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Elecciones Chile
Tribuna
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Una política de la escucha

Chile a veces grita en las calles y a veces lo hace en las urnas. A veces, la mayoría de las veces, sus rumores y murmullos han sido inaudibles para las élites políticas

José Antonio Kast

El pueblo chileno habló fuerte en las urnas y José Antonio Kast, embajador de la extrema derecha global y fiel representante del pinochetismo, se ha convertido en el presidente electo, con un 58% de los votos, superando a Jeannette Jara, la candidata de una amplia alianza de izquierdas y centroizquierdas, que alcanzó el 42% de las preferencias.

Ha sido una dura derrota para las fuerzas progresistas y no vale la pena intentar acrobacias argumentales para disimularlo. Sin embargo, tampoco vale la pena reproducir las respuestas prefabricadas y catárticas que comienzan a poblar las redes, paneles y columnas. La búsqueda de culpables con nombre y apellido y el desmarque oportunista solo contribuyen a la despolitización y la dispersión de las fuerzas. Evitar esas tentaciones, practicando análisis honestos y con sentido político, será una de las tareas más urgentes para hacer de esta derrota una posibilidad de aprendizaje y no un desangre inútil.

Partamos por lo básico. La victoria de Kast no fue sorpresiva: lo anunciaban las encuestas, la temperatura de la calle, la tendencia de casi veinte años de triunfos de los candidatos de oposición, los vientos de derecha que soplan en el mundo, los deseos de orden y cambio que imperan en la sociedad chilena, la primacía de la cuestión migratoria y de seguridad pública, la desaprobación del Gobierno, la desconfianza hacia la política institucional, los coletazos del triunfo del rechazo de 2022, etc.

Ahora bien, pese a este cúmulo de circunstancias adversas, el triunfo de Kast no era un destino inevitable aunque fuera, por estas y otras razones, el desenlace más probable. La política se trata en estos casos de dar vuelta escenarios difíciles y Jeannette Jara se puso al frente de esa tarea e hizo esfuerzos titánicos para lograrlo: articuló la más amplia alianza política entre izquierdas y centro izquierdas desde el retorno a la democracia, impulsó una agenda centrada la seguridad pública y la seguridad material, buscó llegar a las clases medias emergentes y votantes obligados con propuestas audaces, mostró ser una mujer preparada para gobernar y capaz de llegar a acuerdos en beneficio de las mayorías al mismo tiempo que puso a su contrincante contra las cuerdas, haciéndolo aparecer ante el país como un vendedor de promesas incumplibles y repetidor de cuñas y titulares. Se ganó en esta batalla el respeto y reconocimiento transversal de su sector y también de algunos adversarios. Sin embargo, y si bien evitó los escenarios más catastróficos que podrían haberse producido, estuvo lejos de alcanzar la victoria.

El resultado de Jeannette Jara, sumado a los que hemos obtenido desde la introducción del voto obligatorio, nos debe hacer tomar conciencia de que, en estas circunstancias de sufragio efectivamente universal, las izquierdas y el progresismo no somos mayoría en Chile. Más aún: en números absolutos, con el voto obligatorio hemos crecido de manera muy modesta en comparación con las otras alternativas políticas, que se han llevado las tajadas más grandes de los nuevos votantes. Ahí radica uno de nuestros mayores problemas.

Revisemos algunos números. En la primera vuelta de 2021, todas las candidaturas de izquierda y centro izquierda sumaron 3,2 millones de votos, lo que representaba el 46,5% de las preferencias. En 2025, también en primera vuelta, las candidaturas del sector sumaron 3,7 millones, 500 mil votos más que en 2021, con la diferencia de que, con la participación electoral casi duplicada, el número alcanzado representó en esta ocasión solo el 28% de las preferencias.

Con la derecha y con Parisi ocurrió todo lo contrario. Si en 2021 la suma de Kast y Sichel daba 2,8 millones de votos, representado el 40,8% de las preferencias de la primera vuelta, en 2025 la suma de Matthei, Kaiser y Kast ascendió a 6,5 millones de sufragios, equivalentes al 50,3% del total. Parisi, por su parte, saltó de 900 mil a 2,5 millones de votos, casi triplicando su marca.

Último dato. Si en 2021 el presidente Boric movilizó 4,6 millones de votos en la segunda vuelta, en la jornada de ayer Jeannette Jara alcanzó los 5,2 millones, cerca de 600 mil votos más. Kast, en cambio, pasó de 3,6 millones de votos en la segunda vuelta de 2021 a 7,2 en esta ocasión. Es decir, el doble.

Si los números son contundentes, las preguntas que quedan para las izquierdas y el progresismo lo son todavía más.

¿Por qué es un representante de la más rancia derecha pinochetista quien logra la adhesión de sectores populares y medios cuyos intereses nunca ha defendido? ¿Cómo se construye mayoría en el Chile del verdadero sufragio universal? ¿Cómo se establece una relación política, de construcción, de organización, de representación de intereses con ese Chile popular y de clases medias emergentes que no provienen de la cultura de las izquierdas históricas? ¿Cómo puede convertirse la izquierda en un proyecto de mayorías?

Preguntas así –y no las peleas mezquinas– debieran desvelarnos y consumir nuestras mejores energías intelectuales.

Ante la magnitud de la derrota, me parece que lo más honesto es reconocer que no lo sabemos todo. Podemos tener intuiciones, hipótesis, ideas, pero si tuviéramos todo claro, otro gallo cantaría. Este reconocimiento debiera ser el puntapié para todos los ejercicios de análisis que necesariamente vamos a emprender.

Pero antes de las críticas y autocríticas, tan propias de las izquierdas, creo que esta derrota debiera disponernos sobre todo a la escucha. Escuchar a Chile. Escuchar a ese país que fue creciendo a punta de esfuerzo y sacrificios, que dejó la pobreza pero que no tiene la vida asegurada; ese país que el Estado ya no atiende y que el mercado endeuda o excluye; ese país que ha ganado dinero pero no reconocimiento; ese Chile que ve amenazada su identidad y su vida cotidiana con las olas migratorias; ese Chile que quiere orden y cambio, libertad y seguridad, reconocimiento y trato digno. Ese Chile a veces grita en las calles y a veces lo hace en las urnas. A veces, la mayoría de las veces, sus rumores y murmullos han sido inaudibles para las élites políticas. Tenemos que afinar el oído. Buscar la sintonía. Inventar nuestra política de la escucha.

Tenemos el desafío de convertir esta dura derrota en estímulo para renovar nuestro ideario de democracia, justicia social y emancipación humana de forma tal que esté enraizado en el Chile realmente existente. Previsiblemente, no será una tarea corta ni fácil, la sociedad ha cambiado mucho, el neoliberalismo es una máquina antropológica que no dominamos y que modela cabezas y corazones. Hoy lo vemos con más nitidez que nunca y, por lo mismo, no podemos eludir el trabajo que la propia sociedad nos pone por delante.

Las derrotas profundas pueden liquidar los proyectos políticos o ser el espacio propicio para renovaciones fecundas. Que sea lo uno y no lo otro está nada más que en nuestras manos. Y también, y ahora más, en nuestros oídos.

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