas, naífs, casi impostados. Sorprendente para un director capaz de entrar hasta las raíces de las emociones en Historias de un matrimonio, estrenada en Venecia en 2019. Su siguiente película también pasó por el festival: lo inauguró con Ruido de fondo en 2022. Dejó, sin embargo, otro sabor agridulce.
Clooney estuvo en la Mostra hace menos aún: el año pasado. Aunque Lobos, de Jon Watts, se conformaba con el reclamo comercial de sus intérpretes (el otro era Brad Pitt). Tampoco era la primera vez que le sucedía. La filmografía de Clooney en el último lustro, recopilada por la web Imdb, incluye casi tantos cortometrajes para la marca Nespresso como películas. Su última nominación al Oscar hay que buscarla en 2011, con Los descendientes, de Alexander Payne, uno de sus papeles más relevantes. Y puede que su carrera como director nunca volviera al nivel de Buenas noches, buena suerte, lanzada hace 20 años. George Clooney siempre está: produce, filma, interpreta, abandera causas justas ―¿qué habría dicho sobre la masacre en Gaza si hubiera estado en la rueda de prensa hoy?―, nunca renuncia a la amabilidad. Razones de sobra para que le admiren. Los resultados artísticos, sin embargo, no siempre han estado a la altura de su fama. El caso es que Jay Kelly, por fin, supone su bienvenida de vuelta a la cumbre. “Le pedía a George revelarse cada vez más. No me suelo conmover con una performance en el rodaje, pero esta vez me sucedió”, declaró Baumbach. Una pena que Clooney no pudiera comentarlo en Venecia. Por lo menos, sí estuvo en la alfombra roja, para alegría de todos. Sin él, el cine no es el mismo espectáculo.
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