La OMS rechaza la petición de Bolivia y Colombia para sacar la hoja de coca de la lista de sustancias más perseguidas
La lista I de la Convención Única de Estupefacientes limita la posibilidad de la investigación científica y de la exploración de usos alternativos


La hoja de coca va a continuar en el listado de sustancias altamente peligrosas en el que ha permanecido por más de 60 años. La grieta que se había abierto para que saliera de allí acaba de cerrarse: la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha recomendado mantenerla en la lista I, la más restrictiva, de la Convención Única de Estupefacientes de 1961. La solicitud de Bolivia para desclasificar la hoja de coca, a la que se había sumado Colombia con ímpetu, se ha encontrado con un muro. La campaña de los dos países para desestigmatizar la coca, diferenciarla de la cocaína y promover sus usos alternativos y tradicionales, ha recibido un fuerte revés. La decisión de la entidad del sistema de la ONU es ahora cuestionada por un amplio abanico de organizaciones de la sociedad civil que esperaban lo contrario por parte de una institución enfocada en asuntos sanitarios.
La petición para que la hoja de la mata andina dejara de acompañar a la heroína, la cocaína o el fentanilo en esa lista la hizo formalmente el Gobierno de Bolivia en junio de 2023. “La hoja de coca es como un sello seco que protege la identidad de los pueblos ancestrales andino-amazónicos”, defendía entonces el vicepresidente boliviano, David Choquehuanca. “No existe ni una pizca de evidencia científica para incluir a la hoja de coca en ese listado”, argumentaba a su vez Laura Gil, entonces embajadora de Colombia en Viena, sede de la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas.
La OMS no les ha dado la razón, argumentando la “facilidad” con la que esa hoja se puede convertir en pasta base de coca, y después en clorhidrato de cocaína. “Se estima que una hectárea de cultivo de coca produce aproximadamente 4,2 toneladas de hojas frescas de coca al año; una tonelada de hojas frescas produce aproximadamente 1,5 kg de pasta de coca o 1,4 kg de base de cocaína; y un kg de base de cocaína produce aproximadamente 0,9 kg de clorhidrato de cocaína, que suele contener alrededor de un 85 % de cocaína pura”, calcula ese organismo. “Por consiguiente, dado que la hoja de coca se utiliza para fabricar cocaína, una sustancia controlada (cocaína) se elabora a partir de otra (hoja de coca), cumpliendo así el criterio de convertibilidad de la Convención”, se lee en el documento en que la OMS recomienda mantener la mata en la lista I. Esa recomendación se envía ahora a la Comisión de Estupefacientes de la ONU en Viena, que finalmente toma la decisión, pero sin el apoyo de la OMS, no hay ninguna opción de cambiar la categoría.
El Consorcio Internacional sobre Políticas de Drogas (IDPC, por sus siglas en inglés), con sede en Londres y que recoge a casi 200 organizaciones que expertas en el tema de todo el mundo, ha rechazado con vehemencia la determinación. “La decisión ignora evidencia clara de que, en su forma natural, la hoja de coca representa riesgos mínimos para la salud, dejando de lado milenios de conocimientos indígenas al afirmar que no existe una “base sólida” para su uso terapéutico”, se lee en el pronunciamiento emitido el pasado martes.
De hecho, la decisión de la OMS cita el reporte del comité de expertos en farmacodependencia convocado para esa revisión, y este establece que “no se encontraron estudios que proporcionaran evidencia sólida para determinar la prevalencia de la dependencia de la hoja de coca”. El informe también encontró que la hoja de coca posee propiedades antihipertensivas, antioxidantes, antiinflamatorias, anticancerígenas, así como actividad estimulante, antidiabética y actividad anorexígena, que reduce el apetito.
Para Luis Felipe Cruz, experto en política de drogas y consultor de la organización Elementa DDHH, la recomendación de la OMS implica que la investigación científica alrededor de la hoja de coca continuará enfrentando fuertes obstáculos. “Dificulta que se investigue sobre la planta, que se den permisos y licencias para usos medicinales o alternativos, hace que todo sea mucho más restrictivo”, sostiene Cruz, quien participó en la elaboración de insumos que Colombia envió a la OMS para la revisión. “Se está privando a la humanidad de poder estudiar los beneficios potenciales de la hoja de coca y sus derivados”, sentencia. En eso coincide Isabel Pereira, coordinadora de la línea de drogas en Dejusticia, quien agrega que la decisión “envía un mensaje desesperanzador sobre el sistema internacional de drogas, pues demuestra que los escépticos tienen la razón: es impermeable a la evidencia científica”.
La criminalización de la hoja de coca ha condenado la investigación científica de la planta casi a lo anecdótico. En Colombia, sólo tres entidades cuentan con el permiso del Fondo Nacional de Estupefacientes para hacer esa investigación aplicada: la Policía Nacional, la Universidad de Los Andes y el SENA regional Cauca. Con este último trabaja Dora Troyano, ecóloga y doctora en Etnobiología y estudios bioculturales. Ella lidera en el norte del Cauca un proyecto de investigación que tiene monitoreados unos 150 productos hechos con esa planta en Sudamérica, en sectores alimenticios, textiles, de tinturas, farmacéuticos y nutracéuticos. En la región en la que ella trabaja se han concentrado en la harina de coca, los filtrantes o té de coca y la hoja de coca seca. “Imagínate tener la posibilidad de desarrollar productos o mercados, que en cualquier supermercado del país, en la góndola de plantas medicinales, encontráramos la hoja de coca. No solamente sería una gran oportunidad para las comunidades productoras, sino también para los usuarios de las plantas medicinales”, defiende la académica.
Un origen cuestionado
Bolivia impulsó la revisión crítica de la hoja de coca no tanto por el potencial comercial sino por su valor tradicional y ancestral. Su tesis es que la decisión original de incluir la planta en 1961 obedeció a lecturas sesgadas y racistas que hoy en día son insostenibles. Ese rastro aparece en el dossier que el país andino envió a la OMS. En 1948, la ONU aprobó el envío de una comisión de investigación a Perú para estudiar los efectos de la masticación de la hoja, que después se extendió también a Bolivia. El médico argentino Pablo Osvaldo Wolff preparó una bibliografía para los miembros de esa comisión, y en una ponencia en 1949 presentó sus reflexiones: “El indio que no mastica hoja de coca es lúcido, inteligente y alegre, dispuesto al trabajo, vigoroso y resistente a las enfermedades; el coquero, por el contrario, es abúlico, apático, perezoso, insensible a su entorno, su mente está ofuscada; sus reacciones emocionales son raras y violentas, está moral e intelectualmente ‘anestesiado’, socialmente sometido, casi un esclavo”. Y añadía: “No cabe duda de que el hábito de masticar hojas de coca es una de las razones más poderosas del atraso y la miseria de la población india”.
La misión estuvo a cargo de Henry B. Fonda, vicepresidente de la Asociación Estadounidense de Farmacéuticos, quien a su llegada a Lima declaró en una entrevista para un periódico local que la masticación de coca “no es solo absolutamente nociva y, por tanto, perjudicial, sino que es causa de la degeneración racial de muchos núcleos de pobladores y de la decadencia que visiblemente demuestran numerosas habitantes indígenas —y aun mestizos— de ciertas zonas del Perú y Bolivia”. Más de 70 años después, la OMS sigue considerando que la hoja de coca debe ser perseguida como una de las sustancias más dañinas del planeta.
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