De Hitler y Franco a Meloni o Le Pen: cómo someter al fascismo y la ultraderecha a una tortura cómica
El colectivo catalán Las Huecas estrena ‘Risa caníbal’ en el Centro Dramático Nacional, una obra que encierra y ajusticia a cuatro lideresas ultraderechistas y entronca con la tradición de la sátira contra el poder autoritario

La historia nos enseña que la parodia es un arma poderosa contra las dictaduras. Mussolini, Stalin, Franco o el mismísimo Hitler son personajes que encarnan el horror del siglo XX, pero que también fueron iconos risibles gracias, por ejemplo, al paradigma que supuso El gran dictador de Charles Chaplin. En El nombre de la rosa, Umberto Eco hace decir al monje Jorge de Burgos que el segundo libro de la Poética de Aristóteles, dedicado a la Comedia, “podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría”, y que “la risa sería el nuevo arte capaz de aniquilar el miedo”. Hay estudios antropológicos, por otra parte, que registran cómo, a principios de nuestro siglo, cuando se recrudecían los combates entre las FARC y el ejército, en algunas tribus indígenas de la Amazonía colombiana se recibía a los militares con burlas y poses histriónicas, desactivando toda la solemnidad de lo que, por otra parte, no dejaba de ser una cuestión muy seria, introduciendo una suerte de desobediencia civil a través de la risa que convertía el humor en un arma política defensiva. Ejemplos así habrá cientos, pero bastan estos para ilustrar algo que escribe Andrés Barba en su libro La risa caníbal: “Solo algo verdaderamente importante puede convertirse en el objeto de una narración paródica”.
Tomando prestado el título del libro de Barba, el colectivo catalán Las Huecas, conformado por las creadoras y actrices Júlia Barbany, Núria Corominas y Andrea Pellejero, va a estrenar el próximo 10 de octubre en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, sede del Centro Dramático Nacional (CDN), su obra Risa Caníbal / Riure Caníbal, una pieza a medio camino entre la tragicomedia, el thriller de terror psicológico y la sátira política, con un grupo de mujeres de ultraderecha como protagonistas, en las que se sienten los perfumes de ciertas lideresas europeas. El humor y el absurdo han sido armas escénicas habituales de Las Huecas en sus diez años de trayectoria, combinados con una búsqueda teatral alineada con los lenguajes más contemporáneos que se ha plasmado en las celebradas Aquellas que no han de morir y De la amistad, dos obras que las han puesto en el punto de mira hasta llegar a esta coproducción con el CDN y el Teatre Lliure de Barcelona, donde la presentarán a partir del 23 de enero de 2026.

Las tres huecas van a compartir escenario con Sofía Asencio, que forma parte de la compañía Societat Dr. Alonso, y con Judit Martín, actriz cómica y payasa ahora célebre en Cataluña y muy recordada por la encarnación que hizo de Tilda Swinton en la última gala de los Premios Feroz, pero que viene de las catacumbas del humor con su hilarante compañía Dejabugo.
Asencio y Martín representan dos formas de afrontar y enfrentar el humor muy distintas, pero que confluyen en lo que hoy representan Las Huecas, una investigación que combina lo popular y lo vanguardista con una aproximación a la comedia que se destila desde presupuestos complejos hacia formas muy esenciales. Sin ir más lejos, Risa caníbal presenta una situación de lo más convencional: cuatro personas atrapadas, encerradas. El motivo y el lugar es lo de menos, lo importante aquí es que son cuatro mujeres que ejercen como líderes políticas de derecha y ultraderecha, cuatro mujeres que podrían ser Marine Le Pen, Giorgia Meloni o Isabel Díaz Ayuso y que van a viajar, como señala Júlia Barbany, “de la dignidad a la denigración absoluta”.
En realidad, se trata de una especie de ajusticiamiento que toma a estas mujeres y las somete a una especie de tortura cómica. “No vamos a hacer comedia para que la gente se ría —explica Núria Corominas—, sino que vamos a intentar desgranar qué tipo de comedia, qué tipo de humor, qué tipo de estrategias comunicativas humorísticas están usando la ultraderecha y el posfascismo actuales para ponerse en escena, para representarse”.
Ahí está el meollo de la cuestión. Las Huecas se han dado cuenta, estudiando a líderes autoritarios y grotescos como Trump, Bolsonaro o Milei, y a las mujeres que también están ocupando esos espacios políticos, de que “usan la ironía, usan el chascarrillo, la burla, lo carnavalesco… Ya no es la seriedad épica de antes —continúa Corominas—. De pronto nos dimos cuenta de que esos son nuestros lenguajes, esas son las herramientas de la comedia, ¿cómo puede ser que nos las roben? Así que la pieza es, básicamente, un ajuste de cuentas a través de algo que llamamos metaclown. Si tú vas a ser un genocida hijo de las mil hienas usando estas estrategias comunicativas que no te pertenecen, tan teatrales, tan del espectáculo, pues nosotras te vamos a meter en una pieza teatral que acabará en una pequeña barbarie, amparada por la risa”.

Se trata de líderes y lideresas de derecha y extrema derecha de hoy que pueden ser vistos como la involución de otros inmediatamente anteriores como Berlusconi, George W. Bush o el español José María Aznar. Más atrás, los terroríficos dictadores del siglo XX.
La risa sirvió como válvula de escape al menos de puertas adentro, como demuestran los Chistes contra Franco que han recopilado Darío Adanti y Eugenio Merino en el espectáculo que siguen mostrando cada cierto tiempo en el Teatro del Barrio de Madrid, un espacio merecedor el año pasado del Premio Nacional de Teatro y bastión del humor antifascista, donde no ha dejado de apostarse por la comedia como arma contra la barbarie. Allí se ha representado y repuesto varias veces desde 2019 la obra Yo, Mussolini, una parodia histriónica del dictador italiano encarnada por el cómico Leo Bassi, que todavía sigue de gira.
¿Qué puede realmente el humor contra este nuevo fascismo? Responde Darío Adanti: “Primero es una herramienta de transmisión a las nuevas generaciones contra la propaganda y la desinformación de los neofascismos, que blanquean las dictaduras y las presentan como beneficiosas. Sirve para hacerles entender, de una forma más fácil y amena, que las dictaduras, aquí o en América Latina, han sido insoportables, irrespirables, perversas y muy dolorosas. Luego también porque al reírnos de un dictador le quitamos poder, al menos íntimamente. Y sirve también para hablar de esa supuesta cultura de la cancelación que denuncian desde la derecha hacia la izquierda, algo totalmente absurdo, cuando la verdadera censura la vemos ahora, por ejemplo, en las últimas acciones de Donald Trump. Finalmente, la clásica caricatura del líder carismático que hacían los humoristas la han usurpado los propios caricaturizados, que ya ejercen por sí mismos como seres ridículos, y hay que señalar tanto esa usurpación como el hecho incomprensible de que haya tanta gente obnubilada, anestesiada, sin ver el ridículo en los líderes que aman y en el horizonte oscuro que se dibuja con ellos en el poder”.

Así pues, en los últimos estertores del capitalismo, con esta “soberanía grotesca” —como la llamaría Foucault en Los anormales— campando a sus anchas, se dibuja un panorama ideal para resucitar a un personaje surgido precisamente cuando el capitalismo moderno empezaba a instalarse de lleno en nuestras sociedades. Hablamos de Ubú, creado por Alfred Jarry en 1896, aquel señor orondo y patafísico que se disponía a conquistar Polonia al grito de “¡Mierdra!”. Será a finales de temporada, el 28 de mayo de 2026 en la Nave 10 del Matadero de Madrid, cuando se estrene el Ubú que está escribiendo María Folguera a partir del clásico Ubú rey y de su secuela Ubú encadenado, y que dirigirá Hugo Nieto. Folguera dice que “Jarry no daría crédito hoy ante una actualidad tan ubuesca. El rey se ha dado cuenta de que secuestrando el lenguaje del bufón llama más la atención”.
La dramaturga vuelve sobre la idea de usurpación expresada por Las Huecas, una apropiación de gestos y palabras que nos enmudece y paraliza. Su Ubú, declara, quiere devolver el personaje al escenario, de donde nunca debió salir. “La ruptura de códigos pertenece al arte y a la creación, porque la política tiene que ser responsable y considerada hacia los colectivos que tiene el deber de representar en una democracia. No podemos quedarnos callados ante esas performances delirantes que hacen los líderes políticos ubuescos con total desprecio hacia la colectividad”.
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