Julio Martí, programador musical: “El jazz no va a morir nunca”
El director artístico de las Noches del Botánico y Villanos Jazz, que fue amigo de Miles Davis o Tete Montoliu, atesora cientos de conciertos a sus espaldas


Creador y director artístico de las Noches del Botánico y Villanos Jazz, dos de los festivales más exquisitos de Madrid, Julio Martí (Valencia, 68 años) lleva toda su vida dedicado a programar conciertos. En su currículo atesora más de 10.000 bolos. En el jazz, es una eminencia y una enciclopedia con patas. Al hablar le salen palabras en inglés, que funcionan como ganchos con gracia para unir anécdotas y vivencias a la altura de muy pocos.
Pregunta. ¿Pensó que Noches del Botánico se convertiría en el festival tan consolidado y celebrado que es hoy?
Respuesta. La verdad que sí. Desde el primer instante. La primera vez que entré al jardín del Botánico, vi que iba a ser un sitio de referencia. Hasta tal punto de que, en la primera edición del Madgarden, el festival previo al Botánico, se lo dije a Fonseca, artista que tocó el primer día ante unas 800 personas. Tuve el arresto de decirle: “Tío, que sepas que eres el primer artista en actuar en un festival que va a ser de leyenda”.
P. ¿Perdería la ubicación si eso supone crecer en aforo?
R. Si nos movemos de ahí, sería por otro sitio emblemático. Además, el Botánico lleva muchísima faena. Hay que tener en cuenta que empezamos a montar en Semana Santa, porque hay que ir muy despacio, porque no podemos hacer ni una poda. Debemos respetar el jardín de una manera tan delicada que prácticamente nos pasamos mes y medio montando el festival y luego los otros dos meses de conciertos. Es una dedicación plena. Realmente, este festival satisface de sobra las aspiraciones que uno tiene de llegar al final de su carrera con un referente.
P. También ha puesto en marcha en los últimos años Villanos Jazz.
R. En este festival, trabajamos en escenarios medios por todo Madrid. El objetivo es ayudar al nuevo talento. El talento sale como setas por todos lados gracias a la globalización y la facilidad que tiene todo el mundo de oír cualquier tipo de música desde cualquier parte. Yo confieso que, de este festival del que soy director, había como 20 artistas de los 60 que ni siquiera había escuchado. Lo hizo mi equipo, gente preparada en conocer las últimas tendencias y talento emergente. Los escuché, les llamé y les di la enhorabuena. Dije: “Chicos, muy buen trabajo. Lo que no conozco casi me ha parecido tan bueno o mejor que lo que ya había escuchado”. Tengo un equipo de trabajo sensacional.
P. ¿Cómo ve el jazz en España en este momento?
R. Estamos en un momento fascinante. Hay una combinación de los talentos hispanoamericanos ubicados en España y los flamencos que crea una nueva base musical que es ya una referencia. De hecho, creo que va a tener una influencia universal.
P. ¿Algún artista de estos actuales especialmente recomendable?
R. ¡Montones! En el territorio del flamenco, destacaría las chicas nuevas, sobre todo María Terremoto y Ángeles Toledano. Mi favorita es un poco menos joven: Sandra Carrasco. Para mí sigue siendo la mejor artista de este país. Y, luego, en el terreno de los hombres, me encantan los que manejan muy bien la mezcla de flamenco y jazz. Antonio Serrano es un genio. Josemi Carmona es espectacular. El Piraña hace solo percusión, pero es el mejor percusionista que ha tenido este país. O gente muy trabajadora y con mucho talento como el pianista Álex Conde.
P. Al jazz lo han matado tantas veces como la novela, pero ahí sigue.
R. El jazz no va a morir nunca porque el jazz tiene la improvisación, la creación en un instante. Es lo más emotivo para cualquier creador. La ilusión máxima de los músicos es improvisar ante el público. Conmover. Eso es imbatible.
P. ¿Cómo le llegó la epifanía del jazz?
R. Mi hermano, que es 12 años mayor que yo, era aficionado y tenía un disco que era una de las grandes obras maestras de la historia del jazz, aunque yo no lo sabía. Era Charlie Mingus Ah Um, de 1959. Yo tendría unos 14 años y conecté muchísimo. Estaba a otra cosa por mi edad, pero me di al jazz. A partir de ahí, hubo otro momento en mi vida. Yo estaba en mi casa escuchando Emerson, Lake & Palmer y recuerdo que vino un amigo de mi prima que era un hijo del exilio mexicano. Me vio escuchar música y le dije que me gustaba el jazz. Entonces, me trajo otro día otro disco. Era Explorations, de The Bill Evans Trio. Se convirtió en mi disco de cabecera.
P. Entró al jazz por la puerta grande.
R. Y más que lo hice. Me convertí en un obseso de Bill Evans. En 1974 fui a Inglaterra y estuve en el festival de Reading y allí el último día un muchacho me dice: “Me vuelvo esta tarde para Londres que quiero ir al Ronnie Scott’s Jazz Club a ver a Bill Evans’. En cuanto se lo oí, me fui yo también. Estuve en todos los pases de ese día con The Bill Evans Trio. Me senté en un lateral desde las ocho de la tarde hasta las dos de la madrugada. Estuve frente a ellos, sin apenas gente, y decidí que desde ese día el jazz me iba a acompañar siempre.
P. Y desde ese día pasó a programar conciertos y no paró de conocer a los grandes del jazz.
R. El jazz me lo ha dado todo. Es una forma de vida, como el flamenco. Mis dos primeros conciertos fueron Stan Getz y Bill Evans, pero con el artista que más he disfrutado interactuando en mi vida fue con Tete Montoliu. Teníamos una relación extraordinaria. Me llamaba siempre que quería colaborar con artistas internacionales. La primera gira que hicimos fue en 1982, una gira extensísima con Sonny Stitt, una gran leyenda. Y, a partir de ahí, no lo dejamos de hacer. El culmen de todo con él quizá fue el dúo que creó con Bobby Hutcherson.
P. ¿Cree que Tete Montoliu ha estado suficientemente valorado en España?
R. Yo he visto siempre al público entusiasmado por Tete, pero el jazz es una música de nicho. Fue un personaje clave, por ejemplo, para que no decayera Joan Manuel Serrat. Cuando tuvo toda la movida de Eurovisión, Tete le acompañó durante dos años. Eso debió ser digno de ver. Daría lo que fuera por haber visto a los dos. Hay un libro de esos en los que te dicen lo que tienes que escuchar antes de morir, uno de los más serios porque los hay muy flojos, que citan cuatro artistas españoles: Manuel de Falla, el maestro Segovia, Camarón y Tete Montoliu.
P. A uno de los grandes que más ha programado fue a Miles Davis. ¿Cómo fue conocerlo?
R. Fue una experiencia maravillosa porque nos hicimos buenos amigos desde que le programé en 1983 por primera vez. Siempre me decía: “Eres jodidamente blanco, pero me gustas” (risas). Le solía ver dos veces al año, en verano y en noviembre. Y compartíamos de todo, incluso vivencias familiares.
P. Tenía fama de ser un personaje bastante complicado.
R. Hay mucha mitología errónea. Miles Davis perdió la voz porque fue incapaz de dejar de hablar el tiempo que le dijo el otorrino. Hablaba por los codos. A mí me llevaba a las cuatro de la mañana y me tenía despierto hasta las siete contándome películas que oía.
P. Para usted, ¿quién sería el músico de jazz más trascendental de todos los tiempos?
R. Digo dos: Louis Armstrong y Duke Ellington. El primer solista y el creador del concepto orquestal en el mundo del jazz. Nadie los va a sobrepasar nunca.
P. ¿Cuál le gustaría que fuera el último concierto que programase?
R. Ahora mismo, me gustaría convencer a algunos músicos encabezados por Herbie Hancock para organizar el concierto homenaje del centenario de Miles Davis. Sería una maravillosa guinda.
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