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‘Lucy’ no estaba sola: un misterioso pie de hace 3,4 millones de años complica la evolución humana

Ocho huesos de un australopiteco que caminaba erguido y subía a los árboles pertenecen a otra especie, un pariente ancestral de los humanos actuales

Lucy pie australopiteca
Miguel Ángel Criado

Son solo ocho huesos, pero vienen a complicar la ya compleja historia de la evolución humana. En 2009, se descubrieron en el yacimiento de Woranso-Mille (Afar, Etiopía) fragmentos del pie de un individuo que caminaba ya erguido hace casi 3,4 millones de años. Se creía que allí entonces solo vivían Australopithecus afarensis, grupo al que pertenecía Lucy, considerado ancestro común de los primates erguidos que vinieron después, incluidos los humanos. Sus descubridores no sabían a qué especie pertenecía ese pie, pero estaban seguros de que no era de la especie de la abuela Lucy. Fue tal el escepticismo de los paleoantropólogos que el pie quedó huérfano hasta ahora. Un trabajo publicado este miércoles en Nature y liderado por el mismo que descubriera aquellos ocho huesos, le ha encontrado un dueño: era otro tipo de australopiteco (Australopithecus deyiremeda). Y convivió con Lucy, y era bípedo como ella, pero aún manifestaba querencia por los árboles.

“Este trabajo se apoya en nuevos hallazgos que asocian claramente el pie con un A. deyiremeda”, dice en una entrevista el director del Instituto de los Orígenes Humanos y profesor de la Universidad Estatal de Arizona (Estados Unidos), Yohannes Haile-Selassie. Su grupo halló en 2015 gran cantidad de dientes, un maxilar y mandíbulas incompletas de una nueva especie de australopiteco que apellidaron deyiremeda. En la lengua afar de la región, significa algo así como pariente próximo. La relevancia de aquel descubrimiento residía en que se colaba en la lista de posibles ancestros de todos los humanos. Haile-Selassie estaba convencido de que el pie debía ser de uno de esos parientes cercanos, pero no ha podido dibujar la línea de puntos hasta este nuevo trabajo.

Gracias a la nueva remesa de dientes, en especial una mandíbula casi completa de un individuo joven que conservaba dientes de leche, ahora se ve el pie de 2009 con otros ojos. Entre los paleontólogos y antropólogos hay una especie de ley no escrita: sin un nuevo cráneo, cuesta aceptar una nueva especie. Pero, al combinar el pie con lo descubierto en 2015 y los nuevos restos, sus descubridores pueden contar mucho más sobre el A. deyiremeda. Los ocho huesos de la extremidad, en particular unas falanges más alargadas y la porción del dedo gordo que encontraron, que recuerda al de los chimpancés, indican que caminaba sobre dos patas, pero seguía siendo arborícola. Y esto lo refuerza el estudio de su dentadura.

“Los dientes nos dan mucha información”, resume la investigadora de la Universidad de Michigan (Estados Unidos) y coautora del estudio, Naomi Levin. La datación de los restos de A. deyiremeda encontrados en tres lugares distintos, pero todos a pocos kilómetros de Hadar, donde se halló el esqueleto de Lucy, indica que coincidieron en el tiempo y en el espacio. “Sin embargo, la química de los dientes muestra que estos dos homínidos, estrechamente relacionados, tenían comportamientos diferentes, aunque su desarrollo fuera similar”, continúa Levin en un correo.

El análisis de los isótopos de carbono presentes en el esmalte desvelan que los afarensis no solo comían una mayor variedad de alimentos, sino que muchos ya procedían del suelo, hierba, gramíneas, pastos, etc. Mientras, los dientes de los deyiremeda apuntan a que aún se alimentaban con hojas y frutos, es decir, árbol arriba.

Haile-Selassie mantiene que hubo dos especies conviviendo, aunque tuvieran adaptaciones locomotoras diferentes. “Ahora podemos afirmar que los A. afarensis y A. deyiremeda eran vecinos, pero hacían cosas distintas”. Con movilidad y dieta diferenciadas, ambos linajes pudieron coexistir sin tener que competir, es decir, sin tener que matarse entre ellos. En caso contrario, “una de las dos se habría extinguido”, termina Haile-Selassie.

El geólogo Lluís Gibert, de la Universidad de Barcelona, lleva años acompañando a Haile-Selassie en sus excavaciones en el norte de Etiopía. Coautor del nuevo trabajo, recuerda que los fósiles se encuentran dentro de sedimentos y esos sedimentos indican cómo era el entorno. “La evolución del medio físico es lo que condiciona la evolución humana”, destaca. “África se estaba partiendo en dos”, recuerda Gibert. “Ese proceso de ruptura condicionó la evolución del paisaje, pasando de un ambiente de bosques tipo más selvático como en el que viven los gorilas actualmente, a otro tipo sabana”. Es en esa transición, en aquel lugar, donde estarían las raíces de la evolución humana.

Para saber el papel que tuvo el dueño de aquel pie en esta evolución, les falta la cabeza. Lo resume Fred Spoor, del Museo de Historia Natural de Londres, en un comentario que hace al estudio también publicado en Nature. “Atribuir huesos de las extremidades o el tronco a una especie es una cuestión de probabilidad, a menos que formen parte de un esqueleto individual que conserve características diagnósticas de la especie, que suelen estar restringidas al cráneo”, escribe.

Más escéptica aún es Leslea Hlusko, paleobióloga del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh) y gran experta en la variación dental de los primeros homínidos. Su primera objeción tiene que ver con el bipedismo. “El dilema radica en la dificultad de interpretar de forma concluyente el ángulo del dedo gordo desde la base del pie, utilizando únicamente el metatarsiano. Se necesita el hueso con el que se articula: el cuneiforme”, sostiene en un correo. Y aún no han encontrado estos huesos en Woranso-Mille.

“Sería extraordinario tener dos simios de aspecto casi idéntico viviendo uno junto al otro sin cruzarse”, reconoce Hlusko, algo que no se ha visto “en los primates actuales, por lo que soy sumamente escéptica ante todas estas interpretaciones de la extrema diversidad biológica”, añade. Aunque la científica del Cenieh destaca los nuevos hallazgos, recuerda que “la evidencia fósil es la única información que tenemos sobre el aspecto de estos animales y para determinar cuándo y dónde vivieron”. Y concluye sobre el nuevo trabajo: “No nos aporta ninguna nueva perspectiva sobre la biología de nuestros ancestros hace 3,5 millones de años; para ello, aún necesitamos más fósiles”. Habrá que esperar a que encuentren un cráneo de un A. deyiremeda.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Criado
Es cofundador de Materia y escribe de tecnología, inteligencia artificial, cambio climático, antropología… desde 2014. Antes pasó por Público, Cuarto Poder y El Mundo. Es licenciado en CC. Políticas y Sociología.
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