Angélica Liddell imagina su muerte a través de Mishima
La creadora teatral convoca al público a las 5.45 de la madrugada en Girona para atravesar el amanecer a lomos de un espectáculo ritual de alto impacto


La cita era a las cinco de la madrugada de este sábado. Un autobús fletado por la organización del festival Temporada Alta esperaba a sus pasajeros en el centro de Girona: periodistas, críticos y programadores teatrales llegados de distintos puntos de Europa. Iban llegando en pequeños grupos, camuflados entre otros viandantes que salían de garitos y discotecas, pero no con ganas de un cubata sino de un café bien cargado. El objetivo era llegar al Teatre de Salt, en la periferia de la ciudad, para asistir al estreno del nuevo espectáculo de Angélica Liddell, previsto a las seis menos cuarto.
La flamante ganadora del Premio Nacional de Teatro, la creadora española más internacional y figura capital de la escena de vanguardia, fijó la función a esa hora para que los espectadores salieran de la sala a las 7.45, coincidiendo con la salida del sol. No es capricho. Los antiguos samuráis japoneses solían practicar al amanecer el seppuku, la ceremonia ritual previa al harakiri, que significa literalmente “cortar el vientre”. Así fue como se suicidó en 1970 el escritor japonés Yukio Mishima, fuente de inspiración de esta obra titulada, precisamente, Seppuku. El funeral de Mishima o el placer de morir.
Al llegar al Teatre de Salt, la cafetería parecía un after hour hasta arriba de clientes. Había otros programadores y periodistas llegados por su cuenta, pero también gente que no se había pegado el madrugón por trabajo, sino por devoción a Angélica Liddell. El miércoles, el director del festival Temporada Alta, Narcís Puig, reveló que las entradas para las dos funciones programadas (sábado y domingo a la misma hora) se agotaron “en cuatro minutos” y que la idea original de la creadora era hacer la función al aire libre durante el amanecer, pero el tiempo en Girona en estas fechas lo desaconsejó. Seguramente se habrían vendido igual. Y eso que apenas había desvelado información previa sobre el espectáculo ni concedido entrevistas. ¿Sorprendente? No más que levantarse al alba para hacer escalada un domingo o escuchar el nuevo disco de Rosalía antes que nadie. Angélica Liddell es una religión desde mucho antes de que Rosalía creara la suya.
La expectación ante cada nuevo trabajo de Liddell es siempre altísima. En sus obras se puede esperar cualquier cosa: se ha autolesionado, emborrachado, masturbado y empalado de verdad. Pero en esta ocasión daba vértigo: no solo por la hora de la función, sino también por el tema tabú del suicidio como eje central de la obra. A lo que hay que añadir la incómoda figura de Mishima, reivindicado actualmente por la ultraderecha japonesa por su ideario nacionalista y su defensa del belicismo, justo cuando se cumple el centenario de su nacimiento.

La voz de Mishima se oye de fondo mientras el público se acomoda en sus butacas. Es la grabación de una conferencia que el escritor pronunció en la Universidad de Waseda de Tokio en 1968, dos años antes de su suicidio: ¿Adónde fue la estética del destino trágico? La obra comienza con la lectura de un fragmento de Patriotismo, relato corto de Mishima, que describe con pelos y señales el suicidio ritual de su protagonista: “Usando solamente la mano derecha, el teniente comenzó a cortarse el vientre de un lado a otro. Pero a medida que la hoja se enredaba en las entrañas, era rechazada hacia fuera por la blanda resistencia que encontraba allí”. Lo escenifican el bailarín Ichiro Sugae y el actor Kazan Tachimoto con movimientos del teatro tradicional japonés ante la mirada de Liddell, envuelta con un kimono rojo.
La escena marca desde el principio el tono del espectáculo: violento pero a la vez profundamente lírico, en una atmósfera íntima y ceremonial como la que flota en la habitación de una persona que agoniza entre la vida y la muerte. Durante la función, Liddell proyecta las fotografías que hizo en 2010 cuando imaginó su suicidio, cómo iría vestida, en qué postura la encontrarían. Cuenta también que el año pasado vio cómo una mujer se tiraba al vacío desde una azotea de la Gran Vía. Recita nombres de personas fallecidas y relata las circunstancias en que se produjeron sus muertes (infarto, suicidio, sobredosis, cáncer) mientras se enfunda diferentes prendas representativas de cada uno de ellos. Quema cenizas que afirma que son de sus padres. Acaricia y besa el humo que generan con una ternura estremecedora. Hace entrar a escena a dos enfermeros para extraer sangre de sus venas y del actor Kazan Tachimoto. Dos espectadores abandonan la sala desvanecidos. Se masturba con un hígado de ternera.

La muerte es la materia prima que nutre la obra literaria de Mishima y también de todos los espectáculos de Liddell desde que empezó su trayectoria, hace ya más de tres décadas. “Todo lo considero desde la perspectiva de mi muerte. No sé vivir, no sé”, decía la creadora en una entrevista con EL PAÍS en 2021. Pero la pulsión de la muerte, a sus 59 años, es cada vez más fuerte. Especialmente en sus dos últimos trabajos, con los que este Seppuku podría conformar una trilogía: Vudú (3318) Blixen, un montaje monumental en el que escenificó su entierro, estrenado en 2023 en este mismo escenario; Dämon. El funeral de Bergman, que inauguró el festival de Aviñón en 2024. De hecho, una pregunta que lanzó en este último se repite en el monólogo final de Seppuku como un estribillo: “¿Cuándo voy a morir?”. Y también: “Pido el fin de la vida”.
Liddell se hermana con Mishima en el plano estético. Lo invoca desde el escenario, cual sacerdotisa, para confrontar a sus espectadores con la muerte. Les invita a levantarse a las cuatro de la madrugada para encararse con ella a pelo y, de paso, despojar la ceremonia teatral de cualquier contexto banal. El público le correspondió al final con encendidos aplausos. A la salida, ya había amanecido.
Big Bang
El estreno de Sepukku, que ya tiene comprometidas funciones más adelante en Estrasburgo, Viena y el festival Grec de Barcelona, ha sido uno de los platos fuertes de la actual edición del festival Temporada Alta, que empezó el 18 de septiembre y se extiende hasta el 12 de diciembre. Esta semana ha sido especialmente intensa porque se ha celebrado el Big Bang, con una alta concentración de espectáculos de vanguardia susceptibles de ser contratados para giras, con la presencia de un centenar de programadores nacionales e internacionales. Entre ellos, se han podido ver las últimas creaciones de la belga Miet Warlop, la argentina Marina Otero, la compañía catalana Agrupación Señor Serrano y el dúo Pau Matas-Oriol Pla.
Este último, que inauguró el jueves el ciclo con una portentosa exhibición de sus dotes interpretativas en el espectáculo Gola, se metió en un avión después de la función para asistir este lunes a la ceremonia de los Emmy Internacionales en Los Ángeles, donde compite por el premio a mejor actor por la serie Yo, adicto, de Javier Giner.
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