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Guerra de Israel en Gaza
Tribuna
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¿Cómplices?

Días atrás, un alumno me preguntaba por qué muchos periodistas morían en ataque a hospitales. Si eso no los convertía en sospechosos. Las leyes de la guerra dicen que los centros médicos son sagrados y que atacarlos es un crimen de guerra

Guerra entre Israel y Gaza
Javier Martín

En agosto de 2014, en plena escalada de la agresión militar israelí a las localidades del norte de Gaza, un misil impactó en una calle aparentemente vacía próxima al campo de refugiados de Jabalia, en en el norte de la ciudad. Eran cerca de las 19.00 horas de un día luminoso de verano y dos niños corrían por la vereda sin saber que aquella iba a ser su última carrera, su postrero e inocente juego infantil. Dos periodistas occidentales que estaban a escasas dos cuadras de la masacre llegaron a la zona en minutos, y enseguida reportaron. Tomaron fotos, recopilaron datos e informaron del ataque y las trágicas consecuencias que observaron sus ojos.

Apenas unos minutos después de aparecer la noticia publicada, uno de ellos recibió una llamada satelital del portavoz en español del Ejército israelí, Roni Kaplan, al que por razones laborales conocían bien:

.- “Javier, ¿Cómo estás? Oye, te llamo para decirte que habéis publicado una noticia falsa, nosotros no hemos disparado contra esa zona. Por favor, rectifica la nota”, afirmó aseverativo.

.- “Mira Roni, imagino que tienes bien localizada mi posición por el GPS de la llamada. Así aquí, en el mismo lugar. Acaba de llegar la ambulancia para llevarse los cuerpos y tengo una foto de los restos del proyectil, que claramente es vuestro”, respondí.

.- “Bueno, no es así (respondió Roni, con titubeos). Si no quieres rectificar quedas mal, nosotros ya hemos dicho que ha sido un cohete de Hamás. Solo quería avisarte. Suerte y ten mucho cuidado por allí”, señaló antes de colgar.

Una docena de años después, esta conversación que mantuve con Kaplan no es posible. Y eso que el militar sigue en su puesto, difundiendo las mismas mentiras, tergiversaciones y amenazas que aquel entonces. Pero ya no hay periodistas extranjeros incómodos a los que tratar de silenciar. Y verdades que pervertir como aquella otra que también constató la prensa internacional en 2014 sobre la muerte de cuatro niños más en una playa de Gaza por disparos de la fuerza naval israelí, en una táctica bélica, la de la propaganda, tan antigua como la propia guerra.

Israel, y en particular el sionismo, la utiliza profusamente y con evidente eficacia desde hace décadas, y desde diversos ángulos. La menos conocida sea, quizá, la que realiza a través de la Hasbara, un verdadero ejército de personas que se dedican a vigilar la vida de cada periodista, académico, investigador o columnista para presionarlo y convencerlo de cambiar la realidad o simplemente a hostigarlo y a tratar de hundir su reputación si se mantiene firme en sus principios. El uso de la etiqueta antisemita, diseñada por la potencias victoriosas más la derrotada Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, es una de sus armas predilectas.

La más criminal, la de matar al mensajero, al testigo, se ha masificado tras el lanzamiento en octubre de 2023 de la actual operación militar en Gaza, cenit de un desalojo y genocidio sistemático que el sionismo perpetra de manera contumaz y silenciosa desde el acuerdo de partición, impuesto hace más de medio siglo. Y tiene como víctimas a los periodistas palestinos: 197 reporteros y trabajadores de medios de comunicación han sido asesinados en Palestina en los últimos 22 meses, según datos del Comité de Protección de los Periodistas (CPJ) y la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF), a fecha 25 de agosto de 2025. Uno cada casi tres días.

No hay periodistas extranjeros, dirán. Cierto. Al contrario que en la ofensiva contra Gaza en 2014, en la que una decena de nosotros pudimos estar allí, bajo las mismas bombas, en esta ocasión el Gobierno de Israel nos ha impedido el paso, en una flagrante violación de las prácticas de guerra y de las libertades, tanto de expresión como de movimiento y conciencia, que se suma a las numerosas violaciones del derecho internacional y el derecho internacional humanitario que se están perpetrando. Y en una táctica que ha puesto en la diana a los periodistas palestinos, únicos testigos de la masacre de su pueblo.

Suena duro, pero la la sangre de los periodistas palestinos es “más barata”. Para el Ejército de Israel es fácil acallarlos: tienen su posición y coordenadas como Roni Kaplan tenía la mía aquella tarde de verano de 2014 y todas las tardes de verano que estuve en Gaza. Mis movimientos, el hotel donde dormía, el restaurante donde comía, el lugar donde lloraba. Para la Hasbara y su multitudinaria maquinaria de propaganda es igualmente sencillo justificarlos como objetivo, desprestigiarlos, censurarlos, injuriarlos: todos los palestinos, para ellos y el sionismo por definición, son terroristas, incluidos los que aún están en los vientres de sus madres.

Días atrás, un alumno me preguntaba por qué muchos periodistas morían en ataque a hospitales. Si eso no los convertía en sospechosos. Las leyes de la guerra dicen que los centros médicos son sagrados y que atacarlos es un crimen de guerra. Para quienes cubrimos conflictos, siempre ha sido el lugar seguro en medio de la tormenta. Yo mismo he dormido, trabajado, y me he refugiado en hospitales de Irak, Siria, Libia, el Líbano o Irán porque eran el único lugar en el que me sentía protegido por la Convención de Viena. Por eso es tan importante hoy sumarse a la acción que fomenta RSF en defensa de los periodistas palestinos, no solo como un acto puntual solidario, sino como un compromiso firme en el tiempo y en el espacio mientras el genocidio continúe; una acción en defensa de los periodistas palestinos como personas y como profesionales, en defensa de la verdad sin filtros, de la libertad de pensamiento, opinión y conciencia, en defensa del periodismo y de una sociedad de derechos, pero también en defensa y protección de nuestros valores como seres humanos: que ni el miedo a ser señalado, ni la falsa equidistancia, ni la pereza, ni la distancia, ni la cotidianidad, ni el aburrimiento, ni el despego “por la política” ni ninguna otra excusa nos lleve a preguntarnos -o que nos pregunten nuestros hijos y nietos- en el futuro si fuimos cómplices.

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