Cultura y biodiversidad: unidas por la resiliencia climática
Hoy, más que nunca, proteger la biodiversidad no es solo un imperativo ecológico: es una estrategia para construir un futuro más justo, resiliente y en armonía con la naturaleza

Este año, el Día Internacional de la Diversidad Biológica se celebra bajo el lema Armonía con la naturaleza y desarrollo sostenible. En un contexto de crisis ecológica global, esta consigna nos recuerda que los desafíos del desarrollo –como la erradicación de la pobreza, la seguridad alimentaria o la reducción de las desigualdades– no pueden abordarse sin reconocer nuestra interdependencia con la biodiversidad.
Pero hablar de biodiversidad no es solo hablar de especies o ecosistemas. Es también hablar de cultura, de identidad, de educación y de cómo nos relacionamos con el entorno que habitamos. Y en ese vínculo, aún poco explorado, reside un enorme potencial para transformar la forma en que enfrentamos la crisis climática.
En el marco del Día Internacional de la Diversidad Biológica vale la pena reflexionar sobre cómo la cultura y el arte, en su amplia expresión, pueden ser herramientas poderosas para sensibilizar, movilizar y construir resiliencia. En Chile y el mundo, iniciativas como Ladera Sur, Música Declara Emergencia o las obras de artistas como Banksy nos muestran que la creación artística puede ser también una forma de acción climática.
Este potencial ha sido reconocido incluso a nivel global: en 2021, la ONU declaró el Año Internacional de la Economía Creativa para el Desarrollo Sostenible, destacando el rol de las industrias culturales en la regeneración social y ecológica.
Desde la FAO, nos sentimos profundamente orgullosos de haber contribuido a la elaboración del Plan de Adaptación al Cambio Climático en Biodiversidad, liderado por el Ministerio del Medio Ambiente y financiado por el Fondo Verde del Clima. Este plan es pionero en integrar la dimensión cultural como parte fundamental de la acción climática. Las medidas 12 y 13, por ejemplo, promueven la educación ambiental, la valoración del patrimonio natural y cultural, y la participación activa de comunidades locales a través de expresiones culturales y artísticas.
Además, se vincula directamente con uno de los ejes prioritarios de FAO: la seguridad alimentaria. Ecosistemas sanos y biodiversos sostienen los sistemas agroalimentarios, regulan el clima, conservan el agua y permiten prácticas tradicionales de cultivo que aseguran la alimentación de millones. Fortalecer este vínculo entre biodiversidad, cultura alimentaria y cambio climático es clave para la resiliencia.
El plan también incorpora el protagonismo de mujeres, pueblos indígenas, juventudes y comunidades locales, reconociéndolos como actores esenciales para conservar los ecosistemas y los saberes que sostienen la vida. La medida 14, por ejemplo, impulsa la planificación de paisajes con enfoque participativo, recogiendo las preocupaciones expresadas por la ciudadanía durante la consulta pública.
En los próximos cinco años, la implementación de este Plan se alineará con la nueva institucionalidad climática en Chile: la Ley Marco de Cambio Climático, el SBAP y la Estrategia Climática de Largo Plazo. Este nuevo marco representa una oportunidad única para que la cultura no sea un adorno, sino un eje central de la acción climática y del desarrollo sostenible.
Porque la cultura configura nuestras identidades, moldea nuestras decisiones y puede activar el cambio desde lo profundo. Integrarla en las políticas ambientales no solo fortalece valores colectivos, sino que genera nuevas narrativas capaces de impulsar transformaciones sociales reales y duraderas.
Hoy, más que nunca, proteger la biodiversidad no es solo un imperativo ecológico: es una estrategia para construir un futuro más justo, resiliente y en armonía con la naturaleza.
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