Gritos escalofriantes y felicidad
El director Juan Antonio Bayona asegura que Ibáñez Serrador entendió los miedos y anhelos de la sociedad española en un momento clave de la historia

La última vez que vi a Chicho estaba feliz. El Goya de Honor con el que la Academia de Cine le distinguió este mismo año le había levantado el ánimo, hasta tal punto que aseguraba sentirse con fuerzas dirigir cine otra vez.
Espero que el galardón sirviese para que Chicho fuera consciente del aprecio y la deuda que nuestra profesión tenía con él. Pero, sobre todo, del cariño que aún conservaba de su público, ese al que él siempre confesó deberle todo.
Chicho entendió los miedos y anhelos de la sociedad española en un momento clave de nuestra historia. ¿No era acaso el grito escalofriante con el que arrancaban sus Historias para no dormir la representación perfecta de la angustia de un país que vivía en blanco y negro? ¿Y quién no recuerda la felicidad que inundaba nuestras casas cada vez que sonaba la melodía del Un, dos, tres… responda otra vez?
Chicho supo hacernos reír y llorar, asustarnos y enseñarnos, pero, sobre todo, entretenernos. Él siempre insistía en que ese era el objetivo principal de su trabajo: hacernos pasar un buen rato y que nos olvidáramos de la realidad durante unas horas. En eso, como entre tantas otras cosas, fue un maestro.
Con tan solo dos películas, ¿Quién puede matar a un niño? y La residencia, Chicho demostró un dominio extraordinario de la técnica y la narrativa cinematográficas, y revolucionó un género hasta entonces poco valorado en nuestro país. Hoy son dos títulos considerados clásicos, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Por si eso no fuera poco, Chicho tuvo la bondad de iniciar a toda una generación de espectadores en el cine fantástico, contagiando su amor de tal manera que muchos de los que nos dedicamos a este género tenemos una gran deuda con él.
Gracias maestro por tu pasión, tu amor, tu generosidad y tu inconmensurable talento.
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