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José Rodríguez Elizondo, académico: “No hay político que diga que los políticos sirven solamente hasta los 75 años”

A los 88 años, el profesor titular de la Universidad de Chile se enteró de que no podrá seguir en la casa de estudios estatal más allá de enero de 2027 por una disposición legal que considera fruto de “una frivolidad legislativa”. Y agrega que el suyo es el caso de muchos

José Rodríguez Elizondo en su casa en Santiago, Chile, el 12 de mayo del 2025.

Abogado, periodista, crítico de cine, caricaturista, analista internacional y autor de una treintena de libros; académico de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, consejero honorario de la Academia del Reino de Marruecos, exfiscal de la Corporación de la Producción y el Comercio (Corfo), excorresponsal de El País en Lima, exfuncionario de la ONU y actual profesor titular de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, donde enseña Relaciones Internacionales y dirige la revista Realidad y Perspectivas.

A los 88 años, que el próximo 10 de junio serán 89, José Alejandro Vladimir Rodríguez Elizondo exhibe una larga trayectoria, que en parte se retrata en su biblioteca personal, donde despuntan fotografías con figuras destacadas de la política y la cultura mundiales.

Satisfecho por sus logros y ágil en la conversación, hoy el académico está, sin embargo, inquieto: el 1° de mayo se enteró, leyendo una columna publicada en El Mercurio por el decano de su facultad, Pablo Ruiz-Tagle, de que una ley promulgada el 30 de diciembre pasado -la 21.724, de reajuste a los trabajadores del sector público- obliga a los mayores de 75 años a cesar todas sus funciones en las universidades estatales en enero de 2027. “Las consecuencias inmediatas de su aplicación”, escribe Ruiz-Tagle, “tienen visos de inconstitucionalidad”, cuestión que “contradice la autonomía universitaria”.

Ahí fue cuando el propio Rodríguez decidió enviar una carta al director del mismo diario, donde expresa una molestia teñida de humor (“así como hay jóvenes tontos y flojos, también existen viejitos inteligentes y activos”) y deja ver lo inconcebible de que Clint Eastwood, Mario Vargas Llosa o el papa Francisco se hubiesen retirado a los 75.

Sin perder el tono de broma –“Soy el viejito con más pega [trabajo] de Chile”-, declara que no tiene el menor interés en jubilar ni en que lo “jubilen a la fuerza”, cuestión que considera una “falta de deferencia”.

Pregunta. ¿Qué quiso plantear con la carta?

Respuesta. Que usar una ley miscelánea para establecer una norma permanente está contraindicado técnicamente. No puede ser, y eso me pareció una frivolidad legislativa. En segundo lugar, no se puede establecer una categoría absoluta en materia etaria: los viejos no sirven. Y en tercer lugar están las pensiones. Mucha gente sigue en el trabajo porque las pensiones les van a reducir drásticamente su nivel de vida. Y si tomas todo esto dices, es una buena frivolidad haber dicho que después de los 75 años toda esta gente se va para la casa. Esto es grave, y voy a creer en esas cosas de los políticos cuando ellos se pongan límites.

P. El contraargumento es que ellos son personas electas.

R. Claro, tienen todos los trucos: si soy diputado, paso a senador; si soy senador, voy a alcalde. Entonces, están hasta la edad que quieran. No hay político que diga que los políticos sirven solamente hasta los 75 años, como los curas, como los cardenales. En las Fuerzas Armadas también hay límites etarios, cosa que es muy fácil de explicar.

P. Y los jueces, ¿no?

R. Los jueces, claro, pero todo esto me llevó a concluir que no se puede dar una pauta para todos, y menos en una ley miscelánea: tiene que haber una discriminación intelectual. Los políticos que han salvado muchas veces la situación en sus países eran tan antiguos como De Gaulle, Churchill o Adenauer. Aquí, cuando vino la gran polarización, ¿a quién se recurrió? A Ricardo Lagos. Hoy, por lo de los 75 años, habría quedado fuera.

P. Se entiende que las personas terminen su vida activa a cierta edad. ¿Ve en casos como el suyo algo distinto?

R. No me gusta dogmatizar ni absolutizar. Este es mi caso, que es el de muchos. Me encanta lo que hago, me encanta hacerles clases a los jóvenes, a quienes un viejo como yo les transmite sus experiencias en una situación de toma y daca.

P. ¿Hay acá una incomprensión? ¿Hay una pelea que está comenzando?

R. Yo creo que nadie lo discutió, porque la universidad es la universidad, no un regimiento en el cual hay exigencias físicas. Naturalmente, hay un límite biológico: hay un momento en que una persona decae, pierde facultades intelectuales y físicas, pero mientras las mantenga es un aporte. Los grandes profesores, los grandes tratadistas superan muchas veces los 70 años, los 75.

P. ¿Evalúan en la universidad algún tipo de recontratación, o pasarlo a la condición de profesor emérito? ¿O la idea es que se reforme la ley?

R. Yo creo que la argumentación de los que estamos en actividad y somos menos jóvenes ha sido tan categórica, que escuché decir al ministro [de Hacienda, Mario] Marcel que esto de los 75 años había que reconsiderarlo: que, como hay tiempo hasta 2027, se puede reconsiderar. Y pienso que el argumento de Pablo Ruiz-Tagle y de muchos otros es categórico: alguien de más de 75 años, que está en plena producción, que escribe libros, que hace clases y que viaja, no está para que le digan, váyase, no sirve.

P. De poder continuar, en 2027 y más allá, ¿consideraría que su empleador lo sometiera a exámenes periódicos para evaluar sus competencias? ¿Le parecería vejatorio?

José Rodriguez Elizondo exfuncionario de la ONU y actual profesor titular de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.

R. Es que eso está resuelto. En eso consiste la autonomía universitaria: la universidad califica a sus maestros, a sus investigadores, no un diputado que ha salido elegido por derrame y que no necesariamente brilla por su cultura. Otra cosa es que, por la decadencia que se vive a nivel global, las universidades también tengan sus crisis y no califiquen bien a sus elementos. Pero lo menos malo es que la universidad califique a sus profesores y no un señor político que no tiene la menor idea de esto. Yo prefiero la autonomía: que sea el decano, el rector, quienes establezcan en su dominio quiénes sirven y quiénes no. Cada actividad, además, tiene su hábitat. Los jueces se han puesto límites por las leyes, y ha funcionado más o menos bien: hay incentivos para el retiro.

P. Como los hay en la universidad…

R. En la universidad hay sistemas de incentivos. Está el factor etario, la necesidad de renovar personal, pero al mismo tiempo está el interés en mantener a los que consideran que son profesores especiales o destacados. Y está el ejemplo de la rectora [Rosa Devés, de 75 años], que teóricamente no podría competir por una reelección si esta ley sigue vigente, y yo veo que está en plena actividad, que no tiene ningún problema neurológico ni físico. Esto es lo mismo que la política: no puedes dar normas muy amplias en casos que son muy complejos.

P. Hay cierta costumbre de referirse a los mayores con el sustantivo viejo acompañado de algún adjetivo poco amable. ¿Cómo se siente tratado por tener la edad que tiene?

R. He tenido la suerte de mantenerme sin darme cuenta de que estoy demasiado viejo. Admiro mucho ese dicho de Charles de Gaulle: la vejez es un naufragio. ¡Y lo decía cuando seguía siendo jefe de Estado! Pienso en todos los grandes viejos que sacaron a Europa y al mundo del trance de la Segunda Guerra Mundial. Pero, naturalmente, ser viejo no es ser popular, y por eso cuento los minutos.

P. ¿Hace un paralelo entre su envejecimiento y su recorrido político?

R. Sí, claro. Soy un caso clásico: joven revolucionario, viejo moderado.

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