Placebo en la pantalla
'Vivir sin parar', del alemán Kilian Riedhof, es la apoteosis de la épica chicle para la tercera edad

Los internos de una lujosa residencia de ancianos están en la iglesia, esperando que empiece la ceremonia, cuando una anciana se levanta en actitud extática y se dirige al inmenso ventanal que está detrás del púlpito. La mujer señala al fuera de campo, mientras el resto de feligreses intercambia miradas nerviosas, ante lo que parece la evidente sanción social de una crisis de demencia senil. Sin embargo, la puesta en escena y la banda sonora parecen estar hablando a gritos de la manifestación de un milagro. De un milagro, para entendernos, al estilo Amblin: la espectacularización spielbergiana del acto divino. Al final, todos descubren que la anciana no está señalando ninguna aparición mariana, sino a otro de los internos —el excorredor Paul Averhoff—, que ha decidido rebelarse contra los protolocos de la mansedumbre programada para la Tercera Edad para salir a correr al jardín. La insumisión del protagonista tendrá, sí, sus efectos milagrosos y redentores sobre la comunidad que, a partir de su ejemplo, revivirá y decidirá retomar posesión de una aparcada alegría vital. Esa escena, entre lo sublime y lo ridículo, contiene la esencia de Vivir sin parar, del alemán Kilian Riedhof, apoteosis de la épica chicle para la tercera edad, mucho más cerca del azucarado segmento que dirigió Spielberg para En los límites de la realidad (1983), a partir de un viejo episodio de The Twilight Zone, que de la lacerante mirada sobre el desamparo del Umberto D. (1952) de Vittorio De Sica. Mentiroso y espectacular cine placebo, en suma.
VIVIR SIN PARAR
Dirección: Kilian Riedhof.
Intérpretes: Dieter Hallervorden, Tatja Seibt, Heike Makatsch, Otto Mellies, Frederik Lau.
Género: drama. Alemania, 2013
Duración: 114 minutos.
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