¿Somos peores personas por comer carne?
Si sabemos que los animales sufren, que su dolor es real y aun así elegimos cerrar los ojos, estamos renunciando a una de las cualidades más valiosas de la humanidad: la compasión

La respuesta no es sencilla, pero podemos empezar por un hecho innegable: los animales que terminan en nuestros platos son seres conscientes, capaces de sentir miedo, dolor y sufrimiento. Cuando ignoramos ese sufrimiento y lo reducimos a un producto en el supermercado, algo en nosotros cambia. Así, al considerarnos superiores al resto de los animales y posicionarnos desde una lógica de dominación, vamos perdiendo lentamente nuestra habilidad de tener compasión.
Cada vez que normalizamos el sufrimiento de un ser consciente y lo convertimos en algo invisible, desaparece un poco de nuestra sensibilidad. Ese adormecimiento de la empatía tiene consecuencias que van más allá de nuestra relación con los animales. Después de todo, hay un paso muy pequeño entre aquello y trasladar esa falta de empatía hacia las personas que son animalizadas por la sociedad.
Esa misma lógica ha sido usada históricamente para deshumanizar a ciertos grupos de personas, comparándolos con animales para justificar su opresión. La esclavitud, el colonialismo, la misoginia y otras formas de violencia han dependido de esta mentalidad especista que clasifica a los seres según una jerarquía arbitraria. Al participar en prácticas que cosifican a los animales, corremos el riesgo de naturalizar esa mentalidad y de hacerla parte de nuestro modo de ver el mundo. Algo que ocurre hoy con el genocidio en Gaza o las cárceles de Nicaragua.
Ahora, quien come carne no es intrínsecamente una mala persona (cuya definición ya es otro tema). Centenares de pueblos originarios lo hacen de manera consciente y a través de una profunda conexión con sus raíces. Por otra parte, una gran mayoría lo hace sin cuestionarlo, atrapada en una cultura que ha normalizado estas prácticas bajo un sistema que no es solo económico, sino que también político y social.
Sin embargo, la filosofía nos enseña que la ignorancia no exime de responsabilidad. Si sabemos que los animales sufren, que su dolor es real y aún así elegimos cerrar los ojos, estamos renunciando a una de las cualidades más valiosas de la humanidad: la compasión. Esa renuncia nos empobrece y nos hace menos capaces de conectar con el sufrimiento de los demás, sean humanos u otro tipo de animales.
Entonces, ¿somos realmente peores personas por comer carne? No necesariamente, pero sí lo somos si permitimos que esa práctica nos desensibilice y si dejamos que la lógica de la dominación se instale en nuestra forma de pensar y actuar. La buena noticia es que siempre podemos elegir el camino que queremos seguir. Simplemente empezar a cuestionar nuestras elecciones son pasos hacia una vida más compasiva, no solo con los animales, sino con nosotros y nosotras mismas.
Volviendo a la pregunta anterior: la respuesta está en la comida de nuestro plato, pero por sobre todo, en la forma en la que la vemos.
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