La estirpe pionera de Chicho Ibáñez Serrador
Conectar con un tiempo y un país durante tantos años a través de un medio bastardo como era la televisión, está al alcance de muy pocos


No creo que sea muy exagerado comparar la figura de Chicho Ibáñez Serrador con la de un Orson Welles o un Alfred Hitchcock, sobre todo a este: las Historias para no dormir parece que dialogan con Alfred Hitchcock presenta. Al fin y al cabo, la palabra genio ha salido en sus necrológicas -y solía aparecer siempre que alguien escribía sobre él- con la misma profusión que con estos autores, pero mi intención no es tanto equiparar el tamaño de sus talentos como adscribir a Chicho a su estirpe artística.
Ibáñez Serrador compartió con Welles o con Hitchcock una misma forma de concebir su trabajo, descarada y libre de prejuicios, que dinamitaba cualquier barrera entre la ceja alta y la ceja baja. Para ninguno de ellos existían los géneros menores. Cuando concebían obras de vanguardia, las convertían en éxitos populares, y cuando trabajaban productos de masas, acababan siendo objetos de culto.
Tenemos el vicio o la querencia de buscar al autor en sus obras más oscuras y menos comprendidas. En el caso de Ibáñez Serrador, su obra maestra sería, por tanto, ¿Quién puede matar a un niño?, filme de 1976 que pasó con mucha más pena que gloria por el cine y que solo los años y el esnobismo convirtieron en título reverenciado, pero su genialidad nunca estuvo allí. Las figuras como Chicho saben, aunque no lo digan, que una gran película la puede hacer casi cualquiera. Sin embargo, conectar con un tiempo y un país durante tantos años a través de un medio bastardo como era la televisión, está al alcance de muy pocos.
También hacen falta épocas desordenadas para que las personalidades como la suya se expresen: los pioneros necesitan medios pioneros. Los Chicho brillan en los albores de la industria, pero esa misma industria los ahoga cuando se profesionaliza demasiado. Por eso son únicos e irrepetibles.
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