El campo de los intelectuales públicos chilenos: una cartografía
La propuesta es una manera de leer cómo circulan las palabras y cómo se redistribuye la inteligibilidad en la esfera pública, que carece de arquitectura estable, trasciende lo nacional, es proteiforme

Son decenas las personas que intervienen en la esfera pública mediante tribunas y columnas de opinión en Chile: desde la opinión escrita (tribuna, columna) hasta la intervención en radios, podcasts, blogs y televisión. ¿Cómo evaluar la importancia de su producción? Contar firmas no genera cartografías de intelectuales: el campo de los intelectuales públicos es cartografiable cuando se examina la textura de las intervenciones y los soportes que son utilizados, cuya eficacia depende del modo de intervención (Gisèle Sapiro prefería hablar de “modelos de intervención política”) y del estatus político y social del intelectual. Cada modelo de intervención organiza un modo de decir las cosas, un público al que se dirige y una temporalidad de las causas que se asumen.
En esta cartografía sobresalen distintas figuras intelectuales. Se reconoce al intelectual específico, que describe con pericia sectores parciales de la sociedad y traduce complejidad en decisiones; al orgánico, que condensa experiencias históricas en gramáticas compartidas; al escolástico, que refina el lenguaje público con precisión conceptual; al multiplataformas, que articula soportes distintos y genera comunidades de interpretación; y al colectivo, que hace de la cooperación sin fronteras entre intelectuales su unidad mínima, produciendo significados universales que sobreviven a las firmas individuales.
El intelectual específico fue consagrado por Foucault en 1977, al buscar caracterizar a “los intelectuales [que] han tomado la costumbre de trabajar no en lo universal, en lo ejemplar, en lo-justo-y-lo-verdadero-para-todos, sino en sectores determinados” (en una entrevista que fue publicada en Dits et écrits, tomo III, 1994). Este intelectual habla de educación, de macroeconomía, de salud; despliega diagnósticos técnicos y propone alternativas instrumentales. Sus luchas son de experticia y contraexperticia: a veces entra a los gobiernos, en otras nutre programas, lidera comisiones (desde la comisión Marcel hasta la comisión Bravo) o participa en audiencias parlamentarias. Lo que los define es la lógica de la especialidad: solo intervienen desde su competencia. Cuando el intelectual específico se da a la tarea de traducir cuestiones complejas buscando comunicarlas a públicos no especializados, asume además un rol de ‘mediador pedagógico’, o lo que, en Políticas de la Naturaleza, Latour llamó “portavoz”.
El ‘intelectual orgánico’, en cambio, condensa experiencias históricas en gramáticas comunes. Esta figura fue fundada por Gramsci para caracterizar a aquellos agentes que se encuentran estrechamente vinculados con una clase social, sobre la cual ejercen un rol de sistematización de la conciencia de esta clase. Con el tiempo, esta categoría se popularizó al punto de englobar a los intelectuales vinculados a partidos. No se limita a describir: organiza la conciencia de una corriente, de una clase o de un partido, da forma a su lenguaje. Se trata de una especie hoy en día rara, tal vez en extinción, cuyas expresiones más conocidas han sido Carlos Ruiz Encina y Fernando Atria sobre algunos grupos originarios de lo que hoy es el Frente Amplio. Pero esto no es todo: es importante expandir el alcance de este tipo de intelectual público a los agentes que intervienen desde think tanks tales como el Centro de Estudios Públicos (CEP), el Instituto de Estudios de la Sociedad y Horizontal (en este último caso estrechamente vinculado al partido de centroderecha Evópoli), sin tener contrapartes relevantes en el mundo de izquierdas (ya acostumbradas a vivir en el marasmo intelectual).
El ‘intelectual escolástico’, minoritario pero decisivo en influencia, se reconoce por una ética de la forma: precisión conceptual, economía retórica, responsabilidad del juicio. Su expresión más insigne es la de Carlos Peña a través de sus columnas dominicales en El Mercurio y sus libros. Eleva la conversación no tanto por el brillo de su erudición, sino por obligar a pensar con palabras exactas y problemas bien construidos. Su poder es instituyente, lo que a veces le permite dirimir las polémicas del momento.
El ‘intelectual multiplataformas’ corresponde a una novedad de época. No se trata de estar en todas partes, sino de componer simultáneamente en diversos soportes con sentido: la columna que instala un marco de interpretación, el podcast que explora matices, la clase abierta que prueba argumentos. En algún momento, ese gran filósofo que es Michael Sandel encarnó a este tipo de intelectual, por ejemplo cuando se daba el tiempo para grabar su podcast The Public Philosopher, en el que abordaba en formato interactivo, junto a decenas de estudiantes universitarios los grandes dilemas de nuestro tiempo: desde la ética de la inteligencia artificial hasta los límites de la libertad de expresión. Los intelectuales de extrema derecha (sobre todo los vinculados a la ‘ilustración oscura’, desde Nick Land hasta Curtis Yarvin) dominan esta figura, beneficiándose de formas heréticas de decir las cosas pero también de un acceso expansivo a estas plataformas al estar vinculados con los oligarcas intelectuales (Sam Altman de Open AI, Marc Andreesen de Netscape, y un largo etcétera). Estos intelectuales oligarcas de Silicon Valley no son brillantes, pero expresan sus opiniones extravagantes con un desparpajo impresionante, como bien lo prueba la larga entrevista a Curtis Yarvin publicada a la antigua por la revista Le Grand Continent.
El ‘intelectual colectivo fue también teorizado por Gramsci, pero es través del trabajo de Bourdieu que adquirió una renovada actualidad. La idea es simple: para luchar contra los intelectuales del orden, es fundamental que los intelectuales críticos cooperen y se coordinen, colocando en el centro de su producción simbólica el desinterés individual. Como bien lo señalaba Bourdieu, este intelectual colectivo “puede y debe cumplir en primer lugar funciones negativas, críticas, trabajando en la producción y difusión de las herramientas de defensa contra el poder simbólico (…); con la fuerza que da la competencia y la autoridad del colectivo reunido, puede someter el discurso dominante a una crítica lógica”. Esta verdadera internacional de los intelectuales por la que Bourdieu bregó es, sin duda, una figura tan relevante como poco exitosa: a lo sumo se le encuentra en las páginas de la New Left Review o de la revista Nueva Sociedad, sin mucha resonancia ni en la política ni en la sociedad. Si el proyecto original consistía en producir una sinfonía, el resultado ha sido mucho más cacofónico.
Si se observa este conjunto en movimiento, aparecen tensiones reconocibles. Entre la erudición y la accesibilidad, entre la multiplicidad de soportes y la lógica de la atención. El mapa no solo muestra figuras reconocibles, sino también riesgos: la endogamia, la moralina, la sospecha infinita que paraliza. Al mismo tiempo, permite advertir zonas de incubación: comunidades que resisten a la fugacidad de la coyuntura, colectivos que instituyen agendas largas, mediadores que ensanchan el demos cognitivo.
El siglo XX vió la figura del intelectual total (Jean-Paul Sartre) y la desplazó hacia formas más específicas. Al entrar al siglo XXI, se produce una gran paradoja: mientras la vida social y cultural muta a gran velocidad, la vida política aparece desfasada. El desajuste se refleja también en la escena intelectual: abundancia de intervenciones, escasez de imaginación colectiva. El marxismo fue durante décadas cantera de categorías; hoy, las teorías totalizantes pierden peso, mientras emergen formas más fragmentarias de intervención. No es casual que las reflexiones recientes sobre el presentismo destaquen la dificultad de imaginar futuros: solo los intelectuales públicos de extrema derecha lo están logrando, sin pagar costo alguno por la calidad mediocre de sus ideas y por las condiciones casi mecánicas de su recepción. Lo que ellos están haciendo es utilizar todas las plataformas sin preocuparse de lo que dicen, sin obsesionarse por la simpleza de su argumentación: solo importan las formas heréticas de decir las cosas y sus consecuencias.
El campo, por lo tanto, oscila, a partir de una tensión entre quienes amplifican rechazos y resistencias. Una oscilación entre lo universal y lo particular. Lo que se juega no es una disputa por nombres propios, sino por la inteligibilidad misma de lo común.
La cartografía propuesta no es un panteón de firmas célebres y no es exhaustivo: los ejemplos de intelectuales públicos chilenos los usamos a modo ilustrativo. Es una manera de leer cómo circulan las palabras y cómo se redistribuye la inteligibilidad en la esfera pública, que carece de arquitectura estable, trasciende lo nacional, es proteiforme.
El principal enemigo de una esfera pública democrática y plural es la ilustración oscura.
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