¿Por qué las pelotas de tenis son amarillo fosforito?
La pelota blanca dejó de ser utilizada en 1972, pero lo más paradójico fue la resistencia de los ingleses a utilizarlas en Wimbledon hasta 1986


Tras la derrota de Carlos Alcaraz en la final de Wimbledon nos asaltan varias cuestiones que tienen que ver con la ciencia y su relación con el tenis, deporte en el que la física juega un papel fundamental si contemplamos magnitudes como velocidad, desplazamiento y masa.
Con todo, en primer lugar, vamos a preguntarnos por qué las pelotas de tenis son amarillas, para ser exactos del amarillo denominado amarillo óptico. Se trata de una curiosidad que nos devuelve al Wimbledon de finales de los años sesenta, cuando los partidos de tenis se empezaron a retransmitir en color y el conocido narrador científico David Attenborough era, por aquel entonces, encargado de las retransmisiones de la BBC británica. Con la llegada del color a las televisiones, la pelota blanca suponía confusión; resultaba poco visible en las pantallas. Ante un problema complejo a primera vista, David Attenborough dio con una sencilla solución: utilizar una pelota amarilla.
Sin embargo, la solución no se aplicó de manera inmediata hasta 1972, cuando la pelota blanca dejó de ser utilizada y, en su lugar, se empleó la pelota de color amarillo, debutando en el US Open de 1973; pero lo más paradójico fue la resistencia de los ingleses a utilizarlas en Wimbledon hasta 1986.
Ahora vayamos a la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia (EE UU) donde el físico Howard Brody no sólo impartía clases, sino que curioseaba en el tenis y su relación con la física. En su libro Tennis Science for Tennis Players (1987), Brody se sirve de la física para resolver muchos de los misterios que hay detrás de las grandes jugadas.
Fueron años de estudio los que llevaron a Brody a convertirse en una eminencia en el tema. Todo empezó a finales de la década de los setenta, durante unas vacaciones en Florida, cuando vio a un tenista jugando con una raqueta de gran tamaño. Brody se hizo con ella, se la compró y la examinó en el laboratorio igual que se examina una cepa de virus o un sistema físico desconocido: a fondo.
Midió la velocidad de rebote de la pelota en las distintas zonas de impacto, llegando a la conclusión de que es mayor cuando el impacto ocurre cerca del cuello de la raqueta, y va disminuyendo a medida que el impacto se aproxima al extremo superior. Esto, con la raqueta inmóvil; pero cuando la raqueta se mueve y deja de estar estática, la relación entre ambas velocidades de rebote depende del tipo de movimiento del brazo.
Con estas curiosidades científicas, Brody se empezó a hacer popular. Gracias al tenis había conseguido un camino, una especialización más allá del estudio de la física de partículas al que se entregaría con las primeras colisiones de hadrones en el CERN. Pero sólo por un corto espacio de tiempo. Dejó su puesto como científico en la frontera franco-suiza para volver a su plaza de profesor universitario en Pennsylvania y seguir experimentando con la raqueta. Su pasión por el tenis, deporte que relacionó al extremo con la física, lo absorbió de por vida.
Howard Brody murió un verano de hace diez años, cuando Alcaraz era un crío recién llegado de París, tras haber asistido como espectador al torneo de tenis donde, años después, revalidó el trono parisino tras la final más larga de la historia.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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