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ENERGÍA SOLAR
Tribuna
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Domar el Sol: la posibilidad para el desarrollo chileno que duerme en el desierto de Atacama

La energía solar podría alimentar no solo nuestras casas, sino fábricas limpias, trenes eléctricos, invernaderos, data centers sostenibles y nuevas industrias que aún no existen

La planta solar Guanchoi en la región de Atacama, en mayo de 2024.

Chile lleva décadas preguntándose cómo dar el salto al desarrollo, y frente a los problemas referidos al calentamiento global no solo se requiere pensar en un desarrollo sostenible para el país, sino también carbono neutral hacia el mundo. Se han ensayado múltiples recetas, a través del cobre, industrias como el salmón y el agro, y ahora a través del litio, pero quizás la más poderosa ha estado siempre frente a nuestros ojos: el Sol.

En el corazón del Desierto de Atacama, bajo una irradiancia única en el planeta, duerme una fuente de poder capaz de cambiarlo todo. Allí, en 105.000 km² de roca y silencio, recibimos más energía solar por metro cuadrado que cualquier otro país del mundo. Si capturáramos solo ocho horas de esa luz, podríamos generar 108.000 TWh, 27 veces el consumo eléctrico anual de Estados Unidos. No es poesía. Es física.

¿Y qué hacemos con esa energía? ¿Exportarla en bruto? Desafío que por el momento es solo un sueño, o ¿venderla barata? No. Chile puede y tiene que aspirar a mucho más. Esa energía actualmente es vertida en grandes cantidades producto de la poca inversión en infraestructura de transmisión. En 2024 se perdieron cerca de 6 TWh de energía, lo cual representa la misma cantidad que se necesita para poder alimentar la totalidad de la comuna de la Reina por 22 años, como ejemplo. La energía solar podría alimentar no solo nuestras casas, sino fábricas limpias, trenes eléctricos, invernaderos en medio del desierto, data centers sostenibles y nuevas industrias que aún no existen. Con los avances actuales y conocimiento que Chile ya posee, esa enorme cantidad de fotones recibidos puede transformarse en moléculas (hidrógeno verde, metanol sintético), en calor industrial, en baterías, en conocimiento, en valor.

Chile puede producir energía a precios que ningún otro país puede igualar. En ciertas horas, llega a costar cero. . Mientras otros países gastan fortunas por descarbonizar sus redes, aquí esa transición es no solo posible, sino lógica.

Miremos al norte. Finlandia instaló LUMI, uno de los supercomputadores más poderosos del mundo, alimentado 100 % por energías limpias. Islandia atrae data centers por su geotermia. ¿Por qué no Atacama? ¿Por qué no en Chile? Con su aire seco, radiación constante y excedentes solares, podemos instalar centros de cómputo que no solo sean los más eficientes del mundo, sino también los más verdes y baratos, permitiendo ampliar nuestras capacidades de conocimiento y desarrollo tecnológico y ser un referente en nuestra región.

Imaginemos un clúster exascale —mil millones de millones de operaciones por segundo— emplazado en la Pampa del Tamarugal, alimentado por fotovoltaicas de costo marginal cero y enfriado naturalmente por el aire árido. El calor residual podría recircularse a invernaderos hidropónicos, creando agricultura donde hoy solo hay roca. Ese mismo clúster entrenaría modelos de IA para pronosticar sequías, optimizar minería, o diseñar vacunas; servicios globales con el sello “Computado con sol chileno”. La transmisión HVDC, ya proyectada, llevaría energía barata a los racks y devolvería empleo calificado a las regiones. Empresas internacionales pagarían por alojar sus datos en la nube más limpia del planeta, mientras las universidades locales accederían a potencia de cálculo sin precedentes, formando la próxima generación de científicos e ingenieros. Así, cada fotón capturado se convertiría en bits, saber y bienestar.

Chile podría transformarse en una potencia energética digital. Una plataforma desde donde operar IA, simular cambios climáticos, desarrollar biotecnología o diseñar nuevos materiales (tenemos una capacidad única dada nuestra industria extractiva). Podríamos abastecer al mundo no solo con cobre y litio, sino con tecnología desarrollada en Chile.

Pero para lograrlo necesitamos ir más allá, soñar y redefinir nuestra visión país. No basta con instalar paneles. Hay que construir infraestructura de transmisión moderna, fomentar el almacenamiento, establecer reglas claras para nuevos usos de la energía y formar capital humano técnico y profesional que nos lleve hasta allá, sin olvidar la transformación social necesaria para complementar el cambio con un vivir más sostenible.

Esta es una invitación a imaginar un Chile distinto. Uno que no mira su desierto como un lugar vacío, sino como el cimiento de su próximo gran salto. Un país donde el Sol no se desperdicia, sino que se doma.

El futuro no está escrito. Pero si lo iluminamos con inteligencia, será más brillante; quizás este debió ser siempre el camino para alcanzar nuestro máximo potencial país.

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