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Árboles
Columna
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El stlánik, el árbol que se tumba y duerme durante los inviernos

El stlánik es lo más parecido a un barómetro; al igual que anuncia las primeras nevadas, anuncia el brote de la primavera

Stlanik árbol
Montero Glez

En la tundra siberiana crece un árbol peculiar que se conoce como stlánik. Se trata del cedro originario de las montañas, un árbol con el que los presos condenados en Kolimá mantenían una relación especial. Así lo cuenta el escritor Varlam Shalámov, —superviviente del Gulag— en sus Relatos de Kolimá (Minúscula), una epopeya escrita con crudeza, y traducida al castellano por Ricardo San Vicente.

Según Shalámov, el stlánik es árbol dotado de una sensibilidad “poco común”. Es capaz de avisar de la llegada de las primeras nieves tumbándose hasta rozar con su copa el suelo, “extendiendo cual patas sus ramas azulinas”, escribe Shalámov, dando cuenta del milagro que la naturaleza ofrece ante sus ojos. Es la mirada de un convicto, de un hombre condenado, pero que no ha perdido el hilo de ternura que le une con el resto del mundo. A pesar del aislamiento, Shalámov detalla y apunta las señales, indicios que la naturaleza va emitiendo con el pasar de los días en “la tierra de la muerte blanca”, como se conoce a aquellos parajes inhóspitos donde cualquier brote de verdor es celebrado con los ojos.

Shalámov lo hace igual que un naturalista. En su cuaderno de campo va describiendo los distintos matices que adquiere la nieve con el paso del día; la gasa de niebla que envuelve las madrugadas y el camino de frío al trabajo en la mina. En ningún momento pierde la curiosidad ante las blancas montañas donde se aprecian bultos de nieve. Bajo ellos hibernan los arbustos del stlánik, “igual que el oso, se sumergen en un sueño invernal”.

De esta forma, el stlánik se convierte en un barómetro; al igual que anuncia las primeras nevadas, anuncia el brote de la primavera. Porque lejos de los almanaques, la primavera, por aquellas tierras de muerte, llegaba cuando quería. “La naturaleza es algo más sutil que el hombre en sus sensaciones”, explica Shalámov, señalando el despertar del stlánik con la llegada de los primeros brotes, cuando el árbol se levanta del suelo, sacudiéndose la nieve bajo la que ha permanecido sepultado durante el invierno. Y todo esto lo cuenta Shalámov con una prosa magistral, un fraseo musculado sin anabólicos ni fuegos artificiales, sin concesiones, como corresponde a una experiencia vital donde la guadaña de la muerte acecha a cada rato.

Pero también, el stlánik servía de vitamina C, o eso mismo pensaba Shálamov que en las primaveras y veranos arrancaba sus agujas secas, llenando sacos que entregaba al capataz y que iban a parar a la cocina donde preparaban un brebaje amarillento que había que beber obligatoriamente antes de cada comida. Ese era el único remedio que se conocía contra el escorbuto, enfermedad causada por la falta de vitamina C.

Más tarde, se descubrió que aquello era mentira, que las agujas del stlánik no servían para el escorbuto ni para cosa parecida. Y que tomar aquel brebaje —que sabía a mil demonios— era otro castigo más en aquella tierra de muerte.

En resumidas cuentas: lo de la vitamina del stlánik era un engaño como el que se podía practicar cuando se encendía una hoguera cerca, mientras el árbol hibernaba bajo la nieve. Creyéndose que la primavera había empezado, el stlánik se levantaba para celebrarla. Porque, al igual que muchos seres humanos, el stlánik también es un árbol ingenuo y confiado.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.
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