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Mario Marcel
Tribuna
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Si yo fuera rico

El juicio sobre la gestión de Marcel está pendiente y, por el momento electoral del país, seguramente dará para mucho en los próximos días

Mario Marcel, en el Congreso en Valparaíso, en noviembre de 2024.

Hace una semana y ante una audiencia inusual compuesta por un selecto grupo de alumnos y docentes de una universidad de la cota mil [el lo alto de la zona oriente de Santiago], el ministro de Hacienda, Mario Marcel, que en ese momento seguramente masticaba en secreto su salida del gabinete de Gabriel Boric, verbalizó lo que hoy podría leerse como su testamento.

El sitio web de Hacienda da cuenta detallada de la conversación que ese día sostuvo el secretario de Estado con el exdirector de Presupuestos, Matías Acevedo, titulando la nota oficial de la misma manera que lo hizo la prensa en general, es decir, con un reproche de Marcel a quienes todavía piensan como si Chile fuera un país rico… en circunstancias que no lo es y, habría que añadir, nunca lo ha sido.

Las aplomadas palabras de Marcel alimentaron el titular de un día, pero hoy cobran otro significado, en especial porque en esa charla el exministro se tomó todo el tiempo necesario para desarrollar lo que cree fueron sus aciertos y fracasos en estos poco más de tres años a cargo de las finanzas públicas. El rechazo de su reforma tributaria en 2023 y la sonora falla a la hora de cumplir la meta fiscal 2024, dijo Marcel, fueron sus grandes dolores a cargo del Ministerio, deslizando que en el primer caso lo que faltó fue muñeca política en la Cámara de Diputados y, en el segundo, la capacidad de hacer una correcta estimación de ingresos, lo que acentuó el permanente reproche que debió soportar Marcel a lo largo de estos años sobre el estado de cosas de las cuentas fiscales.

Una falla política y una técnica, en resumidas cuentas, las que reconocidas en voz alta y en el estilo sereno que caracterizó su gestión, más que un admisión masoquista, suenan también como un mensaje a quienes tomarán la posta en estos siete meses que quedan de gobierno y para quienes aspiran a asumir en marzo próximo, ya que prácticamente toda la conversación política-electoral en cuestiones de gasto público se ha desarrollado en torno a cómo ajustar los gastos del estado, con cómo hacerlos más eficientes y cómo lograr mayores ingresos para el aparato público, incluso a punta de bajas de impuestos, como han dicho desde la derecha y la centroderecha.

Cuando Marcel hizo sus reflexiones hace una semana probablemente quiso transmitir que en ningún momento gestionó su cartera pensando que Chile fuera un país rico y que trató, dentro de las limitaciones existentes y las que vendrán asociadas al envejecimiento poblacional (salud y pensiones), de hacer una conducción económica que estabilizara a un país que había acumulado muchas tensiones y que hoy suma una década de magro crecimiento, estancada inversión y escasa productividad.

Si lo que hizo son elementos suficientes para poblar la columna del haber es algo que aún es prematuro señalar, máxime porque a la hora de ponderar los resultados sería injusto hacer un juicio exclusivamente matemático o político. Las pobres tasas de crecimiento de estos años, el alto desempleo pegado al 9%, los alarmantes saldos fiscales y tantos otros indicadores poco halagüeños cubrirán de sombras una cara de la moneda, una que vista en su conjunto, sin embargo, tiene otro lado, ese que le significó al ministro de Hacienda lidiar internamente con quienes, compartiendo asiento en el gabinete, aspiraban a desmantelar el sistema de libre mercado, acabar con las AFP y la salud privada y estibar el modelo a uno basado en la demanda.

El juicio sobre la gestión de Marcel está pendiente y, por el momento electoral del país, seguramente dará para mucho en los próximos días. Mientras ello ocurre, quizás sería importante tomar nota de algunos de los mensajes que el ministro entregó en esa virtual ceremonia del adiós de hace una semana. A saber, que las presiones fiscales son hoy muy sustantivas y distintas al escenario de hace 15 o 20 años; que no es posible enfrentar este nuevo escenario sin modificar la ecuación de ingresos y gastos fiscales; que es necesario gestionar la deuda; que sin acuerdos políticos todo se puede ir por la borda y que el Congreso debe tener límites y dejar de intentar vulnerar las normas constitucionales.

Y un tema no menor, casi como corolario a su alocución de la semana pasada: “Tenemos que estar conscientes de la dinámica que tienen nuestras finanzas públicas; tenemos que ser pragmáticos y buscar aquellas combinaciones que sean más favorables al crecimiento, porque tampoco sacamos mucho con aumentar recaudación, pero bajar la base tributaria por la vía del crecimiento”, porque, no nos olvidemos, Chile no es un país rico y no se debe gobernar como si fuera rico.

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